Evangelio del 4º Domingo de Pascua y comentario al evangelio
En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero y las ovejas atienden a su voz, llama a sus propias ovejas por su nombre y las conduce fuera. Cuando las ha sacado todas, va delante de ellas y las ovejas le siguen porque conocen su voz. Pero a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él porque no conocen la voz de los extraños.
Jesús les propuso esta comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.
Entonces volvió a decir Jesús:
− En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos cuantos han venido antes que yo son ladrones y salteadores, pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si alguno entra a través de mí, se salvará; y entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
Jesús utiliza una alegoría bien conocida en los textos bíblicos del Antiguo Testamento. Es la del pastor que cuida de su ganado. Pero ahora llama la atención el hecho de que antes de presentarse como Buen Pastor, diga de sí mismo que “yo soy la puerta de las ovejas” (v.7).
Al igual que Dios había hecho con el pueblo de Israel, también en la Iglesia se servirá de “pastores” que cuiden de sus “ovejas”. Ahora bien, les deja algo claro a todos: sólo es “buen pastor” el que conduce a las ovejas hacia la única “puerta” que es Cristo. El que intenta llevarlas a otro lugar es un farsante al que no hay que seguir porque “el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es un ladrón y un salteador” (v.1).
De modo muy gráfico dice Jesús que el mal pastor “salta” por otra parte, utilizando un verbo que evoca la acción de quien trepa para llegar a un sitio donde no debería estar. Previene así del peligro de servirse de la Iglesia, e incluso del puesto que se ocupa en ella, para el propio provecho personal. El profeta Ezequiel ya había denunciado en su tiempo esa actitud: “¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos: ¿no son los rebaños lo que deben apacentar los pastores? Os alimentáis de su leche, os cubrís con su lana y matáis las reses más cebadas, pero no apacentáis el rebaño. No habéis robustecido a las débiles ni sanado a las enfermas. No habéis vendado a la herida ni habéis recogido a la descarriada. No habéis buscado a la que se había perdido” (Ez 34,2-4).
Benedicto XVI, en una homilía pronunciada en 2009 durante la inauguración del año sacerdotal, decía: “¿Cómo olvidar que nada hace sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en ‘ladrones de las ovejas’, ya sea porque las desvían con sus doctrinas privadas, ya sea porque las atan con lazos de pecado y de muerte? También se dirige a nosotros, queridos sacerdotes, el llamamiento a la conversión y a recurrir a la Misericordia divina; asimismo, debemos dirigir con humildad una súplica apremiante e incesante al Corazón de Jesús para que nos preserve del terrible peligro de dañar a aquellos a quienes debemos salvar”[1]. De ahí la importancia de que todos recemos por la santidad de los sacerdotes y para que nunca falten los buenos pastores en la Iglesia.
Por su parte, “Cristo, Buen Pastor, se ha convertido en la puerta de la salvación de la humanidad, porque ha ofrecido la vida por sus ovejas. Jesús, pastor bueno y puerta de las ovejas, es un jefe cuya autoridad se expresa en el servicio, un jefe que para mandar dona la vida y no pide a los otros que la sacrifiquen. De un jefe así podemos fiarnos −decía el Papa Francisco−, como las ovejas que escuchan la voz de su pastor porque saben que con él se va a pastos buenos y abundantes. Basta una señal, un reclamo y ellas siguen, obedecen, se ponen en camino guiadas por la voz de aquel que escuchan como presencia amiga, fuerte y dulce a la vez, que guía, protege, consuela y sana”[2].
El buen pastor es el que, a ejemplo de Cristo, se sabe humildemente al servicio de los demás, y no busca nada para sí mismo. “Permitidme un consejo −propone San Josemaría−: si alguna vez perdéis la claridad de la luz, recurrid siempre al buen pastor. ¿Quién es el buen pastor? El que entra por la puerta de la fidelidad a la doctrina de la Iglesia; el que no se comporta como el mercenario que viendo venir el lobo, desampara las ovejas y huye; y el lobo las arrebata y dispersa el rebaño. Mirad que la palabra divina no es vana; y la insistencia de Cristo −¿no veis con qué cariño habla de pastores y de ovejas, del redil y del rebaño?− es una demostración práctica de la necesidad de un buen guía para nuestra alma”[3].
Fuente: opusdei.org.
[1] Benedicto XVI, Homilía en las segundas vísperas del Sagrado Corazón de Jesús, Viernes 19 de junio de 2009.
[2] Papa Francisco, Regina coeli 7 de mayo de 2017.
[3] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 34.
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