Ahora llora con los que han perdido a un ser querido. Consuela al que está aislado en la cama de un hospital (…). Da la vida por los demás con los profesionales de la sanidad, del orden… Si abrimos los ojos, le veremos conmoverse con nosotros
Este domingo el evangelio nos muestra una escena conmovedora: "Había un enfermo que se llamaba Lázaro... las hermanas le enviaron este recado: Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo. Al oírlo, dijo Jesús: Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios". También nosotros acudimos a Jesús en estos dramáticos momentos. Sabemos que Dios nos escucha, está cercano. Nos consuela. Pronto llegará nuestra salvación.
Pero Jesús tarda en llegar, parece que no le importa mucho la situación. Cuando llega a Betania, Lázaro lleva cuatro días muerto. Sus hermanas le dicen: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". ¡Cuántas veces, cuando la vida nos hiere, nos preguntamos dónde está Dios! Y Dios está llorando: "Jesús rompió a llorar". Nada de lo nuestro le es indiferente, es cercano, está clavado en la Cruz con el que sufre. Ahora llora con los que han perdido a un ser querido. Consuela al que está aislado en la cama de un hospital, acompaña a tantos que viven estos días en soledad. Da la vida por los demás con los profesionales de la sanidad, del orden… Si abrimos los ojos, le veremos conmoverse con nosotros.
"Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y después de decir esto, gritó con voz fuerte: ¡Lázaro, sal afuera!". Acudamos al Dios de la vida con una gran confianza, pidámosle que pase pronto esta pandemia. Recemos por los vivos y los difuntos. Tengamos la certeza del amor de Dios: "Jesús es tu amigo. −El Amigo. −Con corazón de carne, como el tuyo. −Con ojos, de mirar amabilísimo, que lloraron por Lázaro... Y tanto como a Lázaro, te quiere a ti", leemos en Camino. Él nos escucha.
Pero no olvidemos que Jesús no viene solo a curarnos, a solucionar nuestros problemas. Él nos da mucho más, nos muestra la grandeza de nuestra vida: somos hijos de Dios, estamos hechos para la eternidad, nos enseña a querernos como hermanos, a lo grande, a ser heroicos, ingeniosos y generosos, a no acobardarnos. Nos dice que esta enfermedad no es de muerte. Entre todos y con la ayuda de Dios saldremos de ella. Venceremos al virus. Y también nos consuela con la certeza de la vida eterna: "Yo soy la Resurrección y la Vida −le dijo Jesús−; el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?"