Asombra el afán de muchos que, escudándose en no se sabe bien que ideologías de progreso y de modernidad, orillan a la familia, la privan de ayudas por justas que sean y, lo que es peor, intentan por todos los medios hacer tabla rasa de la institución, cuando no atacarla directamente
Como ya ocurrió en la crisis económica, en la actual situación, la familia vuelve a ser el baluarte no solamente de la sociedad sino del individuo. Para los niños, los mayores, los adolescentes o los maduros, en momentos difíciles, la familia es el único refugio y la única tabla a la que agarrarse, en el plano económico y, lo que es más importante, en el afectivo.
La familia no entiende de políticas, de ideologías y mucho menos de clases sociales. Ahora, con la situación de aislamiento, es cuando más se nota la importancia de la familia en la vida de cualquier persona, en cualquiera de sus facetas.
Por eso asombra el afán de muchos que, escudándose en no se sabe bien que ideologías de progreso y de modernidad, orillan a la familia, la privan de ayudas por justas que sean y, lo que es peor, intentan por todos los medios hacer tabla rasa de la institución cuando no atacarla directamente en su misma naturaleza, inventando adjetivos peyorativos, sustituciones antinaturales y denominaciones falsas que apuntan directamente a sus mismas esencias.
Asombra que individual y colectivamente sean tantos los que ven sin preocupación la disminución del número de matrimonios y aplauden sin tapujos la mentalidad de muchos jóvenes que, independientemente de las reales dificultades económicas, se resisten a formar una familia porque “tienen miedo al compromiso”.
Una sociedad que no cuida y protege a la familia es una sociedad en descomposición desde cualquier punto de vista,; es una sociedad llamada a derrumbarse en situaciones comprometidas y a permanecer estéril en el transcurrir normal de los tiempos.
Si algo tiene que salir reforzado de esta grave situación que estamos viviendo, tiene que ser la familia y todo lo que la familia supone.