Leí hace ya tiempo una breve historia que hoy quiero compartir contigo
Nicolás era un chavalín que entró a una heladería y se sentó en una de las mesas, esperando a ser atendido.
Al poco, se le acercó una de las camareras y el niño le dijo:
− ¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con almendras?
− Cincuenta centavos, respondió aquella.
El pequeño contó las monedas que llevaba encima. Y volvió a preguntar:
− ¿Y, cuánto cuesta un helado solo?
Como había gente esperando en otra mesa, la camarera se impacientó y le contestó con un tono un poco brusco:
− Treinta y cinco.
Nicolás volvió a contar sus monedas y le señaló:
− Tomaré el helado solo.
La camarera se lo trajo, puso la cuenta en un platillo sobre la mesa y se fue a atender a otros clientes.
Nicolás se tomó su helado −sin almendras−, pagó en caja, dijo adiós y se fue de la heladería.
Cuando la camarera se acercó a limpiar la mesa que había ocupado el pequeño Nicolás, le costó tragar saliva al ver, ordenadamente colocados junto al plato vacío, veinticinco centavos… Su propina.
Te he traído a colación esta breve historia porque hace muy poco leí un artículo interesante titulado “¿Sueles juzgar con frecuencia? Aquí una manera simple de dejarlo”. Ahí lo dejo.
La verdad es que, a veces, tenemos tendencia a juzgar, no ya solo las conductas… sino incluso a las personas.
Deberíamos ser más cautos y respetuosos. Como leí una vez: “No confíes en todo lo que ves; la sal también parece azúcar” (o viceversa).
Y, en consecuencia, y por ponerme más filosófico, soy partidario de aplicar(me) con mayor frecuencia eso que señalaba Platón (al menos a él se le atribuye): “Sé amable, pues cada persona con la que te cruzas está librando su ardua batalla”. De la que quizás nada sabemos.
En mi anterior post, “¡Ayuda!” te daba cuenta de cómo las lluvias torrenciales habían causado un verdadero desastre en Tafalla, de donde soy y donde vive una parte de mi familia.
En concreto, quise lanzar un verdadero S.O.S. en favor de uno de los perjudicados: de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, que acogen a un centenar de estas personas ya muy mayores en su residencia.
Las lluvias arrasaron gran parte de sus bienes esenciales (dos coches, una furgoneta, ascensores, lavadoras, secadoras, planchas, el ropero entero, cámaras frigoríficas, una caldera, todas las cocinas, el salón de actos, el tanatorio, y hasta su famoso Belén… conocido y apreciado más allá de Navarra…). Si entrásemos en detalles, te diría que se han quedado incluso sin el almacén de pañales.
Y te dirás: ¿por qué me vuelves a traer esto a colación?
Te lo indico con claridad:
Hay dos razones:
La primera de ellas es el “momento publicidad”. Fui a ver a las monjas, estuve con ellas y salí bastante tocado… Así que vuelvo a dejar (discúlpame, es por si no leíste el post anterior) su cuenta para donaciones: ES72 2100 3696 6321 0027 8979.
La segunda razón es la de no juzgar a nadie. ¿A qué me refiero?
El post anterior ha sido muy, muy difundido en las distintas redes sociales y por otras vías.
Sin embargo, puede haber habido personas que:
Algunas de estas últimas personas (o de las anteriores), a pesar de no haber difundido, quizás hayan hecho donativos (en metálico o en especie). O no. Y cada uno puede tener para ello sus legítimas razones (en las que, lógicamente, no voy a entrar).
Me consta que lectores de Dame tres minutos han hecho donativos. Gracias a Dios. Algunos de ellos, en un esfuerzo personal encomiable (que me recordaba la historia de Nicolás en la heladería).
Las monjitas se merecen todo y necesitan mucho, pero ellas −en su actual precariedad− solo sabían dar gracias: gracias a Dios, gracias a todas las personas −muchos jóvenes− que se han acercado a arrimar el hombro para intentar limpiar, reparar, reponer, ayudar de mil maneras; gracias a la solidaria generosidad de algunos feligreses navarros (o no navarros); a la de donantes anónimos y −no dejaban de subrayarlo: gracias a quienes han rezado por ellas y sus ancianitos.
Me consta que unos recién casados han hecho un donativo muy, muy especial… Y hasta aquí puedo leer.
Me encantaría que esas grandes empresas que exhiben su responsabilidad social la practicaran en alguna medida con las monjicas de Tafalla. Quizás a alguien se le ocurra hacerle llegar este post a algún empresario de gran corazón. No pierdo la esperanza.
Incluso si (empresario o no) alguien tiene (tenemos) que rascarnos el bolsillo y tomarnos −solo− un helado de chocolate… sin almendras.
Sé que cada uno hace lo que puede (e incluso a veces lo que no). Y, obviamente, tiene todo mi respeto y afecto. ¿Qué sé yo de las batallas internas que anda librando cada cual?
Desde la gratitud, si quieres, si sabes, si puedes… te pido que compartas el post.
Harás bien. Mucho bien.
¡Mil gracias y buen verano!
Post Data: Ya ves que soy navarro y… perseverante. ¡Un abrazo!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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