Las creencias religiosas tienden a atribuir una importancia particular a la vida familiar, y ofrecen normas y redes que fomentan la solidaridad familiar. Creer en Dios y en otra vida, lejos de rebajar el interés por la vida presente, hace a las personas más comprometidas
Periódicamente aparecen estudios académicos sobre la relación e influencia mutua entre familia y religión. En estos días acabo de leer uno que analiza las relaciones entre las creencias religiosas y las relaciones familiares en 11 países de América (Norte y Sur), Europa y Oceanía, de mayoría cristiana.
Se ha estudiado, entre otros factores, la influencia de las creencias religiosas en la calidad de las relaciones familiares. Las conclusiones son claras. Las creencias religiosas tienden a atribuir un significado y una importancia particulares a la vida familiar y ofrecen normas y redes que fomentan la solidaridad familiar.
Las personas religiosas tienen mayor capacidad de adaptación a la convivencia familiar y experimentan menores niveles de conflicto. Hay claros indicadores de menor probabilidad de ruptura conyugal, por lo que el índice de estabilidad familiar entre los creyentes-practicantes es bastante más alto que entre quienes no lo son.
Otro factor destacado es el nivel de compromiso en las relaciones familiares, no sólo en las conyugales, sino también en el cuidado y atención de los hijos. En tercer lugar, es también muy significativa −más todavía en las últimas décadas− la relación existente entre creencias religiosas y tasa de fertilidad. Las personas con creencias religiosas fuertes, tienen más hijos. El informe también indica que el matrimonio juega un papel importante al explicar la influencia positiva de la religión en la maternidad, porque los hombres y mujeres creyentes tienen más probabilidades de casarse en comparación con sus compañeros que no lo son, y los casados tienen más hijos que los no casados.
Este tipo de trabajos corroboran a nivel estadístico, con una metodología científica, lo que el sentido común y la experiencia nos permiten intuir. Concretamente, que creer en Dios y en otra vida, lejos de rebajar el interés por la vida presente, hace a las personas más comprometidas y más solidarias con los demás, empezando por la propia familia.
Montserrat Gas Aixendri Instituto de Estudios Superiores de la Familia. UIC Barcelona