"¡El corazón no se puede controlar!" ¿Cuántas veces hemos escuchado esta máxima?
¿Cuántas veces se justifican traiciones o rupturas, en nombre de la preeminencia de los sentimientos, que pueden cambiar incluso contra nuestra voluntad?
Pero no todos están de acuerdo con el hecho de que debamos movernos al compás de cada emoción interior.
En su pequeño volumen El amor romántico en conflicto. El asesino del amor para siempre (Editorial: Ares, pp. 96, precio 8€), Ugo Borghello afirma que la atracción sentimental no puede ser criterio suficiente para tomar decisiones importantes y definitivas, que condicionen el destino de familias enteras: seguir ciegamente una pasión −que, a menudo, crece con la oposición− no es, a su juicio, garantía de auténtica felicidad...
Cuando se desata una fuerte pasión, muchas veces clandestina, es decir, entre personas comprometidas o que tienen ya una familia, podemos pensar que los enamorados están inermes: los vemos incluso como “víctimas” de algo arrollador, imposible de controlar.
“¡El corazón no se controla!” Es decir: no escogemos a quién amar y cómo amar, sino que somos rehenes de nuestro humor, de un corazón caprichoso, que se rebela a los dictados de la razón, y que puede llevarnos a romper vínculos importantes, para dar vía libre a una nueva y apasionante aventura amorosa.
Pero, ¿es verdad que al corazón no se le controla? ¿Deben los sentimientos dirigir nuestras acciones, o más bien somos responsables de guiarlos, controlarlos, educarlos, según un proyecto de vida, que encuentre su fundamento y estabilidad en el valor de la fidelidad?
Para Borghello, “el amor para siempre” atraviesa momentos diversos, y a menudo debe afrontar períodos de aridez. Muchos, entonces, buscan otros estímulos y emociones. Y si encuentran fuera del matrimonio a alguien que les hace sentir “vivos”, como no ocurría desde hacía tiempo, perciben a la familia como un obstáculo a la nueva felicidad, y así crece el “amor contrariado”.
Sin embargo, ese nuevo vínculo no tiene nada que ver con el verdadero amor, pues éste no nace “por contraposición" o por “aburrimiento”, sino que se desarrolla entre dos personas libres, en el respeto recíproco, capaz de aspirar a la eternidad, de atravesar las crisis para renacer de sus escombros.
Según Borghello, la crisis de una familia es el daño social más relevante. A fin de evitar destruir los vínculos importantes (no sólo para la pareja y para los hijos, sino para toda la comunidad en la que se integra la familia), es necesario entender cómo actúa el conflicto del amor romántico: conocer su dinámica, ser conscientes de que se aprovecha de las frustraciones e incomprensiones para arrebatarnos un bien valioso, “el amor para siempre”.
Para el autor, el mejor tratamiento es la prevención. Cuando viene la tentación de buscar vías de fuga, deberíamos centrarnos en los problemas surgidos dentro del matrimonio.
Manifestar nuestro malestar al cónyuge es una buena medida, como también pedir ayuda a terceros, y estar dispuestos a apostar por la paciencia: donde hay una crisis, existe siempre un camino que se debe recorrer hasta que el amor renazca; pues allí donde conscientemente se estipuló un vínculo tan importante como el matrimonial, hay siempre buenas razones para recorrer este camino.
De acuerdo con Borghello, resulta especialmente importante preparar a los jóvenes, hacerles conscientes de que el matrimonio supondrá grandes esfuerzos, pero proporcionales, en términos de plenitud de vida y de ventajas, tanto para ellos como para los hijos y para la sociedad.
Importa mucho invertir en la “disciplina de la emotividad”: los niños deben crecer sabiendo que son sujetos activos, capaces de dirigir su vida, capaces de responder “sí” o “no” a las tentaciones, y de resistir a un placer momentáneo para custodiar algo que vale mucho más.
Construir una verdadera civilización del amor, recuperar el valor del “para siempre”, devolver a la razón un papel activo en la gestión de los sentimientos: todo esto hará que el amor romántico en conflicto cause menos víctimas.
Puede suceder que un cónyuge insatisfecho caiga en el engaño de un amor romántico, y se abandone a un sentimiento clandestino, pensando que en él encontrará la satisfacción que no encuentra ya en su familia. Apoyándose en el nuevo sentimiento, puede incluso llegar a renunciar a la seguridad del núcleo familiar y construir una relación a la luz del día. Pero con frecuencia, cuando el contraste desaparece, cuando la familia deja de ser un obstáculo, el supuesto nuevo amor se desvanece.
Si quien dio la espalda a su compromiso se percata en aquel momento de haber cometido un error, ¿se puede salvar el matrimonio? ¿Hay alguna manera de recuperar un vínculo herido y restablecer un nuevo clima de confianza?
Para Borghello la respuesta es afirmativa. En primer lugar, hay que enfocar el conflicto del amor romántico como una verdadera y propia “patología”, que tiene curación.
Puede favorecer la superación de la crisis tener compasión de las debilidades del otro, reconocer las culpas de cada uno (que en tantas situaciones casi nunca están solo en una de las partes), acoger de corazón el arrepentimiento de quien ha caído, y renunciar a las sospechas (que impedirían recomenzar seriamente de nuevo).
Y es fundamental un constante empeño por ambas partes.
“Es demasiado fácil recurrir a la acusación y a la propia defensa −escribe Borghello−. Señalar con el dedo es el mal de la familia. Nos hace semejantes a Satanás”. Y añade: "En el proyecto divino, el matrimonio es como una empresa […]. En las dificultades se reconoce al buen empresario: cómo aborda la competencia o la crisis económica. Así, quien sabe amar logra crecer incluso en las crisis por las que atraviesa cualquier familia".
"Al corazón se le manda”, parece decir Ugo Borghello con su breve libro. Y esto no significa que debamos hacernos violencia o conformarnos con una vida infeliz, sino que podemos educar nuestros sentimientos para encontrar la plenitud en algo grande, hermoso y duradero, resistente a los golpes de la vida.
El texto ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la crisis que atraviesa “el amor para siempre”, en una cultura donde los prejuicios hacia los demás y hacia todo lo definitivo lleva a construir proyectos “temporales”, que terminan cuando cambian los sentimientos.
En especial, el autor nos ayuda a reconocer los peligros vinculados a los conflictos emocionales, y pone de relieve cómo una emotividad que tropieza con un obstáculo se vuelve obstinada, abruma, ofusca la mente.
Con su aportación, Borghello da al lector la posibilidad de tomar conciencia de este fenómeno, lo que −en algunos casos− ayudará a los cónyuges, a sus amigos, a parientes, a directores espirituales o a profesionales a prevenir o curar los daños de esta insidiosa patología.
Cecilia Galatolo, en familyandmedia.eu.
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