No sé si, entre tus amigos, se encuentra el típico ‘Don Pésimo’, el insoportable aguafiestas a quien la única forma de arrancarle una sonrisa es que te vea caer rodando por una escalera para poder comentar, cuando estés en el suelo: “Ya te lo dije”
Fuera de esas ocasiones, no hay modo de hacerle sonreír. Le dices que has encontrado trabajo, y te responde: “Con ese horario, acabarás muerto”. Le anuncias que has tenido un hijo, y te felicita diciendo: “Te vas a gastar un dineral para mantenerlo”. Le dices que te ha tocado la lotería, y te responde: “¿Para qué quieres tú tanto dinero?”
Los fariseos eran así; una casta de aguafiestas. El Señor, además de ser Dios, fue un héroe al comer con ellos. Ante las lágrimas de una pecadora, lágrimas que conmovían el corazón de Cristo, el fariseo se endureció: Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando… Pobre idiota.
Tú no aprendas del fariseo. Aprende de la pecadora. Sé cariñoso con Jesús, derrítete cuando comulgues, llora en su pecho, besa sus pies. Y quien quiera amargarse… que se compre un mono de juguete, y le dé cuerda.