El Papa dedicó la catequesis durante la Audiencia general de este miércoles, a “los efectos del don del Espíritu Santo en quienes reciben este sacramento”
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos la reflexión sobre la Confirmación considerando los efectos del don del Espíritu Santo en quienes reciben este sacramento. El Espíritu nos mueve a salir de nuestro egoísmo y a ser un don para los demás.
La recepción de la Confirmación nos une con mayor fuerza a los miembros del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Tenemos que pensar en la Iglesia como un organismo vivo, compuesto de personas que caminan formando una comunidad junto al obispo, que es el ministro originario de la confirmación y quien nos vincula con la Iglesia.
Esta incorporación a la comunidad eclesial se manifiesta en el signo de la paz con el que se concluye el rito de la confirmación.
El obispo dice a cada confirmado: «la paz esté contigo». Estas palabras nos recuerdan el saludo de Jesús a sus discípulos en la noche de Pascua y expresan la unión con el Pastor de esa Iglesia particular y con todos los fieles. Recibir la paz a través del obispo nos impulsa a trabajar por la comunión dentro y fuera de la Iglesia, a mejorar los vínculos de concordia en la parroquia y a cooperar con la comunidad cristiana.
La confirmación se recibe una sola vez, pero su fuerza espiritual se mantiene en el tiempo y anima a crecer espiritualmente con los demás.
Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Siguiendo la reflexión sobre el sacramento de la Confirmación, consideremos los efectos que el don del Espíritu Santo hace madurar en los confirmados, llevándoles a ser, a su vez, un don para los demás. Es un don el Espíritu Santo. Recordemos que cuando el obispo nos da la unción con el óleo, dice: «Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo». Ese don del Espíritu Santo entra en nosotros y hace fructificar, para que luego podamos darlo a los demás. Siempre recibir para dar: nunca recibir y quedarse las cosas dentro, como si el alma fuese un almacén. No: siempre recibir para dar. Las gracias de Dios se reciben para darla a los demás. Esa es la vida del cristiano. Es propio del Espíritu Santo, pues, descentrarnos de nuestro yo para abrirnos al “nosotros” de la comunidad: recibir para dar. No estamos nosotros en el centro: somos un instrumento de ese don para los demás.
Completando en los bautizados la semejanza a Cristo, la Confirmación los une más fuertemente como miembros vivos al cuerpo místico de la Iglesia (cfr. Rito de la Confirmación, n. 25). La misión de la Iglesia en el mundo avanza mediante la aportación de todos los que forman parte. Alguno piensa que en la Iglesia hay dueños: el Papa, los obispos, los curas, y luego están los demás. No: ¡la Iglesia somos todos! Y todos tenemos la responsabilidad de santificarnos el uno al otro, de cuidar de los demás. La Iglesia somos todos. Cada uno tiene su labor en la Iglesia, pero lo somos todos. Debemos pensar en la Iglesia como en un organismo vivo, compuesto de personas que conocemos y con quien caminamos, y no como en una realidad abstracta y lejana. La Iglesia somos los que caminamos, la Iglesia somos los que hoy estamos en esta plaza. Nosotros: esta es la Iglesia. La Confirmación vincula a la Iglesia universal dispersa por toda la tierra, pero implicando activamente a los confirmados en la vida de la Iglesia particular a la que pertenecen, con el Obispo a la cabeza, que es el sucesor de los Apóstoles.
Y por eso el Obispo es el ministro originario de la Confirmación (cfr. Lumen gentium, 26), porque él inserta en la Iglesia al confirmado. El hecho de que, en la Iglesia latina, este sacramento sea ordinariamente conferido por el Obispo evidencia su «efecto de unir a los que la reciben más estrechamente a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar testimonio de Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1313).
Y esta incorporación eclesial queda bien significada por la señal de la paz que concluye el rito de la confirmación. El Obispo dice a cada confirmado: «La paz sea contigo». Recordando el saludo de Cristo a los discípulos la tarde de Pascua, llena del Espíritu Santo (cfr. Jn 20,19-23) −lo hemos escuchado−, esas palabras iluminan un gesto que «manifiesta la comunión eclesial con el obispo y con todos los fieles» (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1301). Nosotros, en la Confirmación, recibimos el Espíritu Santo y la paz: esa paz que debemos dar a los demás. Pero pensemos: cada uno que piense en su comunidad parroquial, por ejemplo. Hay una ceremonia de Confirmación, y luego nos damos la paz: el Obispo la da al confirmado, y luego en la Misa, nos la damos entre nosotros. Eso significa armonía, significa caridad entre nosotros, significa paz. Pero, ¿luego qué pasa? Salimos y empezamos a criticar a los demás, a “despellejar” a los otros. Comienzan las habladurías. Y esas habladurías son guerras. ¡Eso no va! Si hemos recibido la señal de la paz con la fuerza del Espíritu Santo, debemos ser hombres y mujeres de paz, y no destruir, con la lengua, la paz que ha hecho el Espíritu. ¡Pobre Espíritu Santo: el trabajo que tiene con nosotros, con esa costumbre del chismorreo! Pensadlo bien: el chismorreo no es una obra del Espíritu Santo, no es una obra de la unidad de la Iglesia. Las habladurías destruyen lo que hace Dios. Por favor: ¡dejémonos de chismorreos!
La Confirmación se recibe una sola vez, pero el dinamismo espiritual suscitado por la santa unción persevera en el tiempo. Nunca acabaremos de cumplir el mandato de infundir por todas partes el buen perfume de una vida santa, inspirada por la fascinante sencillez del Evangelio.
Nadie recibe la Confirmación solo para sí mismo, sino para cooperar en el crecimiento espiritual de los demás. Solo así, abriéndonos y saliendo de nosotros mismos para encontrar a los hermanos, podemos de verdad crecer y no solo engañarnos de hacerlo. Cuanto recibimos en don por Dios debe ser dado −el don es para dar− de modo que sea fecundo, y no sepultado por temores egoístas, como enseña la parábola de los talentos (cfr. Mt 25,14-30). También la semilla, cuando recibimos la semilla en la mano, no es para dejarla ahí, en el armario guardada: es para sembrarla. El don del Espíritu Santo debemos darlo a la comunidad. Animo a los confirmados a no “enjaular” al Espíritu Santo, a no poner resistencia al Viento que sopla para empujarlos a caminar en libertad, a no apagar el Fuego ardiente de la caridad que lleva a gastar la vida por Dios y por los hermanos. Que el Espíritu Santo nos conceda a todos el valor apostólico de comunicar el Evangelio, con obras y palabras, a cuantos encontremos en nuestro camino. Con las obras y las palabras, pero con palabras buenas: esas que edifican. No las palabras de las habladurías que destruyen. Por favor, cuando salgáis de la Iglesia pensad que la paz recibida es para darla a los demás: no para destruirla con el chismorreo. No olvidéis esto.
Me alegra dar la bienvenida a los peregrinos provenientes de Francia y de otros países francófonos. Saludo en particular a los de la Diócesis de Saint-Claude con su obispo, Mons. Jordy; a los de la Diócesis canadiense de Valleyfield, con su obispo Mons. Simard; a la Société des Deux Cœurs d’Amour con Mons. Rivière, Obispo de Autun, así como al Coro Notre Dame d'Arménie. Que el Espíritu Santo pueda darnos el valor apostólico de comunicar el Evangelio, con palabras y acciones, a todos los que encontremos en nuestro camino. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Irlanda, Noruega, Nigeria, China, Filipinas, Vietnam y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana. Que el Espíritu Santo nos dé el valor apostólico de dar testimonio de Cristo, nuestro Señor y Redentor, con obras y palabras, a cuantos encontremos en nuestra vida. Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias.
Saludo especialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. De modo particular, saludo a los responsables y miembros de la Cadena COPE, con motivo de su convención anual, y que están acompañados por el Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Cardenal Ricardo Blázquez Pérez. Los animo a pedir la asistencia del Espíritu Santo en sus vidas para que les conceda la valentía de comunicar y anunciar la alegría del Evangelio, con palabras y obras, a cuantos encuentran en el camino de la vida.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa: bienvenidos. Saludo en particular a los grupos brasileños venidos de Ourinhos, Goiânia, Bauru y Venâncio Aires. Todos los que hemos recibido el don del Espíritu Santo, debemos invocarlo más a menudo, para que Él nos guíe por el camino de los discípulos de Jesús, a los que se les pide ser cristianos en todas las circunstancias y decisiones de la vida. Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Tierra Santa, Egipto y Medio Oriente. Nadie recibe el sacramento de la confirmación solo para sí, sino para participar en el crecimiento espiritual de los demás. Los Dones de Dios se nos conceden para que los demos a los demás, pues aumentan al compartirlo y desaparecen con el egoísmo. No debemos, pues, tener miedo de ofrecer los que recibimos continuamente del Espíritu Santo, mediante el testimonio de una vida santa y la difusión del perfume de su Palabra viva entre los hermanos. El Señor os bendiga a todos y os proteja del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, habéis venido en peregrinación a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Su ejemplo nos enseña que las bienaventuranzas evangélicas «solo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo» (Gaudete et exsultate, 65). Dejaos guiar por su fuerza, para que también vosotros seáis bienaventurados mensajeros de la Buena Nueva de Cristo. El Señor os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegre recibir a los Hermanos de las Escuelas Cristianas; a las Parroquias, en particular a las de Giugliano en Campania y de Altamura, y a los Participantes en la Peregrinación de Macerata a Loreto, acompañados por sus obispos, Monseñor Nazzareno Marconi y Monseñor Giancarlo Vecerrica. Saludo a la Asociación Voluntarios de ayuda y protección civil de Cellamare; a la Cooperativa “L’imprevisto” de Pesaro y al Grupo “Rinascita” de Teolo.
El viernes se celebra la Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús. Durante todo el mes de junio, os invito a rezar al Corazón de Jesús y a sostener con la cercanía y el cariño a vuestros sacerdotes, para que sean imagen de ese Corazón lleno de amor misericordioso.
Un pensamiento especial para los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados. Alcanzad del Corazón de Jesús el alimento y la bebida espiritual de vuestra vida, para que, nutridos por Cristo, seáis personas nuevas, transformadas en lo más hondo por ese amor divino. Gracias.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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