Un cristiano ama la ciencia, sabiendo que no demostrará la existencia ni la inexistencia de Dios<br /><br />
La fe relata el origen más íntimo del hombre, el proyecto que hay detrás de él
He leído una entrevista a Karl Giberson, interesante tanto por su claridad como por la decidida voluntad de abordar los problemas, Giberson es físico y teólogo, autor de publicaciones de referencia en el estudio Fe-Ciencia. Una muy conocida es "The Oracles of the Science". Es director de un Foro sobre Fe y Ciencia y vicepresidente de la Fundación BioLogos, que creó junto a Francis Collins, responsable del proyecto Genoma Humano. Edita la revista Science&Religion Today. Tomo estos datos de la revista Nuestro Tiempo, que publica la citada entrevista, para anotar que no estamos ante un cristiano simplemente voluntarioso.
Acerca de las actuales relaciones Fe-Ciencia, Giberson afirma que el avance de la ciencia la facilita para unos, mientras que es dificultad para otros. Lo ponen arduo ciertos cristianos muy combativos con la teoría de la evolución, y algunos científicos que se proclaman los "nuevos ateos" porque —según dicen— la ciencia ha sustituido a la religión hasta tal punto que es necesario abolirla. Algo así es el universo determinista de Laplace respecto a Dios. Laplace hace de ese universo una gigantesca maquinaria que opera eternamente y en ella el movimiento está prescrito para siempre. Por eso se atrevió a declarar: Ya no necesito más la hipótesis de Dios.
En una obra publicada en 1985, afirmaba el entonces arzobispo Ratzinger que enseguida aparecieron nuevos conocimientos, como la teoría de la entropía que sostiene que la energía se consume; y luego surge la teoría de la transformación de la materia en energía, con lo que se desvanecen las dos conservaciones tradicionales: materia y energía. Después vendrá la teoría de la relatividad y otros conocimientos que muestran que el universo tiene un horario, que aún en la nebulosa de miles de millones de años, hacen ver para él un principio y un fin, lo que, junto a su armonía, viene a plantear una razón de todo, de necesaria consideración. Albert Einstein escribió en "Mein Weltbild" —según cita Ratzinger— que en las leyes de la naturaleza «se manifiesta una razón tan considerable que, frente a ella, cualquier ingenio del pensamiento o de la organización humana no es más que un pálido relejo».
Monod —sigo tomando ideas explicadas por Ratzinger— sostiene, sin embargo, que todo el concierto de la naturaleza es un producto de errores y disonancias. El propio Monod cita lo que Mauriac escribió sobre sus teorías: «lo que este profesor nos quiere demostrar es aún más increíble que lo que se exige creer al cristiano». Fuente de discordancias entre Creación y Ciencia lo ha constituido la conocida frase del Génesis, dirigida por Dios al hombre: «someted la tierra». Se ha entendido mal en ámbitos de creyentes y entre algunos científicos o pensadores que han hecho de ella un arma arrojadiza contra el cristianismo, considerándolo culpable de la miseria del planeta.
Una y otra vez vuelve Ratzinger sobre un doble asunto a tener en cuenta en la comprensión de la Biblia: es una revelación progresiva —cada pasaje no es "a se"—, en la que hay que estudiar un itinerario y, luego, observarlo todo desde Cristo, explicación última de lo manifestado gradualmente por Dios. En este asunto, por ejemplo, el capítulo siguiente del Génesis, describe con dos palabras el mandato: labrar y cuidar. La razón del activismo y del afán de dominio que hoy nos posee procede de una mentalidad iniciada en el Renacimiento, que se concreta más recientemente en el postulado de Marx: el hombre ya no debe interrogarse por su origen ni procedencia, pues se trata de una pregunta carente de sentido.
Todo eso tiene que ver con el precepto divino. Marx lo transforma de modo fundamental: el hombre debe producir la verdadera creación, que luego le será útil. Ernst Bloch completa el cuadro afirmando que la verdad no es lo que nosotros percibimos. Verdad será únicamente la transformación. La naturaleza ya no será para cultivarla, no es lo que es, sino que se concibe en sí misma como transformación. Ratzinger observa aquí la gran opresión de nuestro tiempo. Todo comenzó con la concepción del cosmos como fruto del azar y la necesidad.
Hay diversas hipótesis sobre el origen del universo, siempre contando con el evolucionismo, planteamiento sugestivo, hasta como expresión del poder divino, pero con muchos aspectos por explicar: la materia inicial, la admirable armonía cósmica que contemplamos y el particular caso del hombre. De cualquier modo, no se trata de Creación o Evolución, sino de ambas cosas, porque responden a preguntas distintas. La fe relata el origen más íntimo del hombre, el proyecto que hay detrás de él. La evolución trata de describir periodos biológicos. Lo empírico o el cálculo matemático, la física tienen mucho que decir. Y un cristiano —como Collins o Ken Miller— ama la ciencia, sabiendo que no demostrará la existencia ni la inexistencia de Dios.
Pero muros no traspasables por la ciencia, pueden hacer necesaria la honradez de plantearse otros problemas meta-científicos, en cuya puerta nos sitúa el mismo conocimiento. Con humor, expresa Giberson que si nos limitásemos a las conclusiones de la ciencia, nunca podríamos asegurar que nuestra esposa nos ama.