Hoy quiero hablarte de una luz especial, de cómo puedes lograr que brillen los ojos de quienes te rodean
En mi último post te hablaba de un faro (enlace). En uno anterior, de una cerilla (era en este otro). Y te he escrito hasta del alba, del amanecer (cuando aludía al país del sol naciente, en esta entrada).
Ya ves que me gusta la luz…
Todo empezó ayer por la noche. Estaba en una cena de esas ‘tipo cocktail’. Tienen como bueno −además de los canapés y las copas, je je− lo de que son de pie. Y, así, unos y otros nos vamos moviendo entre distintos corros de amigos y conocidos.
Llegué a uno de esos grupos y escuché este comentario: “He visto a Pablo con pajarita y le he tomado el pelo: ¡Para llevar pajarita hay que estar menos gordo!”
Juan, el interlocutor de mayor edad, empresario, respondió: “Yo jamás se lo hubiera dicho. De hecho, ya hace tiempo que tomé la determinación de comentar a los amigos con que me encuentro: “¡Te veo más delgado!” ¡Los dejo más contentos…! Lo aprendí de mi padre, que me aconsejaba una y otra vez: tú di siempre algo agradable; más aún, si te sale de balde”.
Como toda regla, tiene sus excepciones. Hay veces en que tiene uno la obligación moral de corregir; de decir algo que puede no gustar, y que incluso preferirías callar. Y lo haces porque ‘el otro’ te importa. Y mucho. Mis hijos recordarán alguna regañina en las que les aclaraba precisamente eso: que se lo comentaba porque eran mis hijos, y no los hijos del del tercero derecha. Le aclaro al del tercero (por si me lee) que vivíamos en otro edificio…
Te hice algunas reflexiones sobre lo de corregir en “La crítica leal” (enlace). Hay ocasiones en que no solo puedes, sino que debes hacerlo: para ayudar.
Te hablo de copla y me viene a la memoria un vídeo del compositor Benjamin Zander, en TED, en el que habla precisamente del brillo que uno puede sacar en los ojos de los demás.
Benjamin es un crack. Basta con escucharle. Y, encima, humilde. Como todos los grandes.
Como el vídeo dura tres minutos −y es leche condensada− te lo dejo aquí
1. ¿Cuántas ocasiones tengo cada día para decir algo agradable a las distintas personas con que me encuentro? ¿Las aprovecho? Piensa: desde que uno se levanta y desayuna hasta que se acuesta. Sin ir más lejos, por ejemplo, al tomar el ascensor: Aunque solo sea por no hacer, una vez más, de meteorólogo; que ya está muy manido lo de hablar del tiempo mientras subes o bajas…
2. Ya en mi ámbito profesional, como expresa Zander en el vídeo: ¿logro algún brillo en los ojos de las personas con quienes trabajo? ¿Es un brillo que demuestra que vivimos con alegría e ilusión, con compañerismo y compromiso, un ámbito tan importante como el laboral? ¿Somos conscientes de la fortuna de poder trabajar −seguro que tenemos algún amigo en paro− con todo lo que ello supone, no ya solo desde un punto de vista material, sino de autoestima, de crecimiento personal y socialización?
3. ¿Me doy cuenta de que algo positivo, unas breves y amables palabras que dirija a un compañero en la empresa, a un cliente, a un colaborador… le pueden cambiar el día? ¡No exageres!, pensará alguno. Y yo me acuerdo de tanta gente con hambre de afecto, de motivación; de crecer; de un sencillo gesto de reconocimiento. O, simplemente, de gratitud. Y me vienen a la cabeza Arquímedes, su palanca y lo de “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. ¡Cuántas veces se puede hacer y no solo es gratis… ¡es una buena inversión!
4. ¿Predico con el ejemplo, ya en mi casa, y transmito todas estas ideas a los míos? ¿Por qué a veces hablamos, en la mesa, de que las lentejas están saladas pero… nos olvidamos de hacerlo cuando la comida está sabrosa? ¿Somos conscientes de las horas de trabajo y de cariño que se han echado en esas croquetas, en esa tarta de manzana que engullimos en tres minutos? ¿Agradecemos expresa y expresivamente todo ello? ¿O en ocasiones damos casi por hecho que, si te lo estás comiendo tan rápido, ya está claro que está rico?
5. Si somos educadores, (y esto no va solo para los docentes) ¿nos damos cuenta de la importancia de lograr sacar lo mejor de cada uno de quienes dependen de nosotros? ¿Somos conscientes del valor de un elogio? ¿De lo relevante (aquí sí, si eres profe) de una anotación positiva en el examen de Pedro, a quien ves luchar… a veces sin demasiados resultados? Hay que usar el boli rojo, pero ¡también el verde! Resaltamos los errores, ¿por qué no los aciertos? Conozco una entidad que educa a adolescentes. Bastantes de estos, con problemas. Sus profesores-tutores tienen interiorizada la necesidad de llamar periódicamente a cada familia (una vez al mes) solo para contarles algo bueno del chaval. Me comentaban las primeras reacciones de susto de algunos padres al descolgar el teléfono y encontrarse al otro lado al profesor. Y cómo había quien pasaba del “¡Qué!, ¿qué ha hecho?” a lágrimas −es literal− de alegría cuando se le aclaraba que la llamada no era para censurar nada sino para comentar la puntualidad e interés que estaba poniendo el chico… ¡Nadie, nunca, les había dicho nada bueno de él! (Y, por tanto… los padres siempre se habían sentido frustrados como primeros -y entendían que malos- educadores).
6. Y, más allá de todo lo anterior y por concluir, ¿pienso alguna vez −porque alguna vez ocurrirá− que la frase que dirijo a alguien en un momento dado puede ser… la última que escuche de mi boca? Es la advertencia con la que acaba Benjamin el vídeo…
Si nos empeñamos (con nuestro ejemplo, con nuestra actitud, con nuestras palabras), podemos sacar lo mejor de quienes nos rodean. Podemos ser el punto de apoyo que en un momento dado necesitan. Podemos hacer que sus ojos brillen. Hacer más felices a quienes nos rodean. ¡Normalmente, no cuesta nada! Y si costase, ¿acaso no merecería la pena?
No quiero finalizar sin regalarte este otro vídeo (parece que me paguen comisión: ya lo he citado varias veces entre mis más de cien posts). Son diez minutos de placer y aprendizaje:
Ahora sí que acabo. Solo recuerda: haz brillar los ojos de quienes te rodean. Haz, sí, la vida agradable: te salga ello, o no, de balde. Regalar felicidad es la mejor inversión.
Por cierto… difundir este post es gratis. ¿Te importa hacerlo?
¡Muchas gracias!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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