Respuestas y testimonio personal del Papa a universitarios de Roma, en su discurso escrito y entregado
A las 9:50 de la mañana de ayer, 17 de febrero, el Santo Padre Francisco acudió visitar la Universidad Roma-Tres para estar con la comunidad del ateneo. A su llegada, fue recibido por el Rector Magnífico, Profesor Mario Panizza, por el Director General, Doctor Pasquale Basilicata, y por la Profesora Maria Francesca Renzi, Vicerrectora. En el curso del encuentro en la Plaza de la Universidad, introducido por el saludo del Rector Magnífico, el Papa ha respondido espontáneamente a las preguntas de cuatro estudiantes, dando por leído el texto preparado con antelación, que fue entregado a los presentes.
Al entregar el discurso, el Papa dijo: Este discurso es una respuesta pensada, reflexionada a las cuatro preguntas, pero yo quisiera responder un poco espontáneamente, porque me gusta más así. La visita terminó con el intercambio de regalos y un breve saludo del Santo Padre a los representantes de los docentes, de los estudiantes y del personal de la Universidad.
Señor Rector, ilustres docentes, queridos estudiantes y miembros del personal, os agradezco por haberme invitado a visitar esta Universidad, la más joven de Roma, y dirijo a todos vosotros mi saludo cordial. Agradezco al Rector, prof. Mario Panizza, las palabras de acogida, y deseo todo bien para la labor y la misión de este Ateneo. La instrucción y la formación académica de las nuevas generaciones es una exigencia primaria para la vida y el desarrollo de la sociedad. He escuchado vuestras preguntas, que os agradezco; las había leído antes e intentaré dar las respuestas teniendo en cuenta también mi experiencia.
Nuestra sociedad está llena de bien, de acciones de solidaridad y de amor al prójimo: tantas personas y tantos jóvenes, también entre vosotros, están comprometidos en el voluntariado y en actividades al servicio de los más necesitados. Y ese es uno de los valores más grandes del que estar agradecidos y orgullosos. Pero, si miramos a nuestro alrededor, vemos que en el mundo hay tantos, demasiados signos de enemistad y de violencia. Como justamente ha observado Giulia, están presentes muchas señales de un “obrar violento”. Te agradezco, Giulia, porque el Mensaje para la Jornada de la Paz de este año propone precisamente la no-violencia como estilo de vida y de acción política.
En efecto, estamos viviendo una guerra mundial a trozos: hay conflictos en muchas regiones del planeta, que amenazan el futuro de enteras generaciones. ¿Cómo es posible que la comunidad internacional, con sus organizaciones, no logre impedir o parar todo esto? ¿Los intereses económicos y estratégicos tienen más peso que el común interés por la paz? Con toda seguridad estas son preguntas que encuentran sitio en las aulas de las universidades, y resuenan ante todo en nuestras conciencias. Sí, la universidad es un lugar privilegiado donde se forman las conciencias, en una intensa confrontación entre las exigencias de lo bueno, de lo verdadero y de lo bello, y la realidad con sus contradicciones. ¿Un ejemplo concreto? La industria de las armas. Desde hace años se habla de desarme, se han hecho incluso procesos importantes en ese sentido, pero desagraciadamente, hoy, a pesar de todos los discursos y compromisos, muchos países están aumentando los gastos en armamento. Y esa, en un mundo que lucha todavía contra el hambre y las enfermedades, es una escandalosa contradicción.
Ante esta dramática realidad, justamente vosotros os preguntáis: ¿Cuál debe ser nuestra respuesta? Ciertamente no una actitud de desánimo ni desconfianza. Vosotros jóvenes, en particular, no podéis permitiros estar sin esperanza, la esperanza es parte de vosotros mismos. Cuando falta la esperanza, de hecho, falta la vida; y entonces algunos van en busca de una existencia engañosa que le ofrecen los mercaderes de la nada. Esos venden cosas que producen felicidades momentáneas y aparentes, pero en realidad te meten en calles sin salida, sin futuro, verdaderos laberintos existenciales. Las bombas destruyen los cuerpos, las dependencias destruyen las mentes, las almas, y también los cuerpos. Y aquí os pongo otro ejemplo concreto de contradicción actual: la industria del juego de azar. Las universidades pueden dar una válida contribución de estudio para prevenir y contrarrestar la ludopatía, que provoca daños graves a las personas y a las familias, con altos costes sociales.
Una respuesta que quisiera sugeriros −y tengo presente la pregunta de Niccolò− es la de comprometeros, también como universidad, en proyectos para compartir y servir a los últimos, para hacer crecer en nuestra ciudad de Roma el sentido de pertenencia a una “patria común”. Tantas urgencias sociales y tantas situaciones de malestar y pobreza nos interpelan: pensemos en las personas que viven en la calle, en los inmigrantes, en cuantos necesitan no solo alimento y ropa, sino inserción en la sociedad, como por ejemplo los que salen de la cárcel. Yendo al encuentro de esas pobrezas sociales, nos hacemos protagonistas de acciones constructivas que se oponen a las destructivas de los conflictos violentos y se oponen también a la cultura del hedonismo y del descarte, basada en los ídolos del dinero, del placer, del aparentar… En cambio, trabajando con proyectos, incluso pequeños, que favorezcan el encuentro y la solidaridad, recuperamos juntos un sentido de confianza en la vida.
En cada ambiente, especialmente en el universitario, es importante leer y afrontar este cambio de época con reflexión y discernimiento, o sea, sin prejuicios ideológicos, sin miedos ni huidas. Todo cambio, también el actual, es un paso que comporta dificultades, fatigas y sufrimientos, pero también comporta nuevos horizontes de bien. Los grandes cambios requieren repensar nuestros modelos económicos, culturales y sociales, para recuperar el valor central de la persona humana. Riccardo, en la tercera pregunta, ha hecho referencia a las “informaciones que en un mundo globalizado difunden especialmente las redes sociales”. En ese ámbito tan complejo, me parece que es necesario realizar un sano discernimiento, basados en criterios éticos y espirituales. Es decir, hay que preguntarse sobre lo que es bueno, haciendo referencia a los valores propios de una visión del hombre y del mundo, una visión de la persona en todas sus dimensiones, sobre todo en la trascendente.
Y, hablando de trascendencia, quiero hablaros de persona a persona, y daros testimonio de quién soy. Me profeso cristiano y la trascendencia a la que me abro y miro tiene un nombre: Jesús. Estoy convencido de que su Evangelio es una fuerza de verdadera renovación personal y social. Hablando así no os propongo ilusiones o teorías filosóficas o ideológicas, ni quiero hacer proselitismo. Os hablo de una Persona que vino a mi encuentro, cuando tenía más o menos vuestra edad, me abrió horizontes y me cambió la vida. Esa Persona puede llenar nuestro corazón de alegría y nuestra vida de significado. Es mi compañero de camino; Él no defrauda y no traiciona. Está siempre con nosotros. Se pone con respeto y discreción a lo largo del sendero de nuestra vida, nos sostiene sobre todo en la hora de la pérdida y la derrota, en el momento de la debilidad y del pecado, para volvernos a poner siempre en camino. Este es el testimonio personal de mi vida.
No tengáis miedo de abriros a los horizontes del espíritu, y si recibís el don de la fe −porque la fe es un don− no tengáis miedo de abriros al encuentro con Cristo y de profundizar el trato con Él. La fe nunca limita el ámbito de la razón, sino que lo abre a una visión integral del hombre y de la realidad, preservando del peligro de reducir la persona a “material humano”. Con Jesús las dificultades no desaparecen, pero se afrontan de modo diverso, sin miedo, sin mentirse a sí mismo ni a los demás; se afrontan con la luz y la fuerza que viene de Él. Y se puede llegar a ser, como ha dicho Riccardo, “agentes de la caridad intelectual”, a partir de la misma Universidad, para que sea lugar de formación en la “sabiduría” en el sentido más pleno del término, de educación integral de la persona. En esa perspectiva la Universidad ofrece su peculiar e indispensable contribución a la renovación de la sociedad.
Y la Universidad puede ser también lugar donde se elabora la cultura del encuentro y de la acogida de las personas de tradiciones culturales y religiosas diversas. Nour, que proviene de Siria, ha hecho referencia al “miedo” del occidental respecto al extranjero en cuanto podría “amenazar la cultura cristiana de Europa”. A parte de que la primera amenaza a la cultura cristiana de Europa viene precisamente desde dentro de Europa, el encerrarse en sí misma o en la propia cultura nunca es la vía para devolver esperanza y realizar una renovación social y cultural. Una cultura se consolida en la apertura y al confrontarse con las demás culturas, siempre que tenga una clara y madura consciencia de sus propios principios y valores. Animo por tanto a docentes y estudiantes a vivir la Universidad como ambiente de verdadero diálogo, que no aplasta las diversidades ni tampoco las exaspera, sino que abre a la confrontación constructiva. Estamos llamados a comprender y apreciar los valores del otro, superando las tentaciones de la indiferencia y del temor. Nunca tengáis miedo del encuentro, del diálogo, de la confrontación.
Mientras lleváis adelante vuestro recorrido de enseñanza y de estudio en la universidad, probad a preguntaros: ¿mi forma mentis se está convirtiendo en más individualista o más solidaria? Si es más solidaria, es buena señal, porque iréis contracorriente, pero en la única dirección que tiene un futuro y que da futuro. La solidaridad, no proclamada con palabras sino vivida concretamente, genera paz y esperanza para cada país y para el mundo entero. Y vosotros, por el hecho de trabajar y estudiar en la universidad, tenéis una responsabilidad de dejar una impronta buena en la historia.
Os agradezco de corazón este encuentro y vuestra atención. Que la esperanza sea la luz que ilumina siempre vuestro estudio y vuestro compromiso. Para cada uno de vosotros y para vuestras familias invoco la bendición del Señor.
Giulia, 25 años, nacida en Roma, licenciada en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en Roma-Tres, actualmente está en el último año del doctorado en Economía del Ambiente y del Desarrollo. Es representante de los estudiantes en el Consejo de Administración del ateneo:
¿Santo Padre, para Usted cuáles pueden ser las medicinas para contrarrestar las manifestaciones de un obrar violento, desgraciadamente cada vez más presente en la historia de la humanidad?
Has hablado del obrar violento, de violencia. Pero pensemos también en el lenguaje: el tono del lenguaje ha subido, y mucho. Hoy se habla por la calle, en casa, se grita, incluso se insulta con toda normalidad. Por tanto, está también la violencia al expresarse, al hablar. Y es una realidad que todos vemos, ¿verdad? Si hay algo en la calle o algún problema, antes de preguntar cortésmente: ¿Qué ha pasado?, decimos un insulto y luego se pregunta el porqué. Es verdad, hay un aire de violencia también en nuestras ciudades. También la prisa, la celeridad de la vida nos hace violentos en casa. Muchas veces olvidamos −en casa− dar los buenos días: Hola, hola, y otros son saludos anónimos. La violencia es un proceso que nos vuelve cada vez más anónimos: ¡te quita el nombre! Anónimos unos con otros. Te quita el nombre y nuestras relaciones son como sin nombre: Sí, es una persona la que tengo delante, con un nombre, pero yo te saludo como si fueses una cosa. Y eso que vemos aquí, crece, crece, crece y se vuelve violencia mundial.
Hoy nadie puede negar que estamos en guerra, y esta es una tercera guerra mundial a trocitos, pero lo es. Hay que bajar un poco el tono, hay que hablar menos y escuchar más. Hay tantas medicinas contra la violencia, pero la primera, lo primero de todo es el corazón: un corazón que sabe recibir, acoger lo que tú piensas. Antes de discutir, dialogar. Si tú piensas diferente a mí, ¡pues dialoguemos! El diálogo acerca, y no solo acerca a las personas: ¡acerca los corazones! Con el diálogo se entabla la amistad y se crea la amistad social. Cuando leo el periódico y veo que éste insulta a aquél, digo: Pero en una sociedad donde la política ha caído tan bajo −estoy hablando de la sociedad mundial, no solo de aquí: de todo, de todo− se pierde el sentido de la construcción social, de la convivencia social, y esa convivencia social se hace con el diálogo. Y para dialogar, primero escuchar.
Tantas veces −y esto se ve mucho cuando hay campañas electorales, debates en la tele−, antes de que el otro termine de hablar, ya está respondiendo. ¡Pero espera, escucha bien lo que te dice, y luego piensa y responde! Escuchar bien. Y si no entiendo lo que quieres decirme, preguntar: Pero con esto que has dicho, ¿qué quieres decir? Porque no lo he entendido bien. La paciencia del diálogo. Donde no hay diálogo, hay violencia. He hablado de guerra: es verdad, estamos en guerra, es cierto. Pero las guerras no empiezan allí: comienzan en tu corazón, en nuestro corazón. Cuando no soy capaz de abrirme a los demás, de respetar a los otros, de hablar con los demás, de dialogar con los otros: ahí empieza la guerra. Cuando no hay diálogo en casa, por ejemplo: cuando en vez de hablar, se grita y el tono es de griterío. ¡O se chilla! O, cuando estamos a la mesa, en vez de hablar, cada uno con su móvil: ¡está hablando, sí, pero con otros! Pues ese germen es el inicio de la guerra, porque no hay diálogo. Creo que ese es el fundamento.
Y eso dice mucho de la universidad, porque he oído lo que decía el señor rector: la universidad es el universo, es precisamente el lugar donde se puede dialogar, donde hay sitio para todos: para el que piensa así, para quien piensa distinto, para el que piensa de otro modo… Dialogar es propio de una universidad. Una universidad donde solo se va a clase, se escucha al profesor o a la profesora y luego vuelvo a casa, ¡eso no es una universidad! Una universidad debe tener esa labor artesanal del diálogo. Sí, oír las clases, las lecciones, escuchar la sabiduría de los profesores, sí; pero el diálogo, la discusión: ¡eso es importante! Y hablo de una cosa que no sé si en Italia existe, no lo sé, pero sé que hay en otras partes: yo lo he visto. Las universidades de élite, que son generalmente llamadas universidades ideológicas, donde tú vas, te enseñan solo esa línea de pensamiento, esa línea ideológica, y te preparan para ser un agente de esa ideología. Eso no es universidad: esa no es una universidad.
Donde no hay diálogo, donde no hay discusión, donde no hay escucha, donde no hay respeto por lo que piensa el otro, donde no hay amistad, donde no está la alegría del juego, del deporte, todo eso, no es una universidad. Todo junto. Pero yo voy a la universidad a aprender. ¡Aprender! Pues sí: pero para aprender, yo diría, a vivir, a vivir lo verdadero, y buscar lo verdadero, a vivir lo bueno, la bondad, y buscar la bondad, a vivir lo bello y buscar la belleza. ¡Verdad, bondad y belleza! Y eso se hace juntos, todos juntos, y es un camino universitario que no acaba nunca. Por eso es tan importante la presencia de los antiguos alumnos de la universidad en el cuerpo universitario, para que los nuevos, los que están haciendo el curso ahora, puedan tener diálogo con ellos. Cuando se hace eso, el obrar no es violento, es hermoso: es bellísimo. Es la alegría de hacer un camino juntos, sin gritar, sin insultar, sin…, buscando siempre la verdad, la bondad, la belleza. No sé si he respondido.
Niccolò Antongiulio Romano, 23 años, nacido en Roma, recibió educación católica en el Colegio San José. Actualmente cursa quinto de Derecho y está a punto de acabar el doctorado. Está trabajando en una tesis sobre la disciplina jurídica de las energías renovables:
Santo Padre, en su opinión, ¿cuál es el valor y el significado de Roma para su Obispo, un Papa que viene “de la otra parte del mundo”? ¿Es todavía nuestra ciudad la ‘communis patria’, y qué debería hacer una Universidad como la nuestra para demostrar ese papel?
Riccardo Zucchetti, 23 años, nacido en Roma, obtuvo diploma de honor en la selectividad en el instituto científico “Convitto Nazionale Vittorio Emanuele II” y se licenció en 2016 en Ingeniería Electrónica en Roma-Tres con un trabajo de investigación sobre las aplicaciones de meta-materiales. Actualmente prepara en Roma-Tres el doctorado en Ingeniería de las Tecnologías de la Comunicación y de la Información. Paralelamente a sus estudios académicos, es miembro activo de la Pastoral Universitaria:
Santo Padre, como frecuentemente nos recuerda, estamos viviendo no una época de cambios sino un verdadero cambio de época, para el que es necesario una valiente revolución cultural. Para usted, en un mundo globalizado donde las informaciones más que confusas se difunden principalmente por las redes sociales, ¿cómo podemos prepararnos para ser agentes de la caridad intelectual y contribuir a una renovación constructiva de la sociedad?
(El Papa responde a las dos preguntas a la vez)
Riccardo, mientras hablabas, he tomado nota de eso de la época de cambio y del cambio de época, que es tan importante. Es verdad que no cambian las cosas por ser más moderno… no. La época es distinta y debemos tomar las cosas como vienen. Este es el primer paso para la vida: ¡Si no aprendemos a tomar la vida como viene, nunca jamás aprenderemos a vivirla! La vida se parece un poco al portero de fútbol que atrapa el balón desde donde se lo tiren; pues la vida se debe tomar desde donde te viene. Esto no es solo Tiempos modernos de Charlie Chaplin, es otra cosa. Es una época distinta, que viene de una parte que yo no esperaba, pero que debo tomarla como viene, sin miedo. Lo del miedo lo ha dicho Nour[2], en otro sentido. Pero tomarla sin miedo, ¡la vida es así! Es así. Un cambio de época.
¿Qué debería hacer una universidad como la nuestra para demostrar ese papel de ciudad “communis patria”? Debemos buscar siempre la unidad −la unidad que no es el periódico[3], no−: la unidad que es algo totalmente distinto a la uniformidad. La unidad necesita, para ser una, diferencias: ¡Unidad en la diversidad! La unidad se hace con la diversidad. Estamos en una época, vivimos en una época de globalización, y el error es pensar la globalización como si fuese un globo, una esfera, donde cada punto está a igual distancia del centro, sin diferencia, donde todo es uniforme: ese punto es como este, como este… no hay diferencia. Y esa uniformidad es la destrucción de la unidad porque te quita la capacidad de ser diferente. La unidad en las diferencias.
Por eso, me gusta hablar de otra figura geométrica, no la esfera: el poliedro. Sí, hay una globalización poliédrica, hay una unidad, pero cada persona, cada raza, cada pueblo, cada cultura conserva siempre su identidad propia. Y esa es la unidad en la diversidad que la globalización debe buscar. La unidad de una universidad va por ese camino: la unidad en la diversidad. Y cuando se hace eso, y se va por ese camino, las culturas crecen y el nivel cultural crece, porque es un diálogo continuo entre este lado del poliedro y con este, y con este, que están unidos en una unidad. Creo que el peligro de hoy −es un verdadero peligro mundial− es concebir una unidad, una globalización en la uniformidad, y eso destruye. No. La verdadera unidad se hace en la diversidad y así podemos hablar de una communis patria, ¿por qué? Porque estamos unidos, pero cada uno es diferente, cada uno es distinto, también en el mundo, todos somos distintos, todos somos diversos.
Esas son las dos cosas que quería decir sobre las preguntas de Niccolò y Riccardo: cambio de época, globalización, unidad en la diversidad y una caridad intelectual para contribuir a una renovación constructiva de la sociedad. En la comunicación −Riccardo hablaba de las redes sociales− es verdad que hay una celeridad. Hace 40 o 50 años los holandeses inventaron una palabra que a mí me gustaba mucho: rapidación, es como la progresión geométrica en el tiempo. Aquello de Aristóteles: el movimiento, cuando llega al final es más veloz, la ley de la gravedad, y se va más rápido.
Pues hoy la comunicación es así, con el peligro de no tener tiempo para detenerse para asimilar, para pensar y reflexionar. Esto es importante: habituarse a esa comunicación, pero sin que esa rapidez, esa rapidación −la palabra nueva− me quite la libertad de decir: ‘No’. Acostumbrase al diálogo a esa velocidad. Muchas veces una comunicación tan rápida, tan ligera, puede convertirse en líquida, sin consistencia, y eso es uno de los peligros de esta sociedad −esta no es una palabra mía, la “sociedad líquida”, la dijo Bauman hace tiempo−: la liquidez sin consistencia. Y debemos asumir el reto de transformar esa liquidez en algo concreto. Para mí, la palabra clave para responder a la pregunta de Riccardo es concreción: ¡contra la liquidez, la concreción!
Pensemos también en la economía. ¿Cuál es el drama hoy de la economía? La economía líquida. Y cuando hay economía líquida, hay falta de trabajo, hay desempleo. Tengo un amigo, un empresario que vino de Argentina, que me contaba que fue a visitar a otro amigo que vivía en el norte de América, en Canadá, creo. Y le mostró cómo hacía una operación de compraventa directamente desde el ordenador, con internet, y en 10 minutos trasfirió cabras, creo, que eran de América, al Oriente, y ganó 10 mil dólares. ¡En 10 minutos, directamente! ¡Todo líquido! Y cuando hay liquidez en la economía, por ejemplo, no hay trabajo concreto. Yo os hago la pregunta: nuestra querida madre Europa, la identidad de Europa −Nour habló un poco de esto−, ¿cómo se puede pensar que países desarrollados tengan un paro juvenil tan fuerte?
No diré los países, pero sí las cifras: jóvenes menores de 25 años en un país el 40 por ciento sin trabajo; en otro país cercano a ese el 47 por ciento; en otro país −estoy hablando de Europa− 50; en otro país más cercano está casi llegando al 60. Esa liquidez de la economía quita la concreción del trabajo y quita la cultura del trabajo, porque no se puede trabajar, los jóvenes no saben qué hacer. Y un joven sin trabajo porque no la encuentra va dando vueltas y vueltas, y los explotan aquí y allá: los explotan dos, tres días… Y siguen sin encontrar.
Al final, ¿la amargura del corazón adónde me lleva? A las dependencias. Las dependencias tienen ahí una raíz. O me lleva al suicidio. Dicen los que saben −yo no estoy seguro de esto, no estoy seguro− que las verdaderas estadísticas de los suicidios juveniles no se publican; se publica algo, pero las verdaderas estadísticas, no. Esta falta de trabajo me lleva…, pues voy a otra parte y me enrolo en un ejército terrorista, al menos tengo algo que hacer y doy sentido a mi vida… Terrible. Es terrible. Y eso es economía de mercado, economía…. no sé exactamente, yo diré economía líquida. Cuando debe ser concreta para resolver los problemas económicos, sociales, todos los problemas, también culturales: concreción, concreción. Si no, no se puede. Y hay otra cosa que quería decir sobre esto: sí, la universidad: debe estar aquí, en vuestro diálogo con los profesores y entre vosotros, y preguntaros: ¿por qué esto? Y buscar también soluciones que proponer a los problemas reales, contra esa cultura líquida.
Nour Essa, 31 años, nacida en Damasco, Siria, llegó a Italia desde Lesbos con el Papa, invitada a su vuelo junto a otros once refugiados, en abril de 2016. Obtuvo una beca del Ministerio del Interior. Empezó el proceso para el reconocimiento de su licencia en Agricultura obtenida en Siria y de su Master de Microbióloga obtenido en Francia. Actualmente está en tercero de Biología en Roma-Tres. Le faltan cinco exámenes para terminar la licenciatura.
Santo Padre, me llamo Nour Essa y soy siria. Escapé de mi país hace un año con mi marido y mi hijo, Riad. Llegamos a la Isla de Lesbos donde permanecimos en el campo de refugiados un mes, y luego nuestra vida cambió en un día gracias a Usted. Siempre está la cuestión del miedo, que se mueve entre la gente. Me acuerdo de una pregunta que le hizo una periodista en su avión de regreso desde Lesbos. La pregunta era sobre el miedo europeo a quien proviene de Siria o de Irak: ¿esas personas no amenazan la cultura cristiana de Europa?
Nour habla de la identidad cristiana de Europa y del miedo, porque si viene gente de otra cultura perdemos la identidad europea… Pero yo me pregunto: ¿cuántas invasiones ha habido en Europa desde los inicios hasta ahora? Europa se hizo de invasiones, migraciones… los Normandos…, vosotros lo sabéis mejor que yo… se hizo artesanalmente así. Las migraciones no son un peligro: son un reto para crecer, y lo dice uno que viene de un país donde más del 80 por ciento son inmigrantes. En Argentina, desde 1880 al 1950, sí, en la postguerra, hubo oleadas migratorias, muchas, muchas, desde todos los países. Es un país mestizo, la sangre se mezcló. Es verdad, no tenemos una bonita identidad, pero eso porque no sabemos gestionar las cosas, porque vosotros conocéis mejor que yo las bromas que se hacen con los argentinos, muchas… ¡y son justas, son justas! Pero eso es un pecado nuestro, no es algo malo de las migraciones.
Recuerdo aquel día en Lesbos: sufrí tanto aquel día. Ellos habían subido al avión antes de que yo llegase con el primer ministro para despedirlos y alguien fue a decirles que debían bajar para saludar, pero no querían bajar: ¡tenían miedo! Tenían miedo, el miedo de ser devueltos, ¿verdad? Es importante, el problema de los inmigrantes. Pensarlo bien, hoy, porque es un fenómeno migratorio tan fuerte: pensemos en África y en el Medio Oriente, hacia Europa: esto no es hacer política, no. Esto es decir una realidad como yo la veo. Porque hay guerra y huyen de la guerra, o hay hambre y huyen del hambre. ¿Y cuál sería la solución ideal? Que no haya guerra y que no haya hambre, o sea, hacer la paz o hacer inversiones en esos sitios para que tengan recursos para trabajar y ganarse la vida. Pero si hay hambre, huyen. También en algunos países tienen una cultura pobre, de sufrimiento, una cultura que les hace sufrir, que es la explotación: es gente explotada. Y nosotros −nosotros en general− vamos allí para explotarlos.
Un primer ministro africano me contaba el año pasado que el primer trabajo que hizo en su gobierno fue la reforestación del país, porque las empresas internacionales que habían ido allí lo deforestaron todo. Lo explotaron. Es un ejemplo pequeño, pero… ¡no explotar! No seamos como los poderosos que van allí a explotar. Y tienen hambre porque no tienen trabajo, y no tienen trabajo porque han sido explotados. Y huyen. Y luego, al llegar a Europa donde piensan que encontrarán un status mejor, también aquí son explotados por los mercaderes de las pateras, todo lo que sabemos: lo que ha hecho del Mediterráneo un cementerio. No olvidemos esto: nuestro mar, el mare nostrum, es hoy un cementerio. Pensémoslo cuando estemos solos, como si fuese una oración. Esa gente, esos inmigrantes llegan, son acogidos. Cuando hace casi cuatro años −un poco menos− fui a Lampedusa, porqué sentí que tenía que ir −era el primer viaje que hice−, estaba comenzando el fenómeno. Ahora es de todos los días.
¿Cómo se debe recibir a los inmigrantes? ¿Cómo se deben acoger los inmigrantes? Primero, como hermanos y hermanas humanos: son hombres y mujeres como nosotros. Segundo, cada país debe ver qué número es capaz de acoger. Es verdad: no se puede acoger si no hay posibilidades. Pero todos pueden hacer algo. Y luego, no solo acoger: integrar. Integrar, o sea, recibir a esa gente y procurar integrarlos. Primero, que aprendan la lengua, buscarles un trabajo, una casa: integrar. Que haya organizaciones para integrar.
La experiencia que yo tuve cuando vino Nour, creo que tres días después los niños ya iban a la escuela, y cuando vinieron todos juntos, a comer conmigo, tres meses después, los niños hablaban italiano. Los más grandes más o menos, pero los pequeños ya hablaban. ¿Por qué? Pues porque fueron a la escuela y los niños ya sabemos que aprenden en seguida, ¿verdad? Eso es integrar. Y la mayoría ya tenía trabajo y una persona que le acompañaba en la integración: las puertas abiertas. Y también es importante tener en cuenta que ellos traen una cultura, una cultura que es riqueza para nosotros. Y también ellos deben recibir nuestra cultura y hacer un intercambio de culturas. Respeto. Y eso quita el miedo. Pero hay miedo, sí; pero el miedo no es solo de los inmigrantes: los delincuentes que vemos en los periódicos, las noticias, son nativos de aquí, o inmigrantes, de todo: ¡hay de todo!
Pero integrar es importante: ¡integrar es importante! Precisamente, los chicos que atentaron en Zaventem eran belgas, ¡nacidos en Bélgica! Hijos de inmigrantes, ¡pero en guetos, no integrados! Hay algunos países de Europa que dan buen ejemplo de integración. Por ejemplo, del tiempo de las dictaduras militares en América Latina, sé de Suecia: Suecia recibió muchos inmigrantes sudamericanos, muchos. Pero enseguida, al día siguiente ya tenían una casa, y luego un trabajo, y la lengua… Los suecos, por ejemplo, hoy son 9 millones, pero de esos, 890 mil son nuevos suecos, es decir, inmigrantes o hijos de inmigrantes integrados. El día que regresaba de Suiza, vino a despedirme en nombre del gobierno una ministra, una mujer, hija de madre sueca y de padre creo que era de Gabón, un inmigrante. ¡Ministra del Estado! ¿Por qué? Porque saben −y otros países han hecho cosas del estilo− hacer eso. Y cuando hay eso, acogida, acompañar e integrar, no hay peligro con las inmigraciones. Se recibe una cultura y se ofrece otra cultura. Esta es mi respuesta al miedo. Os doy las gracias. Pero universidad, diálogo en las diferencias. Muchas gracias.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Se recoge aquí lo que hemos podido traducir de lo aparecido hasta ahora, porque no ha salido aún la transcripción oficial del Vaticano (ndt).
[2] Nour es la que hará la cuarta pregunta, que el Papa ya conoce (ndt).
[3] En Italia hay un periódico que se llama precisamente L’Unitá (ndt).
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