En una era en la que hay en nuestra sociedad mucha ración de antropocentrismo y a veces vamos de muy sobraos, una piedrecilla de un centímetro −y hasta de mucho menos− ¡te puede poner vuelta al aire!
Perdona el retraso.
No soy de ir de médicos, pero esta vez me ha tocado. La culpa, un cólico nefrítico (frenético, dicen algunos). Una piedra, vaya. Y, en esos casos, si hay que ir −al médico−… se va. Sin pasión, pero precisamente para evitar −o aminorar− el padecer.
No me pasa como a Paco a quien, tras un cólico agudo y las pruebas de rigor, le detectaron una piedra en el riñón. Eran los tiempos en que, si había que quitarla… cirugía. Así que prepararon todo y ¡a quirófano!
A vuelta de la anestesia, el cirujano −desazonado y de mil colores− le decía al paciente:
−Señor Martínez, lamento comunicarle que no ha habido forma de dar con el cálculo, con la piedra, vamos.
A lo que el señor Martínez respondió sobre la marcha: “Pero ¡cómo la van a encontrar… si la oriné justo antes de que me llevaran a quirófano!”
El cirujano no daba crédito: “¡¡Y cómo no nos lo dijo!!”
Y Paco −que sí que era de ir de médicos− le replicó: “Es que si se lo digo no me operan”.
En mi caso no tuve ocasión de decírselo, porque la piedra no salió. Vamos, que se negaba a ser expulsada. Así que en la Clínica Universidad de Navarra -donde tengo un seguro- fueron a por ella. No hizo falta quirófano. Una sencilla (a pesar del nombre) litotricia la fulminó. Y ella dejó de fulminarme. Donde las dan, las toman…
A pesar de que soy buen enfermo (y por eso me dan los cólicos un viernes después del trabajo y para el lunes ya está resuelto) andaba yo pensando en que te debía post…
En una era en la que hay en nuestra sociedad mucha ración de antropocentrismo y a veces vamos de muy sobraos, como si el universo girara en torno a nosotros, una piedrecilla de un centímetro −y hasta de mucho menos− ¡te puede poner vuelta al aire! Y sin necesidad de una honda ni de un David, por muy Goliat que alguien se crea. Humildad. Piénsalo. Humildad. Una piedrecilla, te tumba.
La humildad no está reñida con la debida estima propia, con la necesaria autoestima. Es más, son absolutamente conciliables.
Lo digo porque quiero aquí clavar otra idea: Hay quienes están encantados de haberse conocido. Y quienes −desgraciadamente− no se quieren como deberían.
Hay personas que van por la vida −quizás todos, alguna vez− como si fueran la fruta más sabrosa y preciada del Paraíso. Y minusvaloran a la tierra, al barro o al lodo. Lo miran ‘de arriba a abajo’.
Olvidan que si son (insisto, si son) fruto es porque una semilla germinó precisamente gracias a esa tierra que ahora desprecian o simplemente ignoran cegadas con su propio brillo o su color. E incluso inconscientes, a veces, de que les habita un gusano.
Ahora que ha salido la palabra ‘cegadas’ te hablo de quienes no están encantados de haberse conocido, sino todo lo contrario.
Y acabo con lo que hace poco me contaba un viejo párroco rural. Me hablaba sobre una persona (vaya usted a saber quién) que seguramente de forma excesivamente dañina se le autodefinía como lodo, barro, tierra y… de la mala.
A ella, mi interlocutor le soltó lo siguiente −como no lo dije yo, pero me hizo pensar te lo comparto−:
“Bien, hala, o sea que eres barro. ¿Y qué somos los demás?… Mira, hace algo así como dos mil años, hubo Alguien que hizo lodo, ¡lodo! con la saliva. Y se lo aplicó en los ojos a un ciego −ciego de nacimiento−. Y, mira, por medio de ese lodo… le dio la luz”.
Así que este fin de semana −vuelvo a mi asunto−, me decía que el barro, las piedras, no son buenas ni malas per se. No me negarás un poco de mérito al escribir esto después del cólico…
No. El lodo, las piedras, no son buenas ni son malas. Todo depende de qué misión cumplan.
Y si no, que se lo digan a Michelangelo Buonarroti, Miguel Ángel. Y al David que −según el italiano− estaba escondido en un bloque de piedra. “Yo solo quité lo que sobraba”, manifestó el humilde −y sin embargo soberbio− escultor.
Vamos, como el médico con mi litotricia: también quitó lo que sobraba. Otro artista.
Hala, que me he puesto un poco trascendente y no pienso acabar así.
Te decía que no soy de médicos. El que sí lo era (además de Paco) era Julián. El de esta historieta final.
Todos los viernes, sistemáticamente, se veía en la sala de espera de urgencias hospitalarias con los mismos amigos. Hasta que un día… faltó. “¿Cómo es que no viene Julián?”, preguntó preocupado uno de los habituales. “Es que está enfermo”, le explicó otro.
Como chiste es malo y seguramente lo conocías, pero… ¡menos da una piedra!
Feliz semana.
Si el post te ha entretenido o hecho pensar, difúndelo. Harás bien.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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