Durante el Ángelus del domingo, el Santo Padre apoyó de nuevo explícitamente esta iniciativa
Después del Ángelus el Santo Padre dirigió diversos saludos a numerosos grupos de Italia y varias partes del mundo. Entre ellos el Papa mencionó a los estudiantes de Pamplona, a los fieles de Madrid, Bilbao y Gran Canaria, en España.
Francisco recordó especialmente dos eventos:
“Mañana comienza en Estambul, Turquía, la Primera Cumbre Humanitaria Mundial, con la finalidad de reflexionar sobre las medidas de adoptar para ir al encuentro de las dramáticas situaciones humanitarias causadas por conflictos, problemáticas ambientales y extrema pobreza. Acompañamos con la oración a los participantes en esa reunión para que se comprometan plenamente en realizar el objetivo humanitario principal: salvar la vida de todo ser humano, ninguno excluido, en particular los inocentes y los más indefensos. La Santa Sede tomará parte en este encuentro, en esta Cumbre Humanitaria, y por esto viaja hoy, para representar a la Santa Sede, el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin”.
“El martes, 24 de mayo, nos uniremos espiritualmente a los fieles católicos en China, que ese día celebran con particular devoción la memoria de la Bienaventurada Virgen María “Ayuda de los Cristianos”, venerada en el santuario de Sheshan en Shanghai. Pidamos a María donar a sus hijos en China la capacidad de discernir en cada situación los signos de la presencia amorosa de Dios, que siempre acoge y siempre perdona. Que en este Año de la Misericordia los católicos chinos puedan, junto a cuantos siguen otras nobles tradiciones religiosas, convertirse en signo concreto de caridad y de reconciliación. De esta manera ellos promoverán una auténtica cultura del encuentro y de la armonía en la entera sociedad, aquella harmonía que tanto ama el espíritu chino”.
Texto de la alocución del Papa durante el rezo del Ángelus
Hoy, fiesta de la Santísima Trinidad, el Evangelio de san Juan nos presenta un pasaje del largo discurso de despedida, pronunciado por Jesús poco antes de su pasión. En ese discurso explica a sus discípulos las verdades más profundas que le conciernen; y así se delinea la relación entre Jesús, el Padre y el Espíritu. Jesús sabe que está cerca de realizar el designio del Padre, que se cumplirá con su muerte y resurrección; por eso quiere asegurar a los suyos que no los abandonará, porque su misión será prolongada por el Espíritu Santo. Será el Espíritu quien prolongue la misión de Jesús, es decir, quien lleve la Iglesia adelante.
Jesús revela en qué consiste esa misión. Ante todo el Espíritu nos guía a entender las muchas cosas que Jesús mismo tiene todavía que decir (cfr. Jn 16,12). No se trata de doctrinas nuevas o especiales, sino de una plena comprensión de todo lo que el Hijo ha oído del Padre y que dio a conocer a los discípulos (cfr. v. 15). El Espíritu nos guía en las nuevas situaciones existenciales con una mirada dirigida a Jesús y, al mismo tiempo, abierto a los sucesos y al futuro. Nos ayuda a caminar por la historia firmemente arraigados en el Evangelio, con dinámica fidelidad a nuestras tradiciones y costumbres.
Pero el misterio de la Trinidad nos habla también de nosotros, de nuestra relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En efecto, mediante el Bautismo, el Espíritu Santo nos ha metido en el corazón y en la vida misma de Dios, que es comunión de amor. Dios es una “familia” de tres Personas que se aman tanto que forman una sola cosa. Esta “familia divina” no está cerrada en sí misma, sino abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombres para llamar a todos a formar parte. El horizonte trinitario de comunión nos envuelve a todos y nos estimula a vivir en el amor y el compartir fraterno, seguros de que donde hay amor está Dios.
Nuestro ser creado a imagen y semejanza de Dios-comunión nos llama a comprendernos a nosotros mismos como seres-en-relación y a vivir las relaciones interpersonales en la solidaridad y el amor mutuos. Dichas relaciones se juegan, ante todo, en el ámbito de nuestras comunidades eclesiales, para que sea cada vez más evidente la imagen de la Iglesia icono de la Trinidad. Pero se juegan en toda otra relación social, desde la familia a las amistades al ambiente de trabajo: son ocasiones concretas que se nos ofrecen para construir relaciones cada vez más humanamente ricas, capaces de respeto mutuo y de amor desinteresado.
La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a comprometernos en los sucesos ordinarios para ser fermento de comunión, de consuelo y de misericordia. En esta misión, estamos sostenidos por la fuerza que el Espíritu Santo nos da: que cura la carne de la humanidad herida por la injusticia, la opresión, el odio y la avaricia. La Virgen María, en su humildad, acogió la voluntad del Padre y concibió al hijo por obra del Espíritu Santo. Que Ella nos ayude, espejo de la Trinidad, a reforzar nuestra fe en el Misterio trinitario y a encarnarla con decisiones y actitudes de amor y de unidad.