Catequesis de la Audiencia Jubilar del segundo sábado de marzo, donde el Santo Padre explicó la relación entre misericordia y servicio
Texto completo de la catequesis del Papa traducida al español
Nos estamos acercando a la fiesta de Pascua, misterio central de nuestra fe. El Evangelio de Juan −como hemos escuchado− narra que, antes de morir y resucitar por nosotros, Jesús realizó un gesto que quedó grabado en la memoria de los discípulos: el lavatorio de los pies. Un gesto inesperado y sorprendente, hasta el punto de que Pedro no quería aceptarlo. Me gustaría detenerme en las palabras finales de Jesús: «¿Comprendéis lo que os he hecho? [...] Si yo, el Maestro y el Señor, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos a los otros» (13,12.14). De este modo, Jesús indica a sus discípulos el servicio como camino para vivir la fe en él y dar testimonio de su amor. Jesús mismo se aplicó la imagen del “Siervo de Dios”, utilizada por el profeta Isaías. ¡Él, que es el Señor, se hace siervo!
Lavando los pies a los apóstoles, Jesús quiso revelar el modo de obrar de Dios con nosotros, y dar ejemplo de su «mandamiento nuevo» (Jn 13,34) de amarnos los unos a los otros como Él nos amó, es decir, dando la vida por nosotros. El mismo Juan lo escribe en su Primera Carta: «En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros; por tanto, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos […] Hijitos, no amemos de palabra o de lengua, sino con obras y de verdad» (3,16.18).
Así pues, el amor es el servicio concreto que damos los unos a los otros. El amor no son palabras, son obras y servicio; un servicio humilde, hecho en el silencio y en el anonimato, como el mismo Jesús dijo: «que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6,3). Esto comporta poner a disposición los dones que el Espíritu Santo nos ha dado, para que la comunidad pueda crecer (cfr. 1Cor 12,4-11). Además, se expresa en el compartir los bienes materiales, para que nadie pase necesidad. Esto de compartir y de entregarse a quien lo necesita es un estilo de vida que Dios sugiere también a muchos no cristianos, como camino de auténtica humanidad.
Por último, no olvidemos que, lavando los pies de los discípulos y pidiéndoles que hagan lo mismo, Jesús nos invita también a confesar mutuamente nuestras faltas y a rezar unos por otros, para sabernos perdonar de corazón. En este sentido, recordemos las palabras del santo obispo Agustín cuando escribía: «No planee el cristiano hacer sino lo que hizo Cristo. Porque cuando el cuerpo se inclina hasta los pies del hermano, también en el corazón se enciende −o si ya lo estaba se alimenta− el sentimiento de humildad […] Perdonémonos mutuamente nuestros errores y recemos mutuamente por nuestras culpas y así, de algún modo nos lavaremos los pies mutuamente» (In Joh 58,4-5).
El amor, la caridad, es el servicio, ayudar a los demás, servir a los demás. Hay tanta gente que se pasa la vida así, en el servicio a los demás. La semana pasada recibí una carta de una persona que me agradecía el Año de la Misericordia; me pedía que rezase por ella, para que pudiese estar más cerca del Señor. La vida de esa persona es cuidar a su madre y a su hermano: la madre en cama, anciana, lúcida pero no se puede mover, y el hermano discapacitado en una silla de ruedas. Esta persona, su vida, es servir, ayudar. ¡Y eso es amor! Cuando te olvidas de ti mismo y piensas en los demás, ¡eso es amor! Y con el lavatorio de los pies el Señor nos enseña a ser servidores, y más: siervos, como Él fue siervo por nosotros, por cada uno de nosotros.
Así que, queridos hermanos y hermanas, ser misericordiosos como el Padre significa seguir a Jesús por el camino del servicio. Gracias.