Cuando intentamos hacer cosas bellas estamos cambiando el mundo, ensanchando los corazones y la imaginación de las personas
Desde hace algún tiempo me intriga mucho esta pregunta: ¿Por qué buscamos la belleza? Cuánta gente que busca la belleza −en sus relaciones sociales, en sus compras, en el orden en su armario, en el arreglo personal, en lo que escucha por los auriculares− y apenas sabe por qué lo hace. He hecho esta pregunta “¿Por qué buscamos la belleza?” a muchas personas, incluidos mis alumnos. A casi todos les sorprende la pregunta porque nunca se la han planteado.
Me encantó el artículo de David BrooksWhen Beauty Strikes [“Cuando la belleza impacta”] en el New York Times del 15 de enero pasado. Cuenta allí el conocido escritor que, desde hace unos pocos meses, el panorama gris del bloque de apartamentos en Washington en el que vive se ha transformado, pues ahora cuando sale al anochecer puede ver los ejercicios de los alumnos de una academia de baile recientemente instalada enfrente: algunas noches aquellos ejercicios, hechos con gracia y a menudo al unísono, le cautivan por su belleza.
También el filósofo Roger Scruton en una maravillosa charla de una hora disponible en Vimeo se plantea “Why Beauty Matters”[“Por qué importa la belleza”]. Merece la pena ver entera la charla porque da mucho que pensar regalando al espectador imágenes y reflexiones fascinantes al hilo de la historia del arte occidental, incluida la música y la arquitectura:
Agustín de Hipona, ya maduro, escribe en sus Confesiones: “Tarde te amé, belleza siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé. Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y allí te buscaba”. [“Sero te amavi, pulchritudo tam antiqua et tam nova, sero te amavi! Et ecce intus eras et ego foris et ibi te quaerebam“]. A mí me ha pasado quizá lo mismo, pues solo en estos últimos años he comenzado a buscar de manera consciente la belleza.
Realmente el arte aventaja al pensamiento en muchos aspectos: cuando unos seres humanos admiran la belleza en la naturaleza o cuando se regalan cosas hermosas, puede reconocerse siempre el triunfo del espíritu. Esa contemplación admirada o ese gozoso encanto nos recuerda que somos humanos. Como escribe Victor Frankl del campo de concentración en Sachsenhausen:
“Una tarde, ya de regreso en los barracones, derrengados sobre el suelo, muertos de cansancio, con el cuenco de sopa entre las manos, entró de repente uno de los internos para urgirnos a salir al patio y contemplar una maravillosa puesta de sol. Allí, de pie, vimos hacia el oeste unos densos nubarrones y el cielo entero lleno de nubes que continuamente variaban de forma y de color, desde el azul acero al rojo bermellón. Esa luminosidad menguante contrastaba de forma hiriente con el gris desolador de los barracones, especialmente cuando los charcos del suelo fangoso reflejaban el resplandor de aquel cielo tan bello. Luego, tras unos minutos de silencio y emoción, un prisionero le dijo a otro: ‘¡Qué hermoso podría ser el mundo…!’.”
Contemplar la belleza nos hace sentir mejor y por eso la buscamos; nos alivia las penas, nos permite respirar, ensancha nuestra interioridad. “El alma humana está hambrienta de belleza; la buscamos en todas partes −escribe John O’Donohue−; en el paisaje, la música, el arte, los vestidos, los muebles, la jardinería, la compañía, el amor, la religión e incluso en nosotros mismos. Nadie desearía no ser bello. Algunos de nuestros recuerdos más maravillosos son de lugares hermosos en los que inmediatamente nos sentimos en casa”.
De modo semejante, Roger Scruton en aquella lección magistral concluye que buscamos la belleza porque el arte y la música amplifican nuestras alegrías, brindan consuelo a nuestras penas, nos dan paz, redimen nuestro sufrimiento, arrojan una luz de significado sobre nuestra vida cotidiana. A quienes piensan que la belleza es un sustituto de la religión, Scruton les dice que más bien religión y belleza son dos puertas que nos abren a un mismo espacio y es en ese espacio en el que encontramos nuestro hogar. Realmente la belleza nos hace sentir en nuestra verdadera casa.
Mi colega Ricardo Piñero, profesor de estética, dice que buscamos la belleza por necesidad. La hermosura nos recuerda que somos seres humanos. Por el contrario, la fealdad es inhumana, estéril, terca, aburrida, opresiva, insoportable. Cuando intentamos hacer cosas bellas estamos cambiando el mundo, ensanchando los corazones y la imaginación de las personas. Por esto, la respuesta más sencilla es quizá que buscamos la belleza porque nos hace mejores, porque nos cura.