Sé que hoy me disculpas… ¡100.000 visitas no se celebran todos los días!
Habrás leído a Mafalda afirmar: “Me gustan las personas que dicen lo que piensan. Pero, por encima de todo me gustan las personas que hacen lo que dicen”. ¡Y a mí!
Aunque todos sabemos que es más fácil predicar que dar trigo. O en palabras de Tolstói −que de redactar sabía un rato−, es más fácil escribir diez volúmenes de principios filosóficos que poner en práctica uno solo de ellos.
¿A cuento de qué viene todo esto? Más que a cuento, a blog.
Sabes que, cuando me siento frente al ordenador, no pocas veces intento poner en valor… valores −valga la redundancia−.
Ello no dice nada −o, desde luego, no lo dice todo− del que aquí suscribe. Ni de lejos; salvo mi empeño −eso es cierto− en tal difusión.
Advierto esto porque alguna de las personas que me lee, por conocerme menos que yo mismo, a veces confunde “lo escrito” con “el escribiente”. Y me cae algún injusto panegírico. Del estilo de los que suele hacerme mi madre (lo que en su caso es disculpable por ser quien es), aunque ya le digo yo cuando se excede: “¡habla con mi cura!”.
A lo que iba: que no te equivoques. Que, como apuntaba Confucio “un hombre de virtuosas palabras no es siempre un hombre virtuoso”. Que no. Somos −me refiero a mí− de barro y del de mala calidad.
Otra cosa es que, aspirando a mejorar (¡ay, pelea cotidiana!), debamos no sólo aceptarnos, sino querernos… tanto como al prójimo. Y tengamos que levantarnos muchas veces, de tantas que caemos.
Siempre, eso sí, con espíritu deportivo. Conscientes de que hay ganadores que lo son no porque nunca fallen, sino porque nunca tiran la toalla. Fíjate lo que decía mi paisano Miguel Induráin, que era un crack: “No hay que tener miedo a perder, de hecho he perdido más carreras de las que he ganado”. Seguro que aquellas derrotas, y aprendizaje, le llevaron al resultado final. Ya nos gustaría irle a rueda…
Por eso, cuando alguna vez cae un elogio… intento tener muy presente lo que hace poco afirmaba el papa Francisco −ya sabéis que da mucho juego a mi blog− de que “decir y no hacer conduce a la hipocresía”. Vamos, que si uno se pone duro consigo mismo −no te pongas más de la cuenta, por favor− se acuerda de lo de los sepulcros blanqueados y pueden temblarle las canillas.
Así que ya sabes: afecto a la persona, muy de agradecer. Elogios… si acaso, a los actos… y los justos. Que luego le puede pasar a uno lo de “Modesto baja, que sube Andrés” (enlace).
A lo que iba, que tenemos que mejorar −y yo como el que más, por mucho valor sobre el que te escriba−. Y hemos de hacerlo sobre todo hacia adentro. No vaya ser que contemos con una magnífica y encalada fachada exterior pero estemos llenos de carcoma o de goteras −esas que uno ve desde el interior−.
Conviene ponernos a la tarea, ir haciéndolo −lo de regenerarnos−, ya. Y tenerlo como objetivo diario en la agenda. No por aquello de que nadie sabe el día ni la hora, o lo de las vírgenes necias, que también; sino porque, como escribió Séneca, “mientras estamos posponiendo las cosas, la vida se da prisa”. Y para cuando quieras darte cuenta, se te puede haber pasado el arroz… Así que mejor no decirte muchas veces a ti mismo lo de “venga usted mañana”. Atiéndete. Y mejora. O, al menos, inténtalo: con eso ya tendrías un 10 en actitud.
1. La primera, ya que he iniciado el post con Mafalda es de su amigo Felipe. Empecemos con humor. Y con sinceridad: “¡Qué desastre!, dice el chaval. ¡Hasta mis debilidades son más fuertes que yo!” ¿Verdad que te suena?
2. La segunda, te trae esperanza. Señala Jimmy Johnson: “la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario está en ese pequeño extra”. Sí; la distancia entre lo que hoy eres y lo que quieres llegar a ser está, en buena parte, en lo que hagas. De ti depende. Has de ir esculpiendo tu obra original… (enlace).
3. Cuenta, además, con una hoja de ruta: ten claro hacia dónde quieres dirigirte (enlace). Y ponte en marcha. Recuerda, con Lao Tse, que un viaje de mil millas comienza con un paso. ¡Ah! Y que la acción más pequeña es mejor que la intención más grande. Y nunca pierdas de vista que si quieres llegar lejos es esencial ir acompañado…
4. Tampoco olvides que a la cima no se llega superando a los demás, sino superándose a uno mismo. Y, como afirmaba Facundo Cabral, no digas “no puedo” ni en broma; porque el subconsciente no tiene sentido del humor y lo tomará en serio… Persevera. (enlace).
5. Ten personalidad y gallardía y no te dejes llevar por lo cómodo, por lo que “se lleva”. No permitas que los ruidos de las opiniones de los demás acallen tu propia voz interior, decía Steve Jobs. Sé tú mismo. Entre otras cosas porque, como escribía Óscar Wilde, los demás puestos ya están ocupados (enlace).
6. Ten confianza. Piensa y actúa como si fuera imposible fracasar, sugería Charles Kettering. Leí una vez eso de “al final, todo va a salir bien. Y si no sale bien… es que aún no es el final”. No creas en la fatalidad. Ya advierte Stephen Hawking que “incluso la gente que afirma que no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino mira antes de cruzar la calle”.
7. No te tomes muy en serio. No te desanimes en tu lucha por mejorar. Cuando caigas… no te tortures. Te lo planteé en un post (enlace) y hoy te vuelvo a traer a Tomás Moro: “Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse”.
8. Sé consciente de la importancia de tu actitud y tu conducta para ti y para quienes te rodean. Ten en cuenta el ejemplo que das. Ya señalaba Ralph W. Emerson, “lo que haces habla tan alto que no puedo oír lo que dices”. Recuerda que para tus hijos eres −para bien o para mal− un referente. Ignoro, por cierto, quién fue el sabio que sentenció eso de que “cuando un hombre comprende que su padre tenía razón, ya tiene un hijo que piensa que su padre está equivocado”.
9. Trabaja para mejorar tu entorno y servir a los demás. Trascendamos de nosotros y de nuestro egoísmo. Tienes que ser el cambio que quieres ver en el mundo, decía Mahatma Gandhi. Sin caer en el error que ya denunciaba Winston Churchill, y que sigue vigente: “El problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles sino importantes”.
10. Presta ese servicio aunque te suponga esfuerzo y generosidad. Acabemos sonriendo: ya nos recordaba otra Gandhi −Indira−: “Un día mi abuelo me dijo que hay dos tipos de personas: las que trabajan y las que buscan el mérito. Me indicó que tratara de estar en el primer grupo: hay menos competencia ahí”.
Podría contarte más cosas… pero ya no sería un decálogo y esto se alargaría mucho más de tres minutos.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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