En la Audiencia general de hoy, el Santo Padre anunció un nuevo ciclo de catequesis sobre la misericordia desde una “perspectiva bíblica”
Queridos hermanos y hermanas:
Empezamos hoy un ciclo de catequesis sobre la misericordia en la Biblia con este paso del libro del Éxodo, en el que el Señor se llama a sí mismo: Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Y es así, es compasivo, siempre dispuesto a acoger, a comprender, a perdonar, como el Padre de la parábola del Hijo pródigo.
Es misericordioso, tiene literalmente entrañas de misericordia, se conmueve y se enternece como una madre por su hijo, y está dispuesto a amar, proteger, ayudar, dándolo todo por nosotros.
Es lento a la ira, cuenta hasta diez, como decíamos de jóvenes, respirando profundamente, para no perder la calma y soportar, sin impacientarse.
Es rico en clemencia, un caudal inagotable que se manifiesta en su bondad, en su gratuita benevolencia, que vence el mal y el pecado.
Y, finalmente, es leal, el Señor es fiel, palabra que no está muy de moda... él es fiel; su fidelidad dura por siempre, no duerme ni reposa, está siempre atento, vigilante y no permitirá que flaqueemos en la prueba.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica veo tropas argentinas y uruguayas. Llenos de confianza en el Señor, acojámonos a Él, para experimentar la alegría de ser amados por un Dios misericordioso, clemente y compasivo.
Hoy empezamos las catequesis sobre la misericordia según la perspectiva bíblica, para aprender la misericordia escuchando lo que Dios mismo nos enseña con su Palabra. Iniciamos por el Antiguo Testamento, que nos prepara y nos conduce a la revelación plena de Jesucristo, en el que de modo completo se revela la misericordia del Padre.
En la Sagrada Escritura, el Señor es presentado como “Dios misericordioso”. Ese es su nombre, a través del cual nos revela, por así decir, su rostro y su corazón. Él mismo, como narra el Libro del Éxodo, revelándose a Moisés se autodefine así: «El Señor, Dios misericordioso y piadoso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad» (34,6). También en otros textos encontramos esta fórmula, con algunas variantes, pero siempre la insistencia se pone en la misericordia y en el amor de Dios que nunca se cansa de perdonar (cfr. Gn 4,2[1]; Gl 2,13[2]; Sal 86,15[3]; 103,8[4]; 145,8[5]; Ne 9,17[6]). Veamos juntos, una a una, estas palabras de la Sagrada Escritura que nos hablan de Dios.
El Señor es “misericordioso”: esta palabra evoca una actitud de ternura como la de una madre respecto al hijo. De hecho, el término hebreo usado en la Biblia hace pensar en las entrañas o también en el seno materno. Por eso, la imagen que sugiere es la de un Dios que se conmueve y se enternece por nosotros como una madre cuando coge en brazos a su niño, deseosa solo de amar, proteger, ayudar, dispuesta a darlo todo, incluso a sí misma. Esta es la imagen que sugiere este término. Un amor, pues, que se puede definir “visceral” en el buen sentido.
Luego está escrito que el Señor es “piadoso”, en el sentido de que concede gracia, tiene compasión y, en su grandeza, se inclina sobre quien es débil y pobre, siempre dispuesto a acoger, a comprender, a perdonar. Es como el padre de la parábola recogida por el Evangelio de Lucas (cfr. Lc 15,11-32): un padre que no se cierra en el resentimiento por el abandono del hijo menor, sino por el contrario sigue esperándolo −lo ha engendrado− , y luego corre a su encuentro y lo abraza, no le deja ni terminar su confesión −como si le tapase la boca−, tan grande es el amor y la alegría por haberlo recuperado; y luego va también a llamar al hijo mayor, que está enojado y no quiere celebrarlo, el hijo que siempre se quedó en casa pero viviendo como un siervo más que como un hijo, y también sobre él se inclina el padre, lo invita a entrar, procura abrir su corazón al amor, para que nadie quede excluido de la fiesta de la misericordia. ¡Sí, la misericordia es una fiesta!
De este Dios misericordioso se dice también que “lento a la ira”, literalmente, “a largo plazo”[7], es decir, con el amplio espacio de la longanimidad y de la capacidad de soportar. Dios sabe esperar, sus tiempos no son los impacientes de los hombres; Él es como el sabio agricultor que sabe esperar, deja tiempo para que crezca la buena semilla, a pesar de la cizaña (cfr. Mt 13,24-30).
Y finalmente, el Señor se proclama “rico en amor y fidelidad”. ¡Qué preciosa es esta definición de Dios! Aquí esté todo. Porque Dios es grande y poderoso, pero esta grandeza y poder se despliegan en amarnos, a nosotros tan pequeños, tan incapaces. La palabra “amor”, aquí utilizada, indica el cariño, la gracia, la bondad. No es el amor de telenovela... Es el amor que da el primer paso, que no depende de los méritos humanos sino de una inmensa gratuidad. Es la solicitud divina que nada puede detener, ni siquiera el pecado, porque sabe ir más allá del pecado, vencer el mal y perdonarlo.
Una “fidelidad” sin límites: es la última palabra de la revelación de Dios a Moisés. La fidelidad de Dios nunca se pierde, porque el Señor es el Custodio que, como dice el Salmo, no se duerme sino que vigila continuamente sobre nosotros para llevarnos a la vida: «No dejará que resbale tu pie, ni se dormirá tu custodio. No se adormecerá ni dormirá el custodio de Israel. [...] El Señor te guardará de todo mal; Él custodiará tu vida. El Señor protegerá tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre» (121,3-4.7-8).
Y este Dios misericordioso es fiel en su misericordia y San Pablo dice una cosa bonita: si tú no le eres fiel, Él permanecerá fiel porque no puede renegar de sí mismo. La fidelidad en la misericordia es precisamente el ser de Dios. Y por eso Dios es totalmente y siempre confiable. Una presencia sólida y estable. Esta es la certeza de nuestra fe. Y entonces, en este Jubileo de la Misericordia, confiémonos totalmente a Él, y experimentemos la alegría de ser amados por este “Dios misericordioso y piadoso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad”.
Antes de acabar este encuentro, en el que hemos reflexionado juntos sobre la Misericordia de Dios, os invito a rezar por las víctimas del atentado ocurrido ayer en Estambul. Que el Señor, el Misericordioso, dé paz eterna a los difuntos, consuelo a los familiares, firmeza solidaria a toda la sociedad, y convierta los corazones de los violentos.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Debe haber un error porque la cita no tiene nada que ver (Génesis 4,2: Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra). No hay expresiones semejantes en el Génesis (ndt).
[2] Joel 2,13: Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque es misericordioso y clemente, tardo a la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo (ndt).
[3] Salmo 86,15: Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento a la ira, y grande en misericordia y verdad (ndt).
[4] Salmo 103,8: Misericordioso y clemente es Jehová; lento a la ira, y grande en misericordia (ndt).
[5] Salmo 145,8: Clemente y misericordioso es Jehová, lento a la ira, y grande en misericordia (ndt).
[6] Nehemías 9,17: (…) Pero tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo a la ira, y grande en misericordia, porque no los abandonaste (ndt).
[7] El original italiano dice: “lungo di respiro”. El hebreo “lento a la ira” se suele traducir al castellano por “paciente, extendido, largo”; por eso hemos puesto aquí, respetando la frase del Papa, “a largo plazo” (ndt).
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