A partir de mañana, librerías de 84 países pondrán a la venta un libro cuyo autor sorprenderá a más de uno: El Papa Francisco
Se trata de una conversación con el vaticanista Andrea Tornielli donde explica con detalle algunas cuestiones centrales de su pontificado y especialmente la misericordia.
Cómo nació el libro-entrevista sobre la misericordia
El Papa me dijo: «Dios perdona no con un decreto sino con una caricia»
El 13 de marzo de 2015, mientras escuchaba la homilía de la liturgia penitencial al final de la que Papa Francisco estaba por anunciar el Año Santo extraordinario, pensé: “Sería bonito poder hacerle algunas preguntas sobre los temas de la misericordia y del perdón, para profundizar lo que significaban esas palabras para él, como hombre y como sacerdote”. Sin la preocupación de obtener frases clamorosas que alimentaran el debate mediático que surgió alrededor del Sínodo sobre la familia, que a menudo fue reducido a un “derby” entre aficionados enfrentados.
Me gustaba la idea de una entrevista en la que surgiera el corazón de Francisco, su mirada. Un texto que dejara abiertas las puertas, en un tiempo como el jubilar, durante el que la Iglesia pretende mostrar de manera particular, y con mayor significado, su rostro de misericordia. El Papa aceptó la propuesta. Este libro, El nombre de Dios es Misericordia, es el fruto de una conversación que comenzó en la salita de su vivienda, en la Casa Santa Marta en el Vaticano, durante una tarde caliente del mes de julio del año pasado, a pocos días de que regresara del viaje a Ecuador, Bolivia y Paraguay.
Le había enviado poco tiempo antes una lista de argumentos y de preguntas de las que me habría gustado hablar. Me presenté en Santa Marta con tres grabadoras: dos digitales y una con los viejos cassettes. Ya me había sucedido en diciembre de 2013, al final de la conversación que fue publicada por La Stampa, cuando presioné una tecla que no debía y perdí un archivo de audio (pero, por suerte también llevaba un segundo aparato).
Francisco me estaba esperando y en la mesita que había delante de él había un libro con las concordancias de la Biblia y de los textos de los Padres de la Iglesia. Me invitó a que me quitara el saco, porque hacía mucho calor, y a que me pusiera cómodo. Después se dio cuenta de que solo llevaba un pequeño cuaderno en el que había escrito las preguntas, y se ofreció para ir a buscar hojas blancas.
Hablamos durante mucho tiempo, respondió a cada una de las preguntas. Habló con ejemplos relacionados con su experiencia de sacerdote y de obispo, contando, por ejemplo, la historia del esposo de una de sus sobrinas, divorciado que se había vuelto a casar y que estaba esperando en esa época la declaración de nulidad del primer matrimonio; iba todos los días al confesionario para hablar con el sacerdote, y siempre le decía: «Sé que usted no me puede absolver».
También me contó sobre el dolor que sintió cuando murió el padre Carlos Duarte Ibarra, el confesor que conoció casualmente en la parroquia aquel 21 de septiembre de 1953, el día en el que la Iglesia celebra a san Mateo, apóstol y evangelista. Jorge Mario Bergoglio tenía 17 años y durante ese encuentro se sintió sorprendido por Dios, y decidió abrazar la vocación religiosa y el sacerdocio. Después del funeral del padre Duarte, a un año de aquel primer encuentro, el futuro Papa lloró mucho «escondido en mi habitación», «porque había perdido a una persona que me hacía sentir la misericordia de Dios».
Me sorprendieron particularmente las pocas palabras con las que respondió a una pregunta sobre su famosa frase «¿Quién soy yo para juzgar?», pronunciada durante el vuelo de regreso de Río de Janeiro en julio de 2013 a propósito de los homosexuales. El papa subrayó la importancia de hablar siempre de «personas homosexuales», porque «primero está la persona, en su entereza y dignidad. Y la persona no es definida solo por su tendencia sexual».
También me sorprendió la distinción que hizo entre pecadores y corruptos, que no tiene que ver con la cantidad o la gravedad de las acciones cometidas, sino con el hecho de que el primero reconoce humildemente que lo es y pide perdón para poder levantarse de nuevo, mientras que para el segundo «vive elevado a sistema, se convierte en una costumbre mental, una manera de vivir». Y además las palabras con las que Papa Bergoglio habló sobre sus encuentros con los prisioneros, y de cómo no se siente mejor que ellos: «Cada vez que entro a una cárcel para una visita, siempre me viene este pensamiento: ‘¿Por qué ellos y no yo?’».