En la audiencia general el Santo Padre ha dicho que toda la sociedad, desde sus instituciones hasta cada individuo, necesita "una inyección de espíritu de familia”
Queridos hermanos y hermanas:
El pasado domingo comenzó el Sínodo de los Obispos con el tema «vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo». La familia requiere toda nuestra atención y cuidado, y el Sínodo debe responder a esta solicitud.
Los hombres y mujeres de hoy necesitan una inyección de espíritu de familia. Ante el débil reconocimiento y apoyo a la persona en las diversas relaciones sociales, la familia abre una perspectiva más humana, que permite establecer vínculos de fidelidad, sinceridad, cooperación y confianza. Enseña a honrar la palabra dada, a respetar a cada persona y a comprender sus límites. Brinda una atención insustituible a los miembros más pequeños, vulnerables, heridos y devastados en su vida.
Para la Iglesia el espíritu de familia es como su carta magna: la Iglesia es y debe ser la familia de Dios. A través de ella, Jesús pasa de nuevo entre nosotros para persuadirnos de que Dios no nos ha olvidado. A través de la familia la Iglesia sale de nuevo a pescar para evitar que los hombres se ahoguen en el mar de la soledad y la indiferencia. Que el entusiasmo de los Padres sinodales, animados por el Espíritu Santo, dé renovado impulso a la Iglesia echando de nuevo las redes confiando en las palabras del Señor.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Invito a todos a invocar la intercesión de Nuestra Señora del Rosario por los trabajos del Sínodo. Muchas gracias.
Hace pocos días comenzó el Sínodo de Obispos sobre el tema “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”. La familia que camina en la vía del Señor es fundamental en el testimonio del amor de Dios y merece por eso toda la dedicación de la que la Iglesia sea capaz. El Sínodo está llamado a interpretar, para el hoy, esta solicitud y este cuidado por parte de la Iglesia. Acompañemos todo el recorrido sinodal sobre todo con nuestra oración y con nuestra atención. Y en este periodo las catequesis serán reflexiones inspiradas en algunos aspectos de la relación −que podemos decir indisoluble− entre la Iglesia y la familia, con el horizonte abierto al bien de toda la comunidad humana.
Una mirada atenta a la vida ordinaria de los hombres y mujeres de hoy muestra inmediatamente la necesidad que hay en todas partes de una robusta inyección de espíritu familiar. En efecto, el estilo de las relaciones −civiles, económicas, jurídicas, profesionales, de ciudadanía− parece muy racional, formal, organizado, pero también muy “deshidratado”, árido, anónimo. Se vuelve a veces insoportable. Aunque quiera ser inclusivo en sus formas, en la realidad abandona a la soledad y al descarte a un número cada vez mayor de personas.
Por eso la familia abre para toda la sociedad una perspectiva mucho más humana: abre los ojos de los hijos a la vida −y no solo la vista, sino también todos los demás sentidos− representando una visión del trato humano edificado sobre la libre alianza de amor. La familia introduce la necesidad de los vínculos de fidelidad, sinceridad, confianza, cooperación, respeto; anima a proyectar un mundo habitable y a creer en las relaciones de confianza, incluso en condiciones difíciles; enseña a honrar la palabra dada, el respeto a cada persona, el compartir los límites personales y ajenos. Y todos somos conscientes de lo insustituible que es la atención familiar hacia los miembros más pequeños, más vulnerables, más heridos, incluso más desastrosos en sus conductas de vida. En la sociedad, quien practica esas actitudes, los ha asimilado del espíritu familiar, no ciertamente de la competencia ni del deseo de realizarse.
Pues bien, aun sabiendo todo esto, no se le da a la familia el debido peso −ni reconocimiento ni apoyo− en la organización política ni económica de la sociedad contemporánea. Aún diría más: la familia no solo no tiene el reconocimiento adecuado, ¡sino que ya no genera aprendizaje! A veces me gustaría decir que, con toda su ciencia y su técnica, la sociedad moderna todavía no es capaz de traducir esos conocimientos en formas mejores de convivencia civil. No solo la organización de la vida común se atasca cada vez más en una burocracia absolutamente ajena a los vínculos humanos fundamentales, sino que, desgraciadamente, el tejido social y político muestra a menudo señales de degradación −agresividad, vulgaridad, desprecio…−, que están muy por debajo del umbral de una educación familiar incluso mínima. En dicha coyuntura, los extremos opuestos de este embrutecimiento de las relaciones −es decir, la opacidad tecnocrática y el familismo amoral− se unen y alimentan mutuamente. Esto es una paradoja.
La Iglesia identifica hoy, en este punto exacto, el sentido histórico de su misión respecto a la familia y al auténtico espíritu familiar: comenzando por una atenta revisión de vida, que se refiere a sí misma. Se podría decir que el “espíritu familiar” es una carta constitucional para la Iglesia: así debe aparecer el cristianismo, y así debe ser. Está escrito con letras claras: Vosotros que un tiempo estabais alejados −dice san Pablo− […] ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios (Ef 2,19). La Iglesia es y debe ser la familia de Dios.
Jesús, cuando llamó a Pedro a seguirlo, le dijo que lo haría pescador de hombres; y para eso hace falta un nuevo tipo de redes. Podemos decir que hoy las familias son una de las redes más importantes para la misión de Pedro y de la Iglesia. ¡No es esta una red que hace prisioneros! Al contrario, libera de las aguas malas del abandono y de la indiferencia, que ahogan a muchos seres humanos en el mar de la soledad y de la indiferencia. Las familias saben bien qué es la dignidad de sentirse hijos y no esclavos, o extranjeros, o solo un número de un carnet de identidad.
De aquí, de la familia, Jesús recomienza su paso entre los seres humanos para persuadirles de que Dios no les ha olvidado. De aquí Pedro toma fuerzas para su ministerio. De aquí la Iglesia, obedeciendo a la palabra del Maestro, sale a pescar mar adentro, segura de que, si eso pasa, la pesca será milagrosa. Ojalá el entusiasmo de los Padres sinodales, animados por el Espíritu Santo, pueda fomentar el estilo de una Iglesia que abandona las viejas redes y se pone a pescar confiando en la palabra de su Señor. ¡Pidamos intensamente por esto! Cristo, además, nos lo prometió y nos alienta: si hasta los malos padres no niegan el pan a sus hijos hambrientos, ¡figurémonos si Dios no dará el Espíritu a los que −aunque imperfectos como son− lo piden con apasionada insistencia (cfr. Lc 11,9-13)!
De las intervenciones en las otras lenguas
destacamos las referencias a la fiesta de hoy, la Virgen del Rosario
En la fiesta de la Virgen del Rosario confiamos las familias a María, Reina de la familia. Invito a todos a invocar la intercesión de Nuestra Señora del Rosario por los trabajos del Sínodo. La Iglesia hace hoy memoria de la Virgen del Rosario. Siguiendo el ejemplo de San Juan Apóstol, acoged vosotros también a María en vuestras casas y hacedle sitio en vuestra existencia cotidiana.
Hoy celebramos la memoria de la Virgen del Rosario. Queridos jóvenes, que la esperanza que habita en el corazón de María os infunda valentía ante las grandes decisiones de la vida; queridos enfermos, que la fortaleza de la Madre al pie de la cruz os sostenga en los momentos más difíciles; queridos recién casados, que la ternura materna de la que acogió en su seno a Jesús acompañe la nueva vida familiar que acabáis de empezar.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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