Si lo primero, para los creyentes, es fortalecer a las familias que siguen las enseñanzas del Evangelio, la misericordia impone no abandonar a las familias “heridas y frágiles”, con dificultades en el camino de la fe
Una de las paradojas de nuestra época es el contraste de las informaciones mediáticas con la mayoritaria aceptación y afecto de la familia en cualquier sondeo de opinión. Una de las últimas encuestas que he leído versaba sobre valores sociales y políticos en Catalunya. Se realizó durante la primera quincena de junio: para el 87,5%, la familia es muy importante en su vida, y para un 12% más, algo bastante importante. Significa que el 99,5% considera la familia, al menos teóricamente, su gran prioridad.
No hace mucho, en el contexto de la fiesta de la santa Cruz, me vino a la cabeza un pasaje evangélico quizá nuclear: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Y pensé que ahí radica probablemente el camino de la felicidad, especialmente en la vida en familia. Comprendo que tiene su emoción en un mundo tan individualista, en que cada quien suele ir a lo suyo. Pero no hay palabras vanas en la Escritura…
Confieso públicamente un propósito que no sé si cumpliré: no hablar ni escribir, salvo caso de necesidad, de cuestiones ligadas al derecho de familia, civil o canónico; en cambio, desearía subrayar y quizá comentar cuanta noticia positiva llegue a mis manos sobre la maravilla de la vida familiar.
Mi impresión, sin ser en modo alguno vaticanista, es que el magisterio de Francisco discurre por ese sendero de afirmación de lo positivo. Así se ha venido reflejando durante el último año en las catequesis de los miércoles. Y ese enfoque advertí al leer sus palabras en la vigilia festiva de Filadelfia el sábado 26 de septiembre.
Como se recordará, el Papa entregó el texto preparado e improvisó un breve discurso: dijo que Dios entregó lo más lindo que hizo, el mundo, a una familia, a un hombre y una mujer, para que crecieran, se multiplicasen y cultivasen la tierra. También resaltó que el Todopoderoso no mandó a su Hijo a un palacio, sino a una familia: “la familia tiene carta de ciudadanía divina”. Recordó que en los hogares hay problemas, pero se superan con el amor −la división de los corazones no vence ninguna dificultad− y, por último, insistió en el cuidado especial que merecen los niños y los abuelos, esperanza y memoria de la familia.
Algunas de esas ideas estaban más desarrolladas en el texto oficial, del que tomo algunas citas: “Estar con ustedes me hace pensar en uno de los misterios más hermosos del cristianismo. Dios no quiso venir al mundo de otra forma que no sea por medio de una familia. Dios no quiso acercarse a la humanidad sino por medio de un hogar. Dios no quiso otro nombre para sí que llamarse Emmanuel, es el Dios-con-nosotros. Y este ha sido desde el comienzo su sueño, su búsqueda, su lucha incansable por decirnos: ‘Yo soy el Dios con ustedes, el Dios para ustedes’. Es el Dios que, desde el principio de la creación, dijo: ‘No es bueno que el hombre esté solo’, y nosotros podemos seguir diciendo: No es bueno que la mujer esté sola, no es bueno que el niño, el anciano, el joven estén solos; no es bueno. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos no serán sino una sola carne. Los dos no serán sino un hogar, una familia”.
Y, para quienes contraponen familia y celibato, usó una expresión para mí inédita en el lenguaje pontificio: “Jesús no fue un solterón, todo lo contrario. Él ha desposado a la Iglesia, la ha hecho su pueblo. Él se jugó la vida por los que ama dando todo de sí, para que su esposa, la Iglesia, pudiera siempre experimentar que Él es el Dios con nosotros, con su pueblo, su familia. No podemos comprender a Cristo sin su Iglesia, como no podemos comprender la Iglesia sin su esposo, Cristo-Jesús, quien se entregó por amor y nos mostró que vale la pena hacerlo”.
Ese “jugarse la vida por amor” es todo un criterio de futuro, cuando arranca un nuevo sínodo de obispos para tratar de la vocación y misión de familia en la Iglesia y en el mundo. Si lo primero, para los creyentes, es fortalecer a las familias que siguen las enseñanzas del Evangelio, la misericordia impone no abandonar a las familias “heridas y frágiles”, con dificultades en el camino de la fe.
Lo reiteró el papa, en la misa de apertura del sínodo, tras las lecturas bíblicas del domingo, que parecían “elegidas a propósito para el acontecimiento de gracia que la Iglesia está viviendo”, comentó al principio. Como señaló luego, el hombre de hoy, y a pesar de tantas contradicciones vitales, “permanece atraído y fascinado por todo amor autentico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo”. Y, en ese “contexto social y matrimonial bastante difícil, la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad”.