El Santo Padre ha abierto la primera sesión del Sínodo sobre la Familia pidiendo a los participantes que no se encierren en sus convicciones y prejuicios, porque no se trata de buscar mediaciones o acuerdos
Queridas Beatitudes, Eminencias, Excelencias, hermanos y hermanas, la Iglesia retoma hoy el diálogo iniciado con la convocatoria del Sínodo Extraordinario sobre la familia −y ciertamente también mucho antes− para valorar y reflexionar juntos sobre el texto del Instrumentum laboris, elaborado a partir de la Relatio Synodi y de las respuestas de las Conferencias Episcopales y de los organismos correspondientes.
El Sínodo, como sabemos, es un caminar juntos con espíritu de colegialidad y de sinodalidad, adoptando valientemente la parresía, el celo pastoral y doctrinal, la sabiduría, la franqueza, y poniendo siempre ante nuestros ojos el bien de la Iglesia, de las familias y la suprema lex, la salus animarum (cfr. can. 1752).
Quisiera recordar que el Sínodo no es un congreso ni un “parlatorio”, no es un parlamento ni un senado, donde nos ponemos de acuerdo. El Sínodo, en cambio, es una expresión eclesial, o sea, es la Iglesia que camina junta para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios; es la Iglesia que se interroga sobre su fidelidad al depósito de la fe, que para ella no representa un museo para mirar y mucho menos solo para salvaguardar, sino que es una fuente viva en la que la Iglesia bebe para saciar la sed e iluminar el depósito de la vida.
El Sínodo se mueve necesariamente en el seno de la Iglesia y dentro del Santo Pueblo de Dios del que nosotros formamos parte en calidad de pastores, o sea, servidores. Además, el Sínodo es un lugar protegido donde la Iglesia experimenta la acción del Espíritu Santo. En el Sínodo el Espíritu habla a través de la lengua de todas las personas que se dejan guiar por el Dios que sorprende siempre, por el Dios que revela a los pequeños lo que esconde a los sabios e inteligentes, por el Dios que creó la ley y el sábado para el hombre y no al revés, por el Dios que deja a las noventa y nueve ovejas para buscar a la única oveja perdida, por el Dios que es siempre más grande que nuestras lógicas y que nuestros cálculos.
Recordemos, sin embargo, que el Sínodo podrá ser un lugar de la acción del Espíritu Santo solo si los participantes nos revestimos de valentía apostólica, humildad evangélica y oración confiada.
La valentía apostólica que no se deja asustar ni ante las seducciones del mundo, que tienden a apagar en el corazón de los hombres la luz de la verdad sustituyéndola con pequeñas y temporales luces, ni tampoco ante en endurecimiento de algunos corazones que −a pesar de las buenas intenciones− alejan a las personas de Dios. «El valor apostólico de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos» (Homilía en Santa Marta, 28-IV-2015).
La humildad evangélica que sabe vaciarse de sus propios convencimientos y prejuicios para escuchar a los hermanos Obispos y llenarse de Dios. Humildad que lleva a no señalar el dedo contra los demás para juzgarlos, sino a tenderles la mano para levantarlos sin jamás sentirse superiores a ellos.
La oración confiada es la acción del corazón cuando se abre a Dios, cuando se hacen callar todos nuestros ruidos para escuchar la suave voz de Dios que habla en el silencio. Sin escuchar a Dios todas nuestras palabras serán solo “palabras” que ni sacian ni sirven. Sin dejarnos guiar por el Espíritu todas nuestras decisiones serán solo “decoraciones” que en vez de exaltar el Evangelio lo tapan y lo esconden.
Queridos hermanos, como he dicho, el Sínodo no es un parlamento, donde para lograr un consenso o un acuerdo común se acude a la negociación, a los pactos o a compromisos, sino que el único método del Sínodo es el de abrirse al Espíritu Santo, con valentía apostólica, con humildad evangélica y con oración confiada; para que sea Él quien nos guíe, quien nos ilumine y quien nos haga poner ante los ojos no nuestros pareceres personales, sino la fe en Dios, la fidelidad al magisterio, el bien de la Iglesia y la salus animarum.
Finalmente, quisiera agradecer de corazón a Su Eminencia el Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, a Su Excelencia Mons. Fabio Fabene, Subsecretario; al Relator Su Eminencia el Cardenal Péter Erdő y al Secretario Especial Su Excelencia Mons. Bruno Forte, a los Presidentes delegados, a los escribanos, a los consultores, a los traductores y a todos los que han trabajado con verdadera fidelidad y total dedicación a la Iglesia: ¡gracias de todo corazón!
Agradezco igualmente a todos vosotros, queridos Padres Sinodales, Delegados Fraternos, Oyentes y Asesores vuestra participación activa y fructuosa.
Un especial agradecimiento quiero dirigir a los periodistas presentes en este momento y a los que nos siguen desde lejos. Gracias por vuestra apasionada participación y por vuestra admirable atención.
Iniciamos nuestro camino invocando la ayuda del Espíritu Santo y la intercesión de la Sagrada Familia: Jesús, María y san José. Gracias.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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