El Papa reflexionó en la Audiencia general de hoy sobre cómo atender pastoralmente a las personas divorciadas vueltas a casar
Dijo que la situación, aunque contradice el Sacramento cristiano, no hace que estas personas estén excomulgadas. Explicó que, al contrario, la Iglesia tiene actuar como una madre porque es la casa abierta del Padre. Nada de puertas cerradas.
El Papa recordó que son los niños los que más las sufren estas situaciones. Por eso pidió a las comunidades cristianas que su actitud sea siempre atenta hacia estas parejas, en especial, pensando en los más pequeños.
Queridos hermanos y hermanas:
Retomando las reflexiones sobre la familia, deseo referirme hoy a la situación de los que tras la ruptura de su vínculo matrimonial han establecido una nueva convivencia, y a la atención pastoral que merecen.
La Iglesia sabe bien que tal situación contradice el sacramento cristiano, pero con corazón de madre busca el bien y la salvación de todos, sin excluir a nadie. Animada por el Espíritu Santo y por amor a la verdad, siente el deber de «discernir bien las situaciones», diferenciando entre quienes han sufrido la separación y quienes la han provocado.
Si se mira la nueva unión desde los hijos pequeños vemos la urgencia de una acogida real hacia las personas que viven tal situación. ¿Cómo podemos pedirle a estos padres educar a los hijos en la vida cristiana si están alejados de la vida de la comunidad? Es necesario una fraterna y atenta acogida, en el amor y en la verdad, hacia estas personas que en efecto no están excomulgadas como algunos piensan: ellas forman parte siempre de la Iglesia.
«No tenemos recetas sencillas», pero es preciso manifestar la disponibilidad de la comunidad y animarlos a vivir cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la participación en la liturgia, la educación cristiana de los hijos, la caridad, el servicio a los pobres y el compromiso por la justicia y la paz. La Iglesia no tiene las puertas cerradas a nadie!
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. En la memoria litúrgica de la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor, confiemos a la Madre de Dios a todas las familias. Muchas gracias.
Con esta catequesis retomamos nuestra reflexión sobre la familia. Después de hablar, la última vez, de las familias heridas a causa de la incomprensión de los cónyuges, hoy quisiera centrar nuestra atención en otra realidad: cómo cuidar de los que, después de un irreversible fracaso de su vínculo matrimonial, han emprendido una nueva unión.
La Iglesia sabe bien que dicha situación contradice el Sacramento cristiano. Sin embargo, su mirada de maestra sale siempre de un corazón de madre; un corazón que, animado por el Espíritu Santo, siempre busca el bien y la salvación de las personas. Por eso siente el deber, «por amor a la verdad», de «discernir bien las situaciones». Así se expresaba san Juan Pablo II, en la Exhortación apostólica Familiaris consortio (n. 84), señalando, por ejemplo, la diferencia entre quien ha padecido la separación y quien la ha provocado. Hay que hacer ese discernimiento.
Además, si miramos esos nuevas uniones con los ojos de los hijos pequeños −¡y los pequeños miran!−, con los ojos de los niños, veremos aún mejor la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades una acogida real con las personas que viven esas situaciones. Por eso es importante que el estilo de la comunidad, su lenguaje, sus actitudes, sean siempre atentas a las personas, empezando por los pequeños. Ellos son los que más sufren en esos casos.
Además, ¿cómo vamos a recomendar a estos padres que hagan todo lo posible por educar a sus hijos en la vida cristiana, dándoles ejemplo de una fe convencida y practicada, si los mantenemos a distancia de la vida de la comunidad, como si estuviesen excomulgados? ¡Hay que intentar no añadir más peso al que los hijos, en esas situaciones, tienen que aguantar! Desgraciadamente, el número de estos niños es muy grande. Es importante que sientan a la Iglesia como madre atenta a todos, siempre dispuesta a la escucha y al encuentro.
En estos decenios, en realidad, la Iglesia no ha sido ni insensible ni perezosa. Gracias a la profundización realizada por los Pastores, guiada y confirmada por mis Predecesores, ha crecido mucho la conciencia de que es necesaria una fraterna y atenta acogida −con amor y de verdad− a los bautizados que han establecido una nueva convivencia tras el fracaso del matrimonio sacramental; porque esas personas no están en absoluto excomulgadas: ¡no están excomulgadas!, y no deben ser tratada en absoluto como tales: forman siempre parte de la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI intervino en esta cuestión, solicitando un atento discernimiento y un prudente acompañamiento pastoral, sabiendo que no existen «simples recetas» (Discurso en el VII Encuentro Mundial de las Familias, Milán, 2-VI-2012, respuesta n. 5). De ahí la repetida invitación de los Pastores a manifestar abierta y coherentemente la disponibilidad de la comunidad a acogerles y animarles, para que vivan y realicen cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios, con la frecuencia a la liturgia, con la educación cristiana de los hijos, con la caridad y el servicio a los pobres, con el compromiso por la justicia y la paz.
La imagen bíblica del Buen Pastor (Jn 10,11-18) resume la misión que Jesús recibió del Padre: la de dar la vida por las ovejas. Dicha actitud es modelo también para la Iglesia, que acoge a sus hijos como una madre que da su vida por ellos. «La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre» −¡Nada de puertas cerradas! ¡No puertas cerradas!− «Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad. La Iglesia […] es la casa paterna donde hay sitio para cada uno con su vida a cuestas» (Evangelii gaudium, 47).
Del mismo modo, todos los cristianos están llamados a imitar al Buen Pastor. Sobre todo las familias cristianas pueden colaborar con Él cuidando a las familias heridas, acompañándolas en la vida de fe de la comunidad. Que cada uno que ponga de su parte asumiendo la actitud del Buen Pastor, que conoce a cada una de sus ovejas y a ninguna excluye de su infinito amor.
Fuente: romereports.com y vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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