Cuando se asomaba por la ventana de su casa en Wadowice, el pequeño Loleck contemplaba el viejo reloj de sol con su misteriosa inscripción: “el tiempo huye, la eternidad aguarda”.El tiempo ancho y denso de su vida en la tierra,ha concluido, y la Eternidad abraza ya a Juan Pablo II. Ahora me doy cuenta de cuán verdaderas son las palabras que pronunció al volver a su pueblo natal y recordar las imágenes familiares de su infancia: el tiempo huye, sí, pero hay una crónica del corazón que no se desva...