Si ‘misericordia’ evoca la resonancia que la miseria ajena suscita en el corazón, en una subcultura del ruido y los estímulos externos, cada vez veo más necesario recuperar el sentido de los silencios elocuentes
Pocos días después de que el papa Francisco promulgara la bula Misericordiae vultus que convoca el Jubileo de la Misericordia, recibí, como muchos otros, una fuerte conmoción al saber de los 400 inmigrantes libios fallecidos frente a las costas de Italia.
Que la mayoría de los africanos muertos sean habitualmente jóvenes y niños añade, sin duda, intensidad al dolor, sin olvidar a los ancianos que también son embarcados frecuentemente en estas forzadas aventuras sin retorno. También se entrevera el dolor con la indignación que suscita la terrible presencia de mafias explotadoras de los pobres en sus desesperados intentos de alcanzar las costas de Europa. Si a la crueldad de las mafias se añade el ametrallamiento a la marina italiana por parte de las lanchas costeras libias para hacerse con las embarcaciones, culminan las pinceladas más sangrientas sobre este patético cuadro.
Si "misericordia" evoca la resonancia que la miseria ajena suscita en el corazón, en una subcultura del ruido y los estímulos externos, cada vez veo más necesario recuperar el sentido de los silencios elocuentes.
Cuando el 8 de mayo de 1919 el periodista y soldado australiano Edward George Honey, viviendo ya en Londres, propuso guardar 2 minutos de silencio a las 11:00 horas del 11 de noviembre como homenaje a los fallecidos durante la guerra pensaba que era necesario expresar la compasión hacia los muertos ya que el final del conflicto armado resaltó más la alegría que el luto. Como contrapunto a los frecuentes bailes posbélicos amenizados por foxtrots o charlestones de aquella segunda "Belle Époque", el periodista excombatiente difundió la alternativa del elocuente silencio, contrapunto y peculiar grito evocador de los innumerables fallecidos.
La propuesta de Honey fue aceptada por el Rey Jorge V, por lo que la cultura europea acogió desde entonces este gesto que se ha ido repitiendo ininterrumpidamente hasta ahora.
Durante este cuatrimestre universitario, ya he podido compartir con los alumnos y alumnas (más de cien por grupo) esta experiencia que para la mayoría resulta novedosa, al menos como experiencia propia. El atentado de París, o el accidente de aviación en Francia han protagonizado los silencios anteriores al del miércoles, 15, cuando rendíamos homenaje a los 400 africanos. Al introducirlo siempre procuro ampliar el recuerdo a las víctimas del Estado Islámico, las de las hambrunas o los más de 100.000 no nacidos por el permisivo y escandaloso aborto en España
En ese minuto denso, mientras miro el crucifijo (saben los alumnos que es mi aportación al silencioso gesto), recuerdo estas palabras de Romano Guardini que quizá ayuden a entender a los jóvenes por qué se sienten tan interpelados al callar y percibir solamente esos latidos del corazón que golpean compasivamente las conciencias: "En el silencio es donde suceden los grandes acontecimientos. No en el tumultuoso derroche del acontecer externo, sino en la augusta claridad de la visión interior, en el sigiloso movimiento de las decisiones, en el sacrificio oculto y en la abnegación; es decir cuando el corazón, tocado por el amor, convoca la libertad de espíritu para entrar en acción, y su seno es fecundado para dar fruto. Los poderes silenciosos son los auténticamente creativos" (R. Guardini: El Señor, Madrid, 2002, p.45).
Pienso que la convocatoria del papa Francisco para promover las obras de misericordia durante el próximo Jubileo puede encontrar eco en tantas conciencias universitarias capaces de hacer minutos de silencio que despierten frente a la extendida globalización de la indiferencia, también la mediática que tan poco especio ha concedido al último naufragio masivo frente a las costas de Italia.
Rafael María Hernández Urigüen, Capellán y docente en ISSA San Sebastián y TECNUN.