La actitud vital nos lleva a la alegría, al ‘entusiasmo’, que en su raíz griega significa, literalmente, ‘endiosamiento’: Dios dentro de nosotros
La risa es una característica propiamente humana. Ningún otro animal es capaz de reír o sonreír. Al mes de nuestra existencia, esbozamos nuestra primera sonrisa cuando nos fijamos en la cara y en los ojos de la madre, como respuesta a sus arrullos y caricias. De tal manera esto es así que se puede afirmar que si el bebé no ríe es que está enfermo (no oye, no ve, tiene alguna carencia, etc.) o la madre es “tonta”.
Pues bien, la característica de risa, la sonrisa y el buen humor, que todo va unido, no dejará de acompañarnos a lo largo de nuestra vida si aprendemos a reírnos, en primer lugar de nosotros mismos. Es un aprendizaje no exento de traumas. Como el del niño que vacila, cae, al principio, llora, pero luego comprende que es más divertido reírse de lo jocoso de la escena.
Con el tiempo, nos vamos dando cuenta de que no siempre podemos tomarnos en serio, ni siquiera en las facetas más importantes de la vida. Spaemann indica que tomar a un hombre perfectamente en serio significa destruirlo, pues es algo que exige demasiado de nosotros. En cambio, la actitud vital nos lleva a la alegría, al “entusiasmo”, que en su raíz griega significa, literalmente, endiosamiento: Dios dentro de nosotros.
Cuando recibo guasaps y emilios llenos de buen humor, pienso que vamos bien. Los banqueros, los políticos, los que aspiran a serlo, los empresarios y trabajadores, los cuñados y parientes, la lotería, y tantas cosas más, no dejan de tener su chiste. Y cuando vemos las cosas con esa chispa, con gracia y salero, indica que la sociedad, a pesar de su largo sufrimiento y privación, es esencialmente una sociedad equilibrada. O al menos, la que me toca a mí.
Personajes y personajillos van desfilando de modo equívoco; y la picaresca tiene su reflejo en las parodias y chanzas que ilustran a las claras que la golfería no puede acampar a sus anchas, entre otras cosas, porque somos capaces de reaccionar, no con violencia o algaradas, sino con lo más irónico, tierno y mordaz a la vez, como es reírnos de nuestra propia sombra y, por supuesto, de los cretinos que creyeron alguna vez que sus rapiñas iban a pasar desapercibidas. Nos reímos. Y eso es bueno.