El anuncio del Año Santo trae de nuevo a la memoria, no solo la afirmación de que “todos somos pecadores”, cosa cierta por otro lado, pero demasiado genérica y general; sino la de la realidad del pecado personal, del que cada uno somos culpables, por el que cada uno hemos de pedir perdón personalmente a Dios, en el Sacramento de la Reconciliación
El Papa Francisco acaba de anunciar la celebración de un Año Santo, que comenzará el próximo 8 de diciembre. Un Año Santo de la Misericordia. Será el Año Santo número 28, desde que Bonifacio VIII comenzó estas celebraciones el año santo de 1300.
Y, lógicamente, un Año Santo no puede evitar hablar de las tres grandes palabras del título de estas letras: Misericordia, Pecado, Verdad, palabras que deben ir siempre unidas, si no se quiere que lleguen a carecer totalmente de algún sentido.
Este próximo Año Santo llega en medio de un gran vacío cultural y espiritual en todo el Occidente, un vacío en el que el hombre se encuentra desenraizado, desorientado y desesperado, porque ha quemado sus raíces que lo vinculaban a las generaciones pasadas; sin encontrar ningún sentido al presente, salvo el del placer inmediato, que termina enseguida y no da sentido vital a nada; porque el egoísmo ha sustituido a la caridad, y así está la corrupción instalada en una sociedad deslabazada; porque no ve tampoco ningún futuro a la aventura humana, ante la caída paulatina de las ilusiones, de las utopías políticas, y la pérdida del horizonte de la Vida eterna. Vacío que ha afectado a toda la sociedad, también a un buen número de creyentes dentro de la Iglesia.
¿Qué vacío?, nos podemos preguntar cuando las playas están llenas, los espectáculos se suceden sin interrupción; los cruceros surcan el Mediterráneo, etc. etc. El filósofo polaco Leszek Kolakowski, fallecido hace años, publicó en 1999 un libro que, traducido al castellano y publicado en 2007, se llamó: “Por qué tengo razón en todo”. Título curioso, sin duda, y que es una colección de artículos en los que el autor, militante del partido comunista durante más de 35 años, y expulsado del partido por sus exámenes críticos de la situación, se enfrenta con las razones más hondas y fundamentales del fracaso de los proyectos de la Ilustración, del comunismo, del socialismo, que él mismo reconoce.
“Aunque el proyecto de crear al ‘hombre nuevo del socialismo’ nunca culminó con pleno éxito, la devastación espiritual, cultural y social no dejó por ello de ser inmensa”.
“Ya no necesitamos la distinción ente el bien y el mal proveniente de la tradición religiosa; ocupa su lugar la distinción entre lo que es políticamente justo y lo que no lo es, lo propio y lo impropio (…) En breves palabras, la tarea de los gobernantes consiste en proclamar desde su infalibilidad lo que es justo y lo que no lo es; de esta manera se instituye el reino de la moral”.
Y este vacío es el que la Iglesia quiere empezar a llenar anunciando el Año Santo, primer paso para que el hombre sea consciente de su existencia.
¿Cómo? Recordando al hombre esas tres palabras: Misericordia, Pecado, Verdad.
La Misericordia de Dios se manifiesta en la Cruz
“La Cruz de Cristo, sobre la cual el Hijo, consustancial al Padre, hace plena justicia a Dios, es también una revelación radical de la misericordia, es decir, del amor que sale al encuentro de lo que constituye la raíz misma del mal en la historia del hombre. El encuentro del pecado y de la muerte” (Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 8).
El Año Santo anuncia la paz y reza por la paz. Una paz que no se puede alcanzar jamás entre los hombres, si los hombres no tienen paz con Dios; y los hombres no tenderemos nunca paz con Dios si no reconocemos nuestros pecados, si no nos arrepentimos y pedimos perdón a Dios, que nos perdonará siempre; si no acudimos a la Misericordia de Dios, que se alegra de perdonarnos.
La Cruz nos manifiesta la realidad del Pecado, y el Amor con que Cristo nos redime. ¿Se situará el hombre de nuevo ante la Cruz y ante el Pecado, consciente del Amor de Dios, o continuará obstinado en eliminar de la conciencia la verdad “del bien y del mal”, que Dios ha puesto en el centro de nuestro yo, para que caminemos en su luz?
“El tema del pecado se ha convertido en uno de los temas silenciados en nuestro tiempo. La predicación religiosa intenta, a ser posible, eludirlo. El cine y el teatro utilizan la palabra irónicamente o como forma de entretenimiento. La sociología y la psicología intentan desenmascararlo como ilusión o complejo. El Derecho mismo intenta cada vez más arreglarse sin el concepto de culpa. Prefiere servirse de la figura sociológica que incluye en la estadística los conceptos de bien y mal y distingue, en lugar de ellos, entre el comportamiento desviado y el normal”.
Ratzinger no ha podido expresar mejor −ya en 1991−, y en pocas palabras, la realidad, que sigue hoy tan vigente como entonces en el mundo occidental.
El anuncio del Año Santo trae de nuevo a la memoria, no solo la afirmación de que “todos somos pecadores”, cosa cierta por otro lado, pero demasiado genérica y general; sino la de la realidad del pecado personal, del que cada uno somos culpables, por el que cada uno hemos de pedir perdón personalmente a Dios, en el Sacramento de la Reconciliación.
Continúan, aquí y allá, las matanzas de cristianos; no se ve que se esté poniendo límite alguno a las matanzas de inocentes en los abortorios. En los temas de familia seguimos actuando legislativamente contra la naturaleza y contra su Creador; y todavía la sociedad tiene la hipocresía de lamentarse de ver la corrupción de menores, cuando en las escuelas se les invita a vivir el sexo desde los 12 años. Y para que el hombre de hoy no se acuerde de estas barbaridades, de este vacío de muerte y de pecado, la obsesión de eliminar la presencia de la Cruz en lugares públicos no es más que una huida hacia adelante que aumenta la realidad del vacío vital que vivimos.
El Año Santo es también, y en primer lugar, una invitación a descubrir de nuevo la Verdad que llena de amor y de perdón la Misericordia: Cristo, Hijo de Dios hecho hombre. La Verdad que da sentido al hombre, al mundo, a la historia.
“Esta es propiamente la novedad específica del cristianismo: el Logos, la Verdad en persona, es a la vez también la reconciliación, el perdón que transforma más allá de nuestras capacidades e incapacidades personales” (Ratzinger).
“Al escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia” (Papa Francisco, 17-III-2013).
Ernesto Juliá Díaz
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