Resurgirá una Europa con nuevas leyes de vida, de familia, de dignidad humana, en la que sus habitantes se seguirán deseando, en fechas como éstas, Santa Navidad y bendiciones del Niño Jesús para el año que comienza.
Olegario González de Cardedal, en línea con un buen número de pensadores europeos y americanos, ha querido resumir en un artículo los finales de una Europa y los posibles principios de la nueva Europa. No da por acabada Europa, y mantiene todavía la esperanza de levantar un cadáver, cosa verdaderamente encomiable, como siempre es la esperanza.
“¿Qué muere y que debe renacer hoy en Europa?”, se pregunta, y responde: “Los analistas constatan tres cambios fundamentales: el final de la religión, el final de la metafísica y el final de la conciencia moral”.
En definitiva, podemos decir, que muchos europeos de hoy no quieren saber nada de buscar la Verdad: la verdad sobre ellos mismos, la verdad sobre la realidad que ven con sus ojos, la verdad del sentido de su vida y de su muerte.
La Fe en Cristo Jesús ha desaparecido del horizonte de muchos europeos, es cierto. Y ha desaparecido, de manera muy particular, de la historia de Europa, de las leyes civiles de Europa, de las ambiciones políticas de Europa. Olegario se pregunta: “¿Cristo ha dejado de ser considerado la revelación suprema de Dios y la realización suprema el hombre?”. Él no la contesta, pero la respuesta de esos europeos no puede ser otra que sí.
Esta falta de Fe, esa falta de anhelo de la Verdad, ha llevado a Europa a convertirse en pura política. Todo es política. Y en esto están de acuerdo fascistas, comunistas, socialistas, social-demócratas, podemosistas, populistas, etc. etc. Todo es política. Y éste es el suicido de Europa.
¿Se puede revitalizar una Europa así?.
Sin duda Olegario es bien consciente de las palabras que Ludwig von Mises, gran teórico del liberalismo, escribió allá por el año 1927: “Hoy un soplo de muerte azota a nuestra civilización. Un puñado de diletantes anuncia que todas las civilizaciones, y por tanto también la nuestra, tienen que perecer según una ley inexorable. Habría, pues, llegado para Europa la hora de la muerte. Por doquier se respira una atmósfera otoñal... Pero la civilización moderna no perecerá, a no ser que se suicide... No hay nadie sobre la faz de la tierra que pueda competir con los protagonistas de la civilización moderna. Sólo enemigos internos pueden amenazarla”.
Para alejar a esos “enemigos internos”, Olegario señala la urgencia de que los europeos recuperen tres principios fundamentales: el principio de la realidad; el principio de la responsabilidad; el principio de la esperanza.
Cada uno de estos principios está directamente relacionado con uno de los finales. O mejor, con los tres finales a la vez; y así recuperamos la unidad del hombre, la dignidad del “yo”, criatura libre y eterna, y responsable, que un buen número de europeos ha perdido; o mejor, ha reducido, a la “unidad del yo” aislado, individual, separado de los demás y constructor de su propia verdad, que se desvanece cada día en sus manos, como la ceniza de un cigarrillo, y que ni siquiera es responsable de sí mismo y de sus acciones. La culpa siempre es de “otro”, del destino, de la “evolución”, de las “circunstancias”, de la “globalización anónima”, de los astros −que hasta ahí ha “elevado” el hombre la “unidad de su yo”; etc., etc.
La Europa con su historia y sus avatares de siglos está desapareciendo delante de nuestros ojos. Nietzsche ha sido profeta solo a medias: “Con su afirmación 'Dios ha muerto', señala González de Cardedal, no declaraba sólo la desaparición de la fe en Dios dentro de Europa; proclamaba irreal todo lo que hasta ahora había sido fundamento del existir humano: el ser, la verdad, el sentido, el fundamento, la moral, la metafísica”.
Todo lo que Nietzsche proclamaba “irreal”, sólo era “irreal” en su imaginación. Queriendo apoderarse de “ser dios”, algunos europeos, −“todo es política”−, quienes han proclamado que “Dios ha muerto”, han hundido a Europa, han destrozado a sus hijos en el vientre materno, han destrozado las familias, para arrancar de cuajo cualquier esperanza a los seres humanos. Han querido implantar el “poder del hombre”, y rechazar “el amor de Dios”.
Olegario recuerda: “Somos fruto de libertad y de amor, de una realidad mayo y mejor que nosotros; no del silencio, absurdo o acaso. Lo máximo no procede de lo ínfimo ni lo espiritual de lo material. El Creador crea y permanece siempre fiel a la criatura. Su fidelidad divina funda la esperanza humana”.
No. Europa no se suicidará. Muchos otros europeos, que tienen Fe en el Nacimiento del Hijo de Dios en la tierra, Jesucristo, y saben que Él es la Verdad, el Camino y la Vida, reconstruirán −en Fe, Esperanza y Caridad− otra Europa sobre las cenizas y ruinas de la que los otros han abandonado en alta mar, a la deriva. Y resurgirá una Europa con nuevas leyes de vida, de familia, de dignidad humana, en la que sus habitantes se seguirán deseando, en fechas como éstas, Santa Navidad y bendiciones del Niño Jesús para el año que comienza.
Ernesto Juliá
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