La familia tiene raigambre humana y su desarrollo refleja la actitud profunda y personal de sus protagonistas
La familia tiene raigambre humana y su desarrollo refleja la actitud profunda y personal de sus protagonistas
“La situación en que se halla la familia presenta aspectos positivos y aspectos negativos: signos, los unos, de la salvación de Cristo operante en el mundo; signos, los otros, del rechazo que el hombre opone al amor de Dios” (San Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, n. 6).
No hay duda de que en la realidad y en la conciencia de lo que es la familia hay un conjunto de rasgos positivos, que son adquisición y patrimonio de nuestro tiempo. “En efecto, por una parte existe una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la promoción de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable, a la educación de los hijos; se tiene además conciencia de la necesidad de desarrollar relaciones entre las familias, en orden a una ayuda recíproca espiritual y material, al conocimiento de la misión eclesial propia de la familia, a su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa” (idem).
Ahora bien, tampoco hay que cerrar los ojos a la realidad para no advertir las evidentes muestras de deterioro de la institución familiar, “signos de preocupante degradación de algunos valores fundamentales: una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticoncepcional” (idem).
Podría señalarse que la agudización de los síntomas positivos y negativos no ha hecho sino aumentar a lo largo de las más de dos décadas transcurridas desde la Familiaris consortio. “En la base de estos fenómenos negativos está muchas veces una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta” (idem). Un cambio global de mentalidad, que se refleja claramente en la visión del matrimonio y de la familia.
Las dificultades afectan a las familias de cualquier nivel socioeconómico. Se trata de inconvenientes de toda índole, unos más circunstanciales, otros más de fondo. “Merece también nuestra atención el hecho de que en los Países del llamado Tercer Mundo a las familias les faltan muchas veces bien sea los medios fundamentales para la supervivencia como son el alimento, el trabajo, la vivienda, las medicinas, bien sea las libertades más elementales. En cambio, en los Países más ricos, el excesivo bienestar y la mentalidad consumística, paradójicamente unida a una cierta angustia e incertidumbre ante el futuro, quitan a los esposos la generosidad y la valentía para suscitar nuevas vidas humanas; y así la vida en muchas ocasiones no se ve ya como una bendición, sino como un peligro del que hay que defenderse” (idem).
En las actuales circunstancias, transcurrida ya una década del siglo XXI, procuramos levantar la mirada para no contentarnos con consideraciones estadísticas económicas o sociológicas. La familia tiene raigambre humana y su desarrollo refleja la actitud profunda y personal de sus protagonistas. “Esto revela que la historia no es simplemente un progreso necesario hacia lo mejor, sino más bien un acontecimiento de libertad, más aún, un combate entre libertades que se oponen entre sí, es decir, según la conocida expresión de San Agustín, un conflicto entre dos amores: el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí, y el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios” (idem).