A la pregunta de si todos tenemos “madera de santos”, el Prelado del Opus Dei contesta que San Josemaría se planteaba la misma cuestión en un punto de Camino, y se contestaba: “tener madera no basta”. Todos contamos con la posibilidad de vivir el seguimiento y la imitación de Jesucristo, derramando caridad. Pero, para alcanzar esa meta −y conseguir la felicidad con mayúsculas−, es necesario dejar que la gracia de Dios haga su obra, normalmente también con la ayuda de otros, con docilidad y obediencia a las diversas llamadas que nos hace el Señor
El próximo 26 de junio se celebrará en la Catedral de Sevilla una Eucaristía que presidirá el arzobispo con motivo de la festividad de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei[1]. Monseñor Javier Echevarría (Madrid, 1932) sucedió en 1994 a Álvaro del Portillo, cuya beatificación tendrá lugar en la capital de España el próximo 27 de septiembre. Dirige una institución con presencia en los cinco continentes que promueve entre los fieles el encuentro con Cristo en el trabajo, la vida familiar y el resto de actividades ordinarias.
Don Javier, ¿qué pide a los fieles de la Obra en relación con las diócesis?
Que tiremos del carro en la misma dirección que el obispo de la diócesis y que sepamos aprender de los demás. De hecho, la pertenencia de un fiel de la diócesis a la prelatura del Opus Dei le tiene que mover a aumentar la unión afectiva y efectiva con el obispo diocesano y con los demás fieles de esa Iglesia particular.
¿Y, más concretamente, a los fieles del Opus Dei en Sevilla?
A los sevillanos y sevillanas del Opus Dei les pediría que recen por las vocaciones sacerdotales de la diócesis, por los catequistas y educadores, por la santidad de las familias de Sevilla y por las demás intenciones del muy querido arzobispo, don Juan José Asenjo. También les animaría a reforzar cada día su afán apostólico, para que la Iglesia en Sevilla recoja abundantes frutos del trabajo de evangelización de la prelatura en esta tierra. Es motivo de agradecimiento a Dios observar que en el ambiente de los apostolados de la Obra −con la gracia de Dios− surgen numerosos matrimonios cristianos, así como vocaciones para el sacerdocio, para la vida religiosa y para el celibato laical. Además, como sevillanos, les pediría que ayuden a transmitir al conjunto de la Iglesia esa alegría y ese amor profundo por la Virgen característicos de esta tierra.
Usted ha sido testigo del amor de Juan Pablo II por Sevilla, ¿tiene algún recuerdo?
El Papa estuvo en Sevilla dos veces. Recuerdo, entre otras cosas, su alegría por haber podido beatificar allí a Sor Ángela de la Cruz, a la que después proclamaría santa en una ceremonia que tuvo lugar años después, en 2003, en Madrid. San Juan Pablo amaba mucho a Sevilla y el amor de los sevillanos por el Papa es ahora palpable en la escultura del nuevo santo que se encuentra al lado del palacio arzobispal.
Está aún reciente su canonización ¿Qué destacaría del nuevo santo?
San Juan Pablo II también era un sacerdote, un obispo, un Papa particularmente unido a la Madre de Cristo, a cuyos pies puso su servicio pastoral, con el lema Totus Tuus. Convocó a la Iglesia a la Nueva Evangelización, e iba por delante: el Espíritu Santo se sirvió de sus palabras, de sus gestos, de sus escritos, de su entrega, para acercar a millones de hombres y mujeres a la fuente de la gracia, o a la entrega a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa, en el matrimonio y en el celibato apostólico laical. Nos condujo del segundo al tercer milenio, dejando un imponente legado sobre el valor de la vida y de la familia, la atención a los pobres y a los más necesitados, los derechos de los trabajadores, la dignidad de la mujer, y sobre tantos otros aspectos que resultan centrales para la pro-moción de una existencia digna.
¿Y de san Juan XXIII?
San Juan XXIII es el Papa que convocó el Concilio Vaticano II, esa experiencia de fe y de renovación con la que se trataba de hablar al corazón del hombre de nuestra época. El Papa Roncalli fue un sembrador de paz: en un momento histórico delicadísimo puso los medios oportunos para evitar la guerra, y elaboró −siguiendo el ejemplo de sus predecesores− una estupenda doctrina sobre los presupuestos de la paz y sobre la dignidad del ser humano. Fue una persona, un “padre” de gran simpatía, y un profundo devoto de la Virgen María.
¿Qué imagen guarda de su primer encuentro con el Papa Francisco?
Conservo la imagen del Padre que te acoge con gran cordialidad, con sencillez, y que te da ánimo en la misión de evangelización; concretamente, se me quedó grabado su interés por difundir el sacramento de la Penitencia. El Papa Francisco nos trae otro regalo más del Espíritu Santo a su Iglesia. Su empuje y su celo por acercarse a cada persona (sana o enferma, rica o pobre) es un estímulo para que todos los cristianos procuremos llevar el amor y la misericordia de Cristo hasta el último rincón de la tierra.
¿Qué sentimientos le vienen a la cabeza si le cito a san Josemaría Escrivá?
Una gratitud extraordinaria y un deseo grande de imitar su caminar alegre y entregado, lleno de celo por las almas. De San Josemaría podría hablarle horas. Me limito aquí a subrayar una actitud muy suya, de la que he tenido la gracia de ser testigo directo: su capacidad de imitar a Cristo en la Cruz, con los brazos abiertos a todos. Abierto sacerdotalmente a los de la izquierda, del centro y de la derecha; a los pobres y a los ricos, a los sanos y a los enfermos; a todos sin excepción. Es la apertura de Cristo, la salida al encuentro de los demás, de la que hoy nos habla tanto el Papa Francisco.
¿Y Álvaro del Portillo?
Al pensar en Álvaro del Portillo, me viene a la memoria su sonrisa permanente, su afabilidad y su fidelidad constante, su saber servir. Muchas de las personas que lo han tratado (desde eclesiásticos de la Santa Sede hasta los campesinos con quienes habló en un pueblecito cercano a Roma) me dicen: “Don Álvaro transmitía paz”. Al prepararnos ahora para su beatificación, acudo a su intercesión, y le pido que nos ‘contagie’ esa profunda paz cristiana del alma; su lealtad a Dios, a la Iglesia y al Papa; y su preocupación social, que se manifestó en el impulso de numerosas iniciativas en todo el mundo a favor de los más necesitados.
Un santo y un beato, ¿le han dejado el listón muy alto?
Los miro, y pienso: gracias, Dios mío, por estos dos gigantes de la santidad. Más que como modelos inalcanzables −un listón altísimo, como usted dice−, me gusta verles como dos grandes aliados, dos intercesores que nos ayudan desde el cielo. Y desde allí nos empujan y nos sostienen con el mismo corazón de padre y de madre con el que nos quisieron en la tierra.
¿Todos tenemos “madera de santos”?
San Josemaría se planteaba la misma cuestión en un punto de Camino, y se contestaba: “tener madera no basta”. Todos contamos con la posibilidad de vivir el seguimiento y la imitación de Jesucristo, derramando caridad. Pero, para alcanzar esa meta −y conseguir la felicidad con mayúsculas−, es necesario dejar que la gracia de Dios haga su obra, normalmente también con la ayuda de otros, con docilidad y obediencia a las diversas llamadas que nos hace el Señor.
(*) Entrevista de Ana Capote.
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