La causa de la vida es la causa del futuro de la humanidad
El derecho a la vida, a toda la vida, es el primero de los derechos humanos
En los últimos meses, el debate sobre la vida ha regresado al centro de la opinión pública con toda su fuerza. Se trata de una buena noticia, porque la cuestión es crucial para la comunidad. Es necesario mantener viva esta conversación decisiva y evitar el apagón informativo. También conviene rescatar la razón, aportando ideas a un debate a menudo plagado de propaganda y descalificaciones.
Por desgracia, la conversación sobre la vida ha sido de escaso nivel intelectual (por ambas partes). A estas alturas, conocemos ya los efectos de la disminución de la natalidad, que ha provocado una bomba demográfica y ha profundizado en la crisis del estado del bienestar, que no parece en condiciones de afrontar pirámides de población y datos macroeconómicos como los actuales.
Sorprendentemente, la clase política mira hacia otro lado. Estamos padeciendo ya los efectos de la crisis de la maternidad, con la epidemia de soledad que inevitablemente la acompaña. Rusia y China, los pioneros de la implantación del aborto, ya empiezan a revisar sus políticas.
Además, la lucha por la vida puede ser una lucha por la naturaleza, una causa ecológica. Vivimos en un mundo artificial, que quiere impedir el curso natural de las cosas con artefactos y fármacos de todo tipo. El crecimiento de la tecnología, que aporta tantos beneficios, no ha venido acompañado del crecimiento de la humanidad. La sensibilidad ecológica nos ha ayudado a respetar más la naturaleza y eso ha sido un gran avance. Excepto en lo que se refiere a la cultura de la vida.
Por otro lado, las mujeres que pueden tener hijos viven en un clima adverso a la maternidad, con fuertes presiones de su entorno. Por eso es necesario defender a quienes quieren ser madres y quitar obstáculos de su camino. Las cosas han cambiado: antes el aborto era tabú. Ahora, el tabú es ser padres. El aborto no es sólo un problema de las mujeres. Es también problema de hombres que huyen y no quieren ser responsables de su vida.
Estos y otros argumentos del movimiento pro-vida merecen un análisis más pausado. Su mejor aliado es la ciencia, que con los avances del diagnóstico prenatal muestra las criaturas con perfiles cada día más nítidos. Se presenta la defensa de la vida como algo oscuro, conservador y desfasado. Pero la causa de la vida es la causa del futuro de la humanidad. Es posible que el aborto no sea tanto señal de progreso como herencia del siglo XX, el de la bomba atómica, la experimentación genética y las guerras mundiales.
Si supera sus divisiones y mejora la calidad de su discurso, el movimiento pro-vida puede ser una coalición valiosa para la comunidad: personas de todas las religiones o sin religión que quieren preservar derechos humanos y civiles; proteger indefensos, discapacitados y marginados; trabajar contra la trata de personas o la exclusión de los mayores con la eutanasia; contra la pena de muerte, la tortura, el terrorismo y las demás formas de violencia. El derecho a la vida, a toda la vida, es el primero de los derechos humanos.
Bienvenido sea el debate de estas últimas semanas. Pero tiene que ser un debate de verdad, sin descalificaciones ni amenazas. Es un debate difícil, pero necesario. Como ha escrito el Papa Francisco, a los niños por nacer se les quiere negar su dignidad humana y hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie lo pueda impedir.