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Si muchos leen cuidadosamente a Erle C. Ellis, seguramente habrá menos gente que crea que las políticas restrictivas de la China sean una solución imprescindible para evitar la superpoblación
Parece como si el ‘New York Times’ hubiera abandonado el lado oscuro. En un artículo de la semana pasada se hacía eco de que el problema en muchos países no es la explosión de la población, sino su implosión. Ahora, en el mismo periódico, Erle C. Ellis, Profesor Asociado de Geografía y Sistemas Medioambientales de la Universidad de Maryland, ha sostenido que la superpoblación en relación al medio ambiente es un mito.
Ellis empieza con la consabida afirmación: «Estamos destruyendo los sistemas de mantenimiento de la vida que nos sostienen. Igual que las bacterias en un disco ‘Petri’, nuestras explosivas cifras están alcanzando los límites de un planeta finito, con consecuencias terribles. Se avecina el desastre a medida que los humanos exceden la capacidad natural de la tierra de mantenerlos». Pero, como afirma Ellis, esto carece de sentido, porque, a diferencia del resto del reino animal, los humanos no se limitan a habitar en su ambiente, sino que lo construyen.
«Estas afirmaciones muestran una profunda falta de comprensión de la ecología de los sistemas humanos. Las condiciones que sostienen a la humanidad no son naturales ni lo han sido nunca. Desde la prehistoria las poblaciones humanas han usado la tecnología y han edificado ecosistemas para sostener a la población mucho más allá de las capacidades de los ecosistemas naturales sin modificación».
Los hombres son especiales. Un nuevo niño no es simplemente una boca más que alimentar con unos recursos siempre limitados de la tierra; es también en potencia un inventor, un científico, un innovador, que ayudará al resto de la humanidad a adaptar, sobrevivir y crecer. Lo vemos en nuestra larga historia. «Incluso antes de que terminara la última edad de hielo, miles de años antes de la agricultura, las sociedades de cazadores-colectores estaban bien establecidas a lo largo de la tierra y dependían cada vez más de estrategias tecnológicas sofisticadas para mantener la creciente población en parajes transformados anteriormente por sus antepasados.
La capacidad de mantenimiento del planeta para el hombre prehistórico de cazadores-colectores no estaba más allá de los 100 millones. Pero sin sus tecnologías paleolíticas y modos de vida, el número hubiera sido mucho menor −quizá algunas decenas de millones. El descubrimiento de la agricultura permitió una población todavía mayor, requiriendo cada vez más las prácticas de uso intensivo del terreno para aumentar el sustento asequible a partir del mismo viejo terreno. En su mejor momento aquellos sistemas agrícolas habrán podido mantener hasta tres mil millones de personas con una dieta pobre, casi exclusivamente vegetariana».
La dificultad está en acercarse al hombre con prejuicios biológicos
Así, que ¿de dónde procede todo este sinsentido? Por supuesto Thomas Malthus tiene mucho que ver en ello. Pero, de acuerdo con Ellis, el error procede esencialmente de tratar la humanidad de acuerdo con un conjunto de datos que se pueden introducir en un modelo biológico o físico. El problema está en que el estudio de la población humana trata de personas humanas: «Encontré en la economista agrícola Ester Boserup el antídoto al demógrafo y economista Malthus y su teoría de que la población tiende a superar la producción de alimento. Sus teorías acerca del crecimiento de la población como motor de la productividad dieron explicación a los datos que yo iba recogiendo de forma que no podía hacer Malthus.
La ciencia del mantenimiento es de manera inherente una ciencia social. Ni la física, ni la química, ni incluso la biología son adecuadas para entender como ha sido posible para una especie modelar tanto su futuro como la utilización de un planeta entero. Esta es la ciencia del Antropoceno. La idea de que los humanos han de vivir de acuerdo con los límites medioambientales naturales de nuestro planeta niega la realidad de nuestra historia entera y muy probablemente nuestro futuro».
En efecto, ¿Cómo podía tener razón Malthus, cuando desde que él escribió la tierra mantiene muchos miles de millones más de personas que viven con un estilo de vida muy superior al que él pudo soñar?
Volviendo a la analogía del comienzo, Ellis comenta: «¿Quién sabe qué será posible con las tecnologías del futuro? Debe quedar claro el mensaje importante de estos números aproximados. No existe una capacidad de sustentación del hombre. No somos como bacterias en un disco ‘Petri’».
O, en respuesta a algunos comentarios frecuentes de algunas eminentes personalidades, «no somos una plaga». Para terminar, mientras estamos entre aquellos que hacen posible que este planeta alimente miles de millones de personas a un nivel impensable hace 100 años, también estamos entre los que recordamos que hoy hay gente que pasa hambre. Y no porque somos más de los debidos, sino porque desencadenamos guerras, somos codiciosos y no somos capaces de compartir eficientemente los recursos: «No hay razón de tipo ambiental para que la gente pase hambre hoy o en el futuro. No hay necesidad de usar más terreno para mantener a la humanidad −el incremento de la productividad de los cultivos con las tecnologías disponibles pueden aumentar globalmente los alimentos, e incluso dejar mayor área a la naturaleza− un objetivo cada vez más popular y posible. Los únicos límites para la creación de un planeta del que las generaciones futuras podrán estar orgullosas son nuestra imaginación y nuestros sistemas sociales».
Si muchos leen cuidadosamente a Ellis, seguramente habrá menos gente que crea que las políticas restrictivas de la China sean una solución imprescindible para evitar la superpoblación.
Marcus Roberts
(*) Publicado originariamente en MercatorNet
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