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Una ocasión propicia, en el clima de pensamiento débil que inunda Europa, para que resurja en las antiguas universidades europeas el “pensamiento fuerte”; la respuesta a las grandes preguntas que el hombre ha de hacerse ahora, y siempre
El reto ha comenzado, ha nacido, y no me queda más que desearle larga vida. ¿Un reto?
«Hoy más que nunca la Iglesia se siente llamada a una dimensión de confrontación, de apertura, de continua revitalización de sus fundamentos, precisamente a través de un recurso inagotable que es el diálogo».
Un diálogo abierto por iniciativa de Benedicto XVI, que ha encargado al Consejo Pontificio de la Cultura ponerlo en marcha.
¿En qué consiste? En un diálogo entre creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, o sencillamente, personas que han abandonado la Fe. Qué cada uno abra su inteligencia para exponer en Quién cree, en qué no cree, qué afirma más allá de los límites de su razón, etc. etc. Una ocasión propicia, en el clima de pensamiento débil que inunda Europa, para que resurja en las antiguas universidades europeas el “pensamiento fuerte”; la respuesta a las grandes preguntas que el hombre ha de hacerse ahora, y siempre.
Y todo ha comenzado ya con el primer acto celebrado hace unos días en la Universidad de Bolonia, la más antigua universidad europea que ha estado abierta, y en activo, desde su fundación, allá por el siglo XII.
Atrio de los Gentiles. El nombre lo ha adoptado de ese lugar del templo de Jerusalén, al que los no judíos, deseosos de conocer qué sucedía en el Templo y Quién era el Dios de los judíos, esperaban la llegada de algún sacerdote que atendiera sus preguntas.
«El problema de Dios, declinado como relación entre fe y razón, ¿no es más que una ocupación “diurna” de filósofos y teólogos, psicólogos y antropólogos, o afecta a la reflexión diurna de cada uno de nosotros?», se preguntaba el rector de Bolonia, Ivano Dionigi.
Benedicto XVI ha mantenido diálogos sobre este tema, el problema de Dios, con Habermas, con Paolo Flores D’Arcais, y ha dejado a un lado, anticuada, toda postura a la defensiva del creyente. Benedicto XVI sabe que la razón está de su parte; el dilema en que acaban no pocos ateos es: Dios o la Nada.
Dilema insostenible con la lógica más profunda. Dios y Nada no son dos conceptos que se puedan contraponer, sencillamente porque uno, Dios, corresponde a una “realidad” que el entendimiento de alguna manera vislumbra; y el otro, la Nada, es pura invención conceptual humana carente del mínimo contenido real.
Bien consciente de la escondida verdad de los aforismos del colombiano Nicolás Gómez Dávila: «El ateo nunca le perdona a Dios su inexistencia»; y «Es más fácil creer en los dioses del Olimpo o de los Indigitamenta que en la inexistencia de Dios», el Consejo Pontificio de la Cultura ha comenzado con una sesión sobre el Dios de los ateos.
El card. Ravasi intenta recuperar a Cioran, denominándolo “ateo creyente”. Y afirmando de él que es “una especie de místico de la Nada”, dejando entrever el escalofrío de las “noches del alma” de ciertos grandes místicos, como Juan de la Cruz o Angelus Silesius. Intento, en mi opinión, inútil, cuando se lee otra de las preguntas de Ciorán: «¿No será Dios mi propio estado de la nada?».
El diálogo ha comenzado. Y en los términos que Dionigi ha señalado: «Yo pienso que hablar del hombre equivale ante todo a hablar de Dios, y hablar de Dios equivale ante todo a hablar del hombre. (…) Ser hombres de verdad significa plantearse cuestiones últimas e interpretar la vida como un continuo interrogante y búsqueda de esa verdad que nunca es cómoda ni consoladora».
El segundo acto será en París, entre La Sorbona, el Instituto de Francia y el Colegio de los Bernardinos. ¿Se atreverá el cansado intelectual europeo de hoy a abrir de nuevo su mente a las grandes preguntas, sobre Dios, sobre el Hombre, sobre la Vida, sobre la Muerte?
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