vaticaninsider.lastampa.it (Entrevista de Alessandro Speciale)
La renuncia del Papa Benedicto XVI no es una “derrota ante el mundo”, sino una manera para invitar a la Iglesia y recordar que ella está al servicio “de la vida cristiana y, en definitiva, de Dios”, y no es solo una “estructura” humana.
Está convencido de ello el padre Miguel De Salis, docente de eclesiología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, quien, en entrevista con Vatican Insider, invita a no ver la renuncia del Papa Ratzinger con "una mirada demasiado humana", como una "redimensión" del papado que le haría "perder mucho de su significado sobrenatural".
Claro, la renuncia llegó de repente y generó “tristeza” en la Iglesia: “la renuncia de Benedicto XVI hace que nos sintamos huérfanos”, admite el padre Salis, “en algunos lugares en los que las noticias sobre el Papa y sus fuerzas no llegan con mucha frecuencia, su renuncia fue interpretada de diferentes maneras y los sentimientos suscitaron interpretaciones confusas... Pero –añade– no hay que olvidar lo que el Papa repitió en diferentes ocasiones: nuestra fe es en Dios, no en los Papas, ni en los obispos, ni en los teólogos o en el predicador carismático del momento”.
Entonces, ¿los Papas son relativos?
Creo que más bien los Papas no son autoreferenciales. Los Papas, como todos los ministros ordenados, tienen algo de la paternidad de Dios.
¿Nos puede dar una clave para interpretar la decisión de Benedicto XVI?
Más de una; creo que el Pontificado de Benedicto XVI se puede resumir en tres personajes que indican tres prioridades.
¿O sea?
La primera es la Santa Hildegarda von Bingen, el segundo es San Juan de Ávila y el tercero es el beato John-Henry Newman. Los dos primeros fueron declarados doctores de la Iglesia el año pasado y el último fue declarado beato por el Papa en persona, contradiciendo una regla que él mismo había querido retomar cuando comenzó su Pontificado.
¿Por qué indican las prioridades del Pontificado del Papa Ratzinger?
Santa Hildegarda, que describió en sus visiones una Iglesia con manchas que desfiguraban su rostro, representa el deseo de reforma interior de la Iglesia y la conversión de todos los cristianos. San Juan de Ávila refleja el interés del Papa por la formación sacerdotal, tanto la de los seminaristas como la formación continua de los que ya son sacerdotes. El beato John-Henry Newman, en cambio, nos indica el desafío de la vida cristiana que se debe abrir camino en el mundo moderno, caracterizado por el liberalismo.
¿Nos encontramos al final de una época?
Creo que sí.
¿De qué forma?
De dos formas diferentes. La primera es el declive del postconcilio que hemos vivido. A partir de ahora, el Vaticano II será un Concilio que se inscribe seriamente en la historia de la Iglesia y de los Concilios. En práctica, será mucho más nítida la diferencia entre la autoridad del Vaticano II y su historia. Los Papas que lo vivieron nos heredaron un gran don que dará frutos duraderos y serenos. La segunda es que estamos viviendo los últimos momentos de una Iglesia de matriz cultural europea, que nos llevará a un terreno que no es tan conocido, pero en el que Dios está presente −y actúa− desde hace mucho tiempo.
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