Sobre testimonios semejantes, la Fe echa siempre raíces, y raíces hondas que nadie puede ni cortar ni secar <br /><br />
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Todas las noticias del día, desde las afirmaciones de políticos, de futbolistas, de banqueros, de analistas de mercados (…), hasta detalles más o menos pintorescos de sucedidos en cualquier parte del mundo, perdieron todo interés, si es que en algún momento lo tienen.
Un hermano sacerdote del difunto se acercó al micrófono, apenas concluida la Santa Misa. Algo achacoso, arrastrando los pies, apoyado en otro sacerdote concelebrante, y muy emocionado, comenzó a hablar.
Del fondo del alma, porque apenas podía pronunciar palabras, surgió un acto de agradecimiento a sus padres por la formación cristiana de Fe, de Esperanza, de Caridad, que habían transmitido, en el hogar materno, a él y a sus otros seis hermanos.
Un canto a la riqueza de la Fe recibida que hacía posible que allí, en torno al altar estuvieran presentes, además del cuerpo del difunto, dos hermanas monjas, y otros hermanos y hermanas casados, con sobrinos y nietos.
Una confesión de Fe familiar, transmitida, con la acción del Espíritu Santo, de bisabuelos, abuelos, padres. Confesión de Fe que culminó cuando, después de depositar el ataúd en el fondo de la tumba, y después de las oraciones del sacerdote al bendecir la sepultura, toda la familia a una sola voz recitó el Credo.
Yo estaba contemplando la escena, y dando gracias a Dios. En el silencio del momento, mientras los sepultureros realizaban con amor su oficio, mi cabeza se llenó con el recuerdo de una noticia de Pakistán leída pocos días atrás.
El hermano de Shahbaz Batí, Ministro para las minorías, y primer católico en ocupar una puesto semejante, recientemente asesinado por su condición de católico, y por sus anhelos para que en el país se reconociera, con todas las defensas legales, el derecho a la libertad religiosa, ha aceptado ocupar un lugar de responsabilidad en el mismo ministerio, para seguir ayudando a la tarea de concordia y de paz iniciada por su hermano.
Toda la familia, católica, apoya su decisión, como sostuvo en su momento la voluntad y los esfuerzos de su hermano. Él sabe los peligros que encontrará; él sabe la obstinación de grupos fanáticos religiosos islamitas, que viven al margen de las grandes confesiones musulmanas, decididos a interrumpir, a cualquier precio, su labor cristiana de paz, de comprensión y de convivencia.
Es una herencia de familia; y él la recibe decidido a proseguir la misma batalla de Fe en Cristo, de Esperanza en la libertad religiosa, de Caridad con todos los hombres en el Amor de Dios, que vivió su hermano. Sobre testimonios semejantes, la Fe echa siempre raíces, y raíces hondas que nadie puede ni cortar ni secar.
Después del funeral de mi amigo, volví caminando serenamente a casa; y me uní de todo corazón al acto de agradecimiento del hermano sacerdote. Todas las noticias del día, desde las afirmaciones de políticos, de futbolistas, de banqueros, de analistas de mercados, de expertos en resolver la situación social y económica actual, hasta detalles más o menos pintorescos de sucedidos en cualquier parte del mundo, perdieron todo interés, si es que en algún momento lo tienen.
La familia había recibido con cariño a mi amigo en su nacer; y le acompañó hasta el último momento, en su morir.
Y, una vez más, la familia había ofrecido a todo su rostro más brillante: ser manantial de agua viva, que no hace ruido, que apenas es noticia, que riega los campos en la tierra y abre caminos de vida eterna. Y había puesto ante los ojos de todos —y en el centro de nuestras almas— una profundísima manifestación de Fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, encuadrada en la armonía de una Salve rociera que llegó hasta el cielo, con las cruces y todas las imágenes del Crucificado del cementerio de Toledo.