La entereza y solidaridad de los ciudadanos ante la catástrofe nos asombra
ReligionConfidencial.com
No hay rebelión crispada ante el dolor, sino sacrificio, disciplina y trabajo colectivo para superar la adversidad lo antes posible
Las catástrofes que asolan a Japón dan mucho que pensar. He descrito en otro lugar mi inquietud ante la miopía y falta de solidaridad de Europa en estos momentos dramáticos. Hemos dado la penosa impresión de que sólo nos preocupa el riesgo nuclear, cuando ellos luchan contra el mayor desastre natural de su historia. Ante su impresionante ejemplo de serenidad y ciudadanía, nosotros a lo nuestro…
Así, en Alemania, Angela Merkel modificó a toda prisa su política nuclear, consciente de que se iba a dar un batacazo electoral. Como sucedió, porque SPD y Verdes iban mucho más aún a lo suyo. Dentro de sus amplios contrastes, sólo Nicolas Sarkozy ha enviado expertos que ayuden —al fin y al cabo, Francia es la primera potencia nuclear de Europa y ha viajado a Tokio en términos solidarios.
Entretanto, ha pasado inadvertido en los medios occidentales que, entre los héroes de la central de Fukushima, que sacrifican sus vidas para prevenir otra catástrofe, algunos cristianos trabajan codo a codo con sus conciudadanos japoneses. La información procede del Obispo de Sendai, en cuyo territorio se encuentra la provincia de Fukushima: «tienen una gran oportunidad de ofrecer un testimonio de la propia fe y de los valores del Evangelio. Lo están haciendo en la solidaridad, en la dedicación al prójimo, en el espíritu de abnegación. En Fukushima los trabajadores están arriesgando sus vidas para salvar a la población japonesa y para evitar una catástrofe nuclear». Según fuentes locales de Fides, el líder del equipo que dirige el trabajo es un cristiano. Los fieles están llevando a cabo esta tarea tan delicada y peligrosa «con plena conciencia de estar dando su vida por los demás, en la fe y la oración» y han pedido oraciones a todos los fieles del mundo, «para confiar sus vidas a las manos de Dios».
Esta respuesta solidaria cristiana se une al conjunto de la actitud del pueblo japonés, que constituye un ejemplo para el mundo ante una de las cuestiones éticas decisivas: el sentido del mal, la explicación del sufrimiento humano, especialmente de las personas inocentes. Porque la información europea, focalizada en Fukushima, tiende a olvidar al cerca del millón de personas afectadas: desplazados en centros de acogida, o supervivientes sin agua, electricidad ni medicinas.
Sin duda, el Libro de Job, aunque radicalmente incomprensible sin la aceptación del misterio, forma parte del imaginario cultural del mundo. Estos días he considerado que la reacción del pueblo japonés ante la tragedia está muy lejos de Voltaire tras el terremoto de Lisboa, o de la obsesión nuclear de la vieja Europa, y enlaza con las profundas raíces también humanas de Job. Por eso pienso que, en momentos tan dolorosos, contribuye al anhelo de Benedicto XVI por construir las bases de una ética universal que facilite también la paz entre hombres y naciones.
Cuando escribo estas líneas, acaba de ser convocada la “Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo”, para el 27 de octubre de 2011, en Asís. Con esta iniciativa, Benedicto XVI desea solemnizar el XXV aniversario del histórico encuentro que tuvo lugar en Asís, el 27 de octubre de 1986, convocado por Juan Pablo II. Allí acudirá como peregrino de la verdad y de la paz, e invita «nuevamente a unirse a este camino a los hermanos cristianos de las distintas confesiones, a los exponentes de las tradiciones religiosas del mundo e, idealmente, a todos los hombres de buena voluntad».
En concreto, el Papa querría que san Francisco, «pobre y humilde», acogiera «de nuevo a todos en su ciudad, convertida en símbolo de fraternidad y paz». También, en este mundo en rápida transformación, a «algunas personalidades del mundo de la cultura y de la ciencia que, si bien no se profesan religiosas, se sienten en el camino de la búsqueda de la verdad y son conscientes de la común responsabilidad por la causa de la justicia y de la paz en nuestro mundo».
La admirable historia reciente de Japón da fe de la existencia de esos valores universales. La entereza y solidaridad de los ciudadanos ante la catástrofe nos asombra. No hay rebelión crispada ante el dolor, sino sacrificio, disciplina y trabajo colectivo para superar la adversidad lo antes posible. El crecimiento de las últimas décadas no sería comprensible sin la solidaridad que se manifiesta ahora ante la tragedia. Como escribía un editorialista de Le Monde el 22 de marzo, «no hay en Japón grandes maquinarias humanitarias desplegadas a toda vela, sino una multitud de pequeñas asociaciones poco mediáticas, movilizadas con sus propios recursos, entre los cuales no es el menos importante su buena voluntad». Buen modo civil de hablar de esa ética universal.