Hay miedo a tener hijos; muchos prefieren no complicarse la vida y renuncian a la paternidad
El otro día salí de paseo por el campo. Me encontré con unos amigos que salían de excursión con varios niños; se les veía alegres, habladores, felices. A lo largo del recorrido me fui cruzando con más gente; algunos, los menos, con los hijos, la mayoría eran parejas acompañados de perritos. Las caras contrastaban, en general, por lo serias y calladas.
Es cierto que la vida no es fácil; hay muchas dificultades e inseguridades, pero también hay que reconocer que vivimos bastante bien. El puente último ha sacado a muchos a las playas, al campo. Córdoba estaba saturada de turistas. Los restaurantes llenos a rebosar. Pero hay miedo a tener hijos, en muchos casos se apuesta por la parejita o por el hijo único. También muchos jóvenes prefieren no complicarse la vida y retrasan o renuncian a la paternidad.
Pienso que hoy no se puede acudir al miedo de la superpoblación. Occidente, y especialmente España, tiene un índice tan bajo de natalidad que lo que da miedo es el envejecimiento de la sociedad. Me comentaba un amigo que nos han puesto mucho miedo en el cuerpo y, con miedo, nos cerramos a la vida.Por contraste están las familias numerosas. Pocas, pero existen. Algunas muy, pero que muy numerosas.
¿Qué le mueve a tomar esta decisión? Pienso que el amor a la vida. Pero también hay un fondo más profundo, hay unos ideales, una forma distinta de concebir la vida. Hay esperanza. Hay fe. Habría que analizar en profundidad cuál es nuestra actitud. ¿La paternidad responsable es solamente la que limita el número de hijos o también se puede aplicar a quien los busca?
Este domingo nos dice san Pedro: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”. Los cristianos somos seguidores de Cristo, que afirma: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Un pueblo elegido, sabedor de lo mucho que puede influir para bien ante los demás; una nación consagrada que está abierta a los ideales, a la vida. Tiene sentido de misión.
El Señor nos va preparando para su marcha al Cielo: “Cuando vaya y os prepare sitio…”. Nos encarga continuar con su tarea; para esto es fundamental ser fuente de vida, dar vida. Cuando el existir tiene sentido, cuando procuramos gastar los días en algo más que pensar en nosotros mismos, en pasarlo bien, en divertirnos, si es el amor lo que mueve nuestras vidas y tenemos ideales, procuramos transmitirlos a los demás. Si el amor ensancha y se enseñorea en nuestros pechos, nos impulsa a compartirlo. Un pueblo, una familia, la Iglesia crece si tiene vida, ideales.
Es muy bonita la actitud de la apertura, de la grandeza, de la generosidad. Recuerdo de pequeño que, cuando se hacían los dulces propios de la Navidad o de la Pascua, siempre nos parecían pocos. Nos gustaban las mesas llenas de comensales, el bullicio, la alegría de la familia numerosa. Ahora, la vida parece que nos lleva a lo poco, al aislamiento; al mucho para mí y ya veremos qué pasa con los demás.
No pretendo culpar a nadie; creo que, en el fondo del corazón, amamos la grandeza, nos gusta soñar. Es esta vida tan rarita y moderna la que nos empequeñece llenándonos de miedos, de prejuicios. Desgraciadamente nos cortan las alas, matan los ideales. Las ideologías hacen pequeño al hombre, le ciegan y le impiden ver el amplio horizonte. Vendan los ojos y llenan de miedos. Nos hacen egoístas al encerrarnos en nuestros intereses, al quitarnos las ilusiones y los sueños.
En no pocas ocasiones podemos considerar a los hijos como un problema. Algo va mal en la sociedad cuando se llega a pensar así. Dice el Papa: “Una sociedad que no se rodea de hijos, que los considera un problema, un peso, no tiene futuro”. El Salmo 127 reza así: “Los hijos que nos nacen en la juventud son como flechas en manos de un guerrero. ¡Feliz el hombre que tiene muchas flechas como esas! No será avergonzado por sus enemigos cuando se defienda de ellos ante los jueces”.
El refranero nos dice: “Cada niño nace con su pan debajo del brazo”. Esta frase significa que cada bebé que llega al mundo, trae consigo fortuna y bienestar a su familia y que, pase lo que pase, nunca le faltará la providencia para sacarlo adelante.
Terminamos con el Papa: “La concepción de los hijos debe ser responsable, pero el simple hecho de tener muchos hijos no puede ser visto como una decisión irresponsable. La vida rejuvenece y cobra nuevas fuerzas multiplicándose. Los hijos crecen compartiendo alegrías y sacrificios. En el sucederse de las generaciones se realiza el designio amoroso de Dios sobre la humanidad”.