"Abrir la puerta a Cristo, al Niño que acaba de nacer, es la mejor elección que podemos hacer para acertar"
Hoy comienza un nuevo año. Hemos pasado unas navidades tranquilas, hogareñas, distendidas. Parece que el dichoso virus nos da una tregua y la aprovechamos. Seguramente hemos llenado el depósito del coche, por aquello de los veinte céntimos. Solo resta esperar que los Reyes Magos sean generosos y no tengan ningún percance en estos días. Estamos dispuestos a recibir todos los regalos que pensamos que nos merecemos.
El Gobierno también ha estado generoso y nos ha rebajado el IVA en algunos alimentos. Bien nos vendrá, y sería de tontos no beneficiarnos de su dadivosidad. No parece que vaya a ser un año fácil, así que vamos a aprovechar todas las oportunidades.
Empezar con buen pie, acertar, escoger el mejor camino, no dejar pasar las ocasiones, rendir al máximo, intentar que este año las cosas nos vayan mejor son propósitos que todos tenemos. ¿Cuál será la mejor puerta para entrar bien en el 2023? Es lo que llevo planteándome estos días. Cuando uno va escaso de recursos, cuando se ve pobre, no puede permitirse el lujo de perderse por la puerta equivocada.
Hago mías las recientes consideraciones del predicador de la Casa Pontificia, el Cardenal Raniero Cantalamessa: “La gran puerta que el hombre puede abrir o cerrar a Cristo es una y se llama libertad. Sin embargo, ella se abre de tres maneras distintas, o según tres tipos distintos de decisiones que podemos considerar como tres puertas: la fe, la esperanza y la caridad. Todas son puertas especiales: se abren por dentro y por fuera al mismo tiempo: con dos llaves, una de las cuales está en manos del hombre, la otra de Dios, el hombre no puede abrirlas sin la ayuda de Dios y Dios no quiere abrirlas sin la colaboración del hombre”.
Abrir la puerta a Cristo, al Niño que acaba de nacer, es la mejor elección que podemos hacer para acertar. Todos hemos celebrado la Navidad, pero con distinto resultado. Unos las han disfrutado más que otros. Yo pensaba que eran los niños los que mejor se lo han pasado, pero hablando con una religiosa de clausura, me ha asegurado que las que más han disfrutado han sido ellas. Y estoy convencido de que así ha sido: se las veía felices, dichosas, más que los niños.
La puerta de la fe, la que lleva a Dios, es la mejor. Nos dice la Biblia: “El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel: 'El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz'. Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré”.
Mi propósito en este nuevo tiempo que empezamos es el de aprovechar todas las bendiciones del cielo. Almacenar los dones que Dios me mande. No dejar que nada se pierda. No confiar en lo que yo puedo hacer, no quedarme en mí, ni en lo que los hombres podemos dar de sí. Acudir a la fuente que nunca se agota. Ponerme en las manos de Dios. Usar de mi libertad para abrirme a Cristo, a lo grande. Todo lo demás, por bueno que sea, se quedará corto.
Dios no cobra ni impuestos ni IVA. Tiene una fuente inagotable de energía. Es rico en recursos que no necesitan ser renovados. En Dios lo tenemos todo. Si estas navidades nos han dejado un regusto amargo, ha sido porque no hemos tenido lo suficientemente presente a Dios.
El mejor modo de gastar nuestra libertad es buscar a Cristo. Poner el esfuerzo de abrirle las puertas de par en par. De modo especial aquellos que desconfían, que tienen poca fe, que han tenido una mala experiencia, que no le conocen, que tienen prejuicios sobre la Iglesia. Es más libre quien toma la decisión minoritaria, contra cultural. Es más libre porque es una apuesta aparentemente perdedora, arriesgada.
No se es más libre por dejarse llevar por la corriente, por la comodidad, por lo fácil. Hay que hacer el esfuerzo de abrir la puerta de la fe, de la esperanza y del amor. Como dice Cantalamessa se abren desde dentro, tengo que querer yo: libertad. Dios no lo hará sin mi colaboración. Tengo que poner de mi parte, apostar, pero sabiendo que es la apuesta ganadora.
Terminamos rezando por Benedicto XVI y considerando una de sus últimas palabras: “Aunque pueda tener muchos motivos de temor y miedo al mirar hacia atrás en mi larga vida, me alegro, sin embargo, porque creo firmemente que el Señor no sólo es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya ha sufrido Él mismo mis defectos y es, por tanto, como juez, también mi abogado”. Apostemos por Él.