¿Por qué no cantamos ya? Hay que darle alegría al corazón para que cante, hay que darle esperanza, sentido para que sane Un mundo más justo
Creo que hemos perdido la buena costumbre de cantar mientras trabajamos, nos duchamos, conducimos, era muy bonito pasear por el mercado y ver al frutero cantando una coplilla o al del taller de enfrente silbar como un jilguero. ¿Por qué no cantamos ya? Podemos echarle la culpa a los móviles, que por cierto han sido prohibidos en los colegios de Italia por considerarlos peor que la cocaína y realmente lo son, a las prisas, pero pienso que el motivo es más profundo: hemos perdido la alegría del corazón y también la libertad debido a un mal entendido perfeccionismo.
Todo tiene que ser perfecto, digno de un montón de likes, nos importa demasiado lo que piensen los demás, falta libertad y sobra miedo a quedar mal, a hacer el ridículo; por lo tanto, falta espontaneidad, libertad para dejar que el alma se expansione. Además, tenemos demasiadas heridas y un corazón sangrante está triste, no canta. La modernidad es una madrastra a la que no le importan sus hijos porque son hijastros: no cree en el amor ni en la familia.
Cantan los niños. Estos días he disfrutado mucho viendo cantar villancicos a los peques del colegio y, es curioso, cuanto más pequeños, más felices y cantores. Vamos a quitarnos años, a rejuvenecer. Navidad es nacimiento, volver a nacer. Vamos a sacar del baúl de los recuerdos las letras sencillas, inocentes, ingenuas de los villancicos y a recitarlas a voz en grito. Que no importe si desafinamos, si nos sale algún gallo. Somos niños y no nos damos cuenta: “Cantemos, cantemos gloria al salvador/ Feliz nochebuena, feliz nochebuena/ Feliz nochebuena nos da el niño Dios”.
Hay que darle alegría al corazón para que cante, hay que darle esperanza, sentido para que sane. La esperanza habla del después, del luego, de los sueños. El presente, el solo ahora, el ya, la inmediatez no espera y, por lo tanto, desespera. La esperanza nos lleva al otro, nos saca de nuestros egoísmos, comparte. La verdadera esperanza está en hacer feliz al otro, al amado, que es lo que más alegría me da. En dar sin esperar nada a cambio, el don gratuito nos saca del circuito comercial y nos lleva a la puerta del amor. Las relaciones comerciales, los trapicheos, los derechos… no saben de amor.
Tolkien, en el cuento El herrero de Wootton Major, dice: “Comenzó entonces a cantar, alto y claro, con palabras extrañas que parecía saber de memoria; y en ese momento la estrella le cayó de la boca y él la recogió en la palma de la mano… Algo de su luz pasó a los ojos del muchacho, y la voz, que ya desde el momento mismo en que la estrella vino a él había empezado a embellecerse, se hacía cada vez más hermosa a medida que él crecía. A la gente le gustaba oírle, aunque solo fuesen los ‘buenos días’. Solía cantar mientras trabajaba en estas cosas, y cuando el herrero iniciaba su canto los que estaban cerca detenían la labor y acudían a la fragua a escucharlo”.
La estrella es la que marca la dirección, el norte, la que da sentido a la vida. Es la puerta de la esperanza, la que nos invita a caminar, a salir de nosotros mismos, la que orienta y da sentido. La que te dice que allí, en la lejanía, alguien te espera, que eres útil, que estás llamado al amor. Por eso invita a cantar, embellece la voz.
“No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor, y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre.
De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres en los que Él se complace”. Los ángeles cantando están: gloria a Dios y en la tierra paz. Vamos a cantar con ellos.
Para tener paz y poder cantar hay que perdonar y olvidar. Hay que pedir perdón y aceptarlo. Hay que volver a comenzar, renacer. La Navidad es la gran oportunidad. Cantar la gloria de Dios, al que todo lo debemos. Mirar a los demás con los ojos de Dios, con los de la mejor Madre del mundo: María, con sus ojos misericordiosos.
También podríamos reaprender canciones de amor, de amor limpio y generoso, de amor gentil, caballeresco. Dar una serenata a la persona amada. Perder el miedo a parecer pasados de moda. Ir a lo auténtico, a lo de toda la vida. Creer en el amor.
Copio: “El canto ejerce una gran influencia en el comportamiento del hombre y actúa sobre las emociones, los sentidos y el intelecto. Subyuga naturalezas rudas e incultas, aviva el pensamiento, despierta simpatía, promueve la armonía en la acción, desvanece la melancolía, es eficaz para grabar en los corazones verdades espirituales, ayuda a combatir las tentaciones e imparte valor y energía (White, 2013)”.