Nuestras relaciones, el ambiente en el que nos movemos, dicen mucho de nosotros
Pienso que todos recordamos con gratitud y quizás con algo de nostalgia las largas conversaciones que tuvimos con los amigos, durante el noviazgo o las dilatadas sobremesas familiares. Transcurre el tiempo sin darnos cuenta, estamos a gusto, nos sentimos comprendidos y escuchados, nos llena lo que cuentan. Se podría decir que son, recurriendo al famoso anuncio, momentos (Nescafé) o momentos estelares de nuestra humanidad.
Escuché recientemente que uno es lo que ha leído, no dudo de ello; pero quizás se podría añadir que somos lo que hemos conversado, la lectura es una conversación. Los coloquios, que son relaciones, nos van haciendo. Dejan poso en nosotros, para bien o para mal. La palabra pronunciada o escuchada edifica. Lo que digo, lo que cuento y saco fuera de mí, está relacionado con el arte de la mayéutica; para poder expresar lo que siento y me sucede me ayudan las buenas lecturas y la escucha atenta de los demás.
Sócrates dice que la mayéutica es el método filosófico consistente en ayudar al otro a que exprese lo que tiene dentro mediante preguntas intencionadas. Estos interrogantes ayudan al interlocutor a cuestionar sus errores, a llegar a la verdad siguiendo una lógica. La mayéutica es literalmente el oficio de lograr un buen parto; así, mediante el diálogo se ayuda a “parir” el propio conocimiento.
La sabiduría popular dice: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Nuestras relaciones, el ambiente en el que nos movemos, nuestras conversaciones, dicen mucho de nosotros. Es imposible hacerse a sí mismo. De hecho, un niño abandonado a su suerte, privado del contacto, cuidados, expresiones y conversaciones de los demás no alcanza a desarrollarse como persona. Una consecuencia clara es que nos conviene rodearnos de buena gente, leer buenos libros, tener buenos interlocutores. Se podría extender también a las nuevas tecnologías: series que vemos, grupos de Facebook, Instagram, Tik Tok…; estas relaciones configuran nuestra personalidad.
Detrás de una gran persona hay un gran maestro. Deberíamos arrimarnos a los buenos mentores. Tener la actitud de estar siempre aprendiendo, escuchando. Son clásicas las tertulias literarias. Seguro que nos gustaría poder conversar con una persona extraordinaria: un gran deportista, un artista, un premio Nobel, un santo. Que alguien así nos dedicara tiempo, nos permitiera estar a su lado, nos diera su amistad. La liturgia de hoy anima a la oración. El libro del Éxodo nos recuerda que, mientras Moisés oraba con las manos en alto, Israel vencía; cuando se cansaba de orar, avanzaba Amalec. En el Evangelio se nos dice que debemos orar sin desfallecer. Aquí se entiende la oración como petición, aunque tiene una riqueza mucho mayor.
Me cuenta un conocido que salió en bicicleta por el campo. La experiencia le animó a rezar a su Ángel para que la excursión fuera sin sobresaltos. Después de un buen rato sufrió un pinchazo que pudo solucionar con la cámara de repuesto. Al poco tiempo volvió a pinchar y pensó que de poco le había valido su oración. El caso es que de regreso a casa iba tranquilo y se decía que, al menos, su rezo le había traído paz. Resignado pensó que no llegaba a comer. En esto se encontró con un ciclista acompañado de su hijo, este le preguntó si necesitaba ayuda y sacó de su mochila todo tipo de parches y pegamentos para arreglar el pinchazo. En estas, comentó con su hijo: “este hombre no se vuelve andando a su casa”. También dijo que, desde que le pasó lo mismo, siempre iba bien pertrechado.
La oración no solo fue escuchada, sino que le dio la ocasión de comprobar la buena fraternidad que hay entre los ciclistas. Además, aprendió a salir mejor preparado.
No nos damos cuenta de que hay un gran Amigo siempre junto a nosotros, Alguien con quien conversar, un Maestro y Dios todo poderoso que no nos deja solos. Si aprendemos a hablar con Él, si le escuchamos y nos apoyamos en Él, la vida cambia. Poco a poco se irá notando ese poso, esa sabiduría; un modo diferente de enfrentarnos a las dificultades. Dios nos habla, se comunica de mil maneras diferentes. Sabe todos los idiomas. Lo hace a través de la naturaleza, desde nuestro interior, sirviéndose de las cosas que nos pasan, del roce con los otros, de un ejemplo, de unas palabras sueltas, de la sonrisa de un niño…; procuremos escuchar, darnos cuenta.
Esta conversación con el gran Personaje nos enriquece, no puede limitarse a solicitar favores, a buscar solucionar nuestros problemas. Disfrutemos del diálogo con el amigo, de la compañía del ser querido, del consejo del sabio. Dejemos que, de un modo natural, silencioso, la buena compañía influya en nuestra vida: “Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo”, dice un punto de Camino.