Las ideas centrales del nuevo documento del Papa sobre formación litúrgica
Fuente: omnesmag.com
El 29 de junio de 2022, el Santo Padre Francisco ha publicado la Carta apostólica ‘Desiderio desideravi’ sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios. Es una carta extensa, 65 puntos, con la que el Romano Pontífice no pretende tratar de forma exhaustiva la liturgia, sino ofrecer algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana.
Un primer punto que desarrolla el documento es la Liturgia en el hoy de la historia de la salvación. En este primer epígrafe el Papa nos sitúa en el Misterio pascual, verdadero centro de la teología litúrgica de la Constitución conciliar sobre la liturgia, la Sacrosanctum Concilium. La Última Cena, la Cruz de Cristo y la Resurrección, el Misterio pascual, aparecen como el único y verdadero culto perfecto y agradable al Padre.
La liturgia es el medio que el Señor nos ha dejado para tomar parte en este acontecimiento único y admirable de la historia de la Salvación. Y es un medio que vivimos en la Iglesia. “Desde los inicios, la Iglesia ha comprendido, iluminada por el Espíritu Santo, que aquello que era visible de Jesús, lo que se podía ver con los ojos y tocar con las manos, sus palabras y sus gestos, lo concreto del Verbo encarnado, ha pasado a la celebración de los sacramentos” (Carta, n. 9).
En relación directa con lo que hemos dicho hasta ahora está el segundo epígrafe de la Carta: La Liturgia, lugar del encuentro con Cristo. Nos recuerda este subtítulo una expresión muy significativa de la Carta que Juan Pablo II escribió a los 25 años de la publicación de la Sacrosanctum Concilium: “La liturgia es el lugar privilegiado de encuentro con Dios y con quien Él envió, Jesucristo” (san Juan Pablo II, Carta apost. Vicesimus quintus annus, n. 7). Aquí está toda la poderosa belleza de la liturgia, dirá Francisco: es un encuentro con Cristo, pues no podemos olvidar que “la fe cristiana, o es un encuentro vivo con Cristo, o no es” (Carta, n. 10).
La liturgia constituye un verdadero encuentro con Cristo, no es un simple vago recuerdo. Encuentro que empezó en el Bautismo, acontecimiento que marca la vida de todos nosotros. Y este encuentro con Cristo en el Bautismo, verdadera muerte y resurrección, nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia y así experimentamos la plenitud del culto a Dios. “De hecho, uno solo es el acto de culto perfecto y agradable al Padre, la obediencia del Hijo cuya medida es su muerte en cruz. La única posibilidad de participar en su ofrenda es ser hijos en el Hijo. Este es el don que hemos recibido. El sujeto que actúa en la Liturgia es siempre y solo Cristo-Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo” (Carta, n- 15).
A renglón seguido, el Papa quiere recordarnos, como ya hicieran el Concilio Vaticano y el movimiento litúrgico que lo precedió, que la liturgia es la “fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” (Sacrosanctum Concilium, n. 14). Por eso “con esta carta quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana. Quisiera que la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su labor, o peor aún instrumentalizadas al servicio de alguna visión ideológica” (Carta, n. 16). El objetivo de la Carta, más allá de algunos titulares sensacionalistas, es claro leyendo estas palabras de Francisco.
Frente al peligro del gnosticismo y del pelagianismo, al que el Santo Padre se ha referido por extenso en su carta programática Evangelii gaudium, la Carta pone ante nuestros ojos el valor de la belleza de la verdad de la celebración cristiana. “La liturgia es el sacerdocio de Cristo revelado y entregado a nosotros en su Pascua presente y activo hoy a través de los signos sensibles (agua, aceite, pan, vino, gestos, palabras) para que el Espíritu, sumergiéndonos en el misterio pascual, transforme toda nuestra vida, conformándonos cada vez más a Cristo” (Carta, n. 21).
En este párrafo se encierra toda la belleza y profundidad de la liturgia: el misterio en el que participamos, que se hace presente por medio de signos sensibles, que nos configura a Cristo muerto y resucitado, transformándonos en Él. Belleza que, como recuerda el Romano Pontífice, no es un simple esteticismo ritual, o el cuidado únicamente de una formalidad exterior del rito o de las rúbricas.
Lógicamente, esto es necesario para no “confundir lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado” (Carta, n. 22). Por eso hay que cuidar todos los aspectos de la celebración, observar todas las rúbricas, pero sin olvidar que es necesario fomentar “el asombro ante el misterio pascual, parte esencial de la acción litúrgica” (Carta, n. 24). Un asombro que va más allá de la expresión sentido del misterio. “La belleza, como la verdad, siempre genera asombro y, cuando se refiere al misterio de Dios, conduce a la adoración” (Carta, n. 25). El asombro es parte esencial de la acción litúrgica, porque es la actitud de quien sabe que está ante la peculiaridad de los gestos simbólicos.
Después de esta primera parte introductiva, el Papa se pregunta: ¿cómo recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? Y la respuesta es clara: “La reforma del Concilio tiene este objetivo” (Carta, n. 27). Pero el Papa no quiere que la no aceptación de la reforma, así como una comprensión superficial de la misma, distraiga de encontrar la respuesta a la pregunta que hacíamos antes: ¿cómo podemos crecer en la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica?, ¿cómo podemos seguir asombrándonos de lo que ocurre ante nuestros ojos en la celebración? Y la respuesta clara de Francisco: “Necesitamos una formación litúrgica seria y vital” (Carta, n 31).
Formación para la liturgia y formación desde la liturgia son los dos aspectos que trata a carta a continuación. En esta formación para la liturgia el estudio es solo el primer paso para poder entrar en el misterio celebrado, ya que para poder guiar en el camino hay que recorrerlo antes. Tampoco hay que olvidar que la formación para la liturgia “no es algo que se pueda conquistar de una vez para siempre: puesto que el don del misterio celebrado supera nuestra capacidad de conocimiento, este compromiso deberá ciertamente acompañar la formación permanente de cada uno, con la humildad de los pequeños, actitud que abre al asombro” (Carta, n. 38).
Por lo que se refiere a la formación desde la liturgia, ser formados por ella, conlleva una real implicación existencial con la persona de Cristo. “En este sentido, la liturgia no tiene que ver con el conocimiento, y su finalidad no es primordialmente pedagógica (aunque tiene su valor pedagógico) sino que es la alabanza, la acción de gracias por la Pascua del Hijo, cuya fuerza salvadora llega a nuestra vida” (Carta, n. 41). Por eso la celebración tiene que ver con la “realidad de ser dóciles a la acción del Espíritu, que actúa en ella, hasta que Cristo se forme en nosotros. La plenitud de nuestra formación litúrgica es la conformación con Cristo. Repito: no se trata de un proceso mental y abstracto, sino de llegar a ser Él” (Carta, n. 41).
Esta implicación existencial tiene lugar por vía sacramental. A través de los signos creados que han sido asumidos y puestos al servicio del encuentro con el Verbo encarnado, crucificado, muerto, resucitado, ascendido al Padre. Es muy bonita la frase del Papa cuando recuerda que la “liturgia da gloria a Dios porque nos permite, aquí en la tierra, ver a Dios en la celebración de los misterios” (Carta, n. 43). ¿Y cómo volver a ser capaces de símbolos? ¿Cómo volver a saber leerlos para vivirlos? Ante todo, dirá Francisco, recuperando la confianza en la creación. Además, otra cuestión será la educación necesaria para adquirir la actitud interior que permitirá situar y comprender los símbolos litúrgicos.
Un aspecto que señala la Carta para custodiar y para crecer en la comprensión vital de los símbolos de la liturgia será el ars celebrandi: el arte de celebrar. Arte que conlleva comprender el dinamismo que describe la liturgia, estar en sintonía con la acción del Espíritu, así como conocer la dinámica del lenguaje simbólico, su peculiaridad y su eficacia (cfr. Carta, nn. 48-50).
El Papa Francisco recuerda que este tema concierne a todos los bautizados y supone un hacer común (caminar en procesión, sentarse, estar de pie, arrodillarse, cantar, estar en silencio, mirar, escuchar…), que educa a cada fiel a descubrir la auténtica singularidad de su personalidad, no con actitudes individualistas, sino siendo conscientes de ser un solo cuerpo de la Iglesia.
Un gesto particularmente importante es el silencio. Está previsto expresamente por las rúbricas (en los ritos iniciales, en la liturgia de la Palabra, en la plegaria eucarística, después de la comunión. El silencio no es un refugio para esconderse en un aislamiento intimista, padeciendo la ritualidad como si fuera una distracción, sino que es el símbolo de la presencia y de la acción del Espíritu Santo.
Si bien el ars celebrandi concierne a todos los bautizados, el Papa señala que los ministros ordenados deben cuidarlo especialmente. Hay diversos modelos de presidencia, pero lo fundamental es evitar el exagerado personalismo en el estilo celebrativo. Para que este servicio de presidencia se haga bien, con arte, es de fundamental importancia que el presbítero sea consciente de que él es, en sí mismo, uno de los modos de presencia del Señor.
Esto le llevará a no olvidar que el Resucitado tiene que seguir siendo el protagonista, como en la Última Cena y en la Cruz y Resurrección. Se trata de mostrar en la celebración que el Señor, y no el celebrante, es el protagonista. “El presbítero está formado para presidir mediante las palabras y los gestos que la Liturgia pone en sus labios y en sus manos” (Carta, n. 59). Conviene tener siempre presente que las palabras y los gestos de la liturgia son expresión madurada a lo largo de los siglos de los sentimientos de Cristo y ayudan a configurarse a Él (cfr. Instr. Redemptionis sacramentum, n. 5).
El Papa Francisco, como hicieron en repetidas ocasiones san Juan Pablo II y Benedicto XVI, concluye animando a redescubrir la riqueza de la constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium. Al mismo tiempo reitera, como hizo al inicio y en diversos momentos de la carta constituyendo su Leitmotiv, su filo rosso, el deseo de que esta carta ayude a “reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana, a recordar la necesidad de una auténtica formación litúrgica y a reconocer la importancia de un arte de la celebración, que esté al servicio de la verdad del misterio pascual y de la participación de todos los bautizados, cada uno con la especificidad de su vocación” (Carta, n. 62). Estas, y no otras, son las motivaciones de fondo de esta bonita Carta. Un broche de oro para recordar la importancia del año litúrgico y del domingo.
“Abandonemos las polémicas para escuchar juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia, mantengamos la comunión, sigamos asombrándonos por la belleza de la Liturgia” (Carta, n. 65).
Juan José Silvestre
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