Ante los grandes temas de la vida tendríamos que tener un relato de cómo son las cosas
Estos días Madrid es el centro del mundo. Con la cumbre de la OTAN se reúnen 41 jefes de Estado. La invasión de Ucrania por Rusia nos hace conscientes de la necesidad de defender la integridad territorial de los países. Copio algunas afirmaciones: “La OTAN es, pues, una garantía para la libertad” dice Josep Piqué; “la OTAN es una garantía de defensa en caso de agresión”, Gustavo Morales; Inocencio Arias dice que la Alianza Atlántica es “tener protección cuando le ven las orejas al lobo”.
Todo el revuelo de esta cumbre lo llevamos bien por suponer que es un paso en la garantía de seguridad, respeto y libertad. El pasado viernes, por cierto, solemnidad del Corazón de Jesús, hubo también una noticia bomba, esta más cuestionada, la declaración del Tribunal Supremo de USA que afirma que la sentencia de ese mismo tribunal en el caso Roe v. Wade no estaba bien fundamentada y que la Constitución del país no contempla el derecho al aborto. Pienso que es la sentencia más controvertida, interesante e importante del siglo.
No se trata de eliminar derechos, ya que nadie tiene derecho a disponer sobre la vida de otro, hay cosas muy claras y evidentes que se nos escapan. No existe el derecho a tener esclavos, a matar al que me molesta, a robar a otro, ni a quitarle la fama con mentiras y calumnias simplemente porque no me gusta, me molesta o discrepo de sus opiniones. En una sociedad democrática, libre, no hay temas tabúes de los que no se pueda discrepar.
Al igual que las naciones convocan una alianza en defensa de su seguridad, lo moderno y avanzado es reaccionar frente a las injusticias y atropellos. La Universidad de Harvard ha creado recientemente un fondo de 100 millones de dólares para compensar a los descendientes de esclavos que tuvo a su servicio. Es de sabios rectificar. Dentro de unos años tendremos que pedir perdón por lo cafres que fuimos en el exterminio silencioso de millones y millones de seres inocentes, cuyo único crimen fue el de no ser deseados por sus progenitores.
El Evangelio de hoy recoge un comentario de Jesús en el momento en que regresan sus discípulos llenos de alegría y admiración por los milagros que hacían en su nombre: “Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado potestad para aplastar serpientes y escorpiones y sobre cualquier poder del enemigo, de manera que nada podrá haceros daño”.
Es muy importante que los creyentes tengamos confianza, que realmente creamos en la fuerza de Dios y en el poder de sus palabras. Nada es más verdadero que su verdad. Ante los grandes temas de la vida tendríamos que tener un relato, una explicación, una seguridad de cómo son las cosas. Una convicción que nos dé seguridad. Por ejemplo, que la vida es sagrada, un don inviolable. Que nadie puede disponer de ella. Es una locura fabricarla, manipularla, acabar con ella.
Porque si la vida es algo tan pequeño que está en mis manos, en mi voluntad, a mi capricho, acaba por no tener sentido. El domingo contemplaba una escena encantadora. A la salida de misa una niña muy pequeña se asomaba al carrito donde estaba su hermanita, le sonreía, la acariciaba, le hacía fiestas. Esa es la verdad. Los niños nos enseñan muchas cosas y una importante es su asombro ante la vida. Sus ganas de vivir. Su apertura a la vida.
Un twit decía que el auténtico titular de la noticia comentada era: “El Tribunal Supremo de Estados Unidos restaura el derecho del pueblo americano de promover leyes y políticas que protejan la vida humana y den soporte a todas las madres, hijos y familias. Hay que seguir poniendo todas las vidas en el centro”.
No hay que ir en contra de nada, no se trata de penalizar el aborto. Lo que deberíamos hacer es poner la dignidad de la vida, de toda vida, en el centro. Luchar por su dignidad, protegerla, defenderla. Solucionar los problemas que una madre pueda tener por traer una vida al mundo, ayudarla y no dejarla sola. Nos duelen los crímenes de guerra, las injusticias, las violaciones, el hambre. Nos da mucha pena ver cómo tantas personas se degradan, se animalizan. El mal y la barbarie no son dignos de las personas, ni de las que lo sufren ni de las que lo provocan, no dejan a nadie indiferente.
Podemos hacer una alianza mundial en favor de la humanidad, de la dignidad de la persona, de la defensa de su integridad. Debemos hacer ver con paciencia y respeto que muchas veces nos hemos equivocado. Reconocer los errores es muy humano; mirar hacia otro lado, justificar lo injustificable lo único que consigue es acabar con nuestra dignidad, mata la alegría y nos hace infelices.