Tiene 32 años y una mirada firme. Es uno de los pianistas españoles noveles mejor valorados por la crítica
Con seis años puso el ojo en la tecla y disparó una carrera vertiginosa. Nueva York, Londres, Barcelona, el mundo. Cambra podría verse en la cumbre de la música sin barreras, pero la melodía de su vida le lleva también a otras partes. Ha cursado el Programa Executive MBA del IESE y ha entendido que su futuro está entre el arte que lo embellece todo y los negocios que pueden envolver la sociedad con partituras prósperas. Cambra no ve, pero suena.
Otoño. Paseo de gracia. Barcelona. En frente de La Pedrera −Gaudí, modernismo consumado, octavo monumento más visitado de España− vive Ignasi Cambra y aquí habita también su piano de cola, ante el que cada día se pasa más de cuatro horas haciendo que la música conquiste con alevosía esta esquina del Ensanche. De lunes a domingo. Sin permiso para vacaciones, porque a ver quién se lleva este Bösendorfer a la playa, o a ver qué pianista deja que se enfríe un día la maña de sus dedos. Los vecinos lo constatan: suena este joven puntero con poderío y personalidad. Vibra el barrio. Aplauden los oídos.
Del salón de su casa en el ángulo oscuro, donde Bécquer veía el arpa silenciosa y cubierta de polvo, asienta su naturalidad un músico novel serio y efervescente de inquietudes. A un lado, los 230 kilos de este bisonte negro de cuerda. Al otro, atravesando el cristal, un portento de la naturaleza arquitectónica de cemento y olas que él no puede ver, porque es ciego.
Ignasi Cambra. 1989. 32 años. Ciego de toda la vida. Sin traumas.
¿Por qué debería tener algún trauma?
Quizá haya personas que piensen: pobre..., joven y ciego.
No es mi caso.
Cuando miras hacia aquí, ¿qué ves?
Nada.
¿Todo negro?
Si esto es negro o no, ya me lo dirás tú… No tengo en mi cabeza el concepto de cada color.
¿Te imaginas La Pedrera?
Cuando era pequeño tuve dibujos en relieve de la casa y más o menos me hago cargo. De todas formas, te digo como defecto mío que, más allá del conocimiento sobre las características de la arquitectura de Gaudí, que las sé, porque casi son cultura general, pongo poco interés en cómo son las cosas que no veo, porque no me aporta nada.
Muchas personas con una discapacidad son un ejemplo de humanidad y otras se pasan la vida resignadas y tristes. ¿Por qué has madurado sin resentimiento?
¿Resentimiento hacia qué o hacia quién? Te aseguro que hay problemas más graves que el mío. Hay dificultades que afectan más que no ver o funcionar en silla de ruedas. Yo he adquirido una costumbre y he desarrollado unas habilidades que me permiten hacer vida normal siendo una persona ciega, por eso me cuesta mirarme desde fuera. Es verdad que algunas personas con discapacidad piensan que pueden llegar a menos, o que todo lo van a tener más difícil, o que el mundo entero está en su contra, pero no me imagino que nadie en mi situación pueda vivir con resentimiento hacia alguien, porque eso no tiene ningún sentido.
Una vida normal.
Cualquier persona con discapacidad solo será capaz de desprender sensación de normalidad si es real. Lo contrario no se aguanta. Y hay muchas personas ciegas que dicen que viven como uno más, pero se pasan el día rodeadas de otros en las mismas circunstancias y al margen de la realidad. Ese nunca ha sido mi mundo.
Tu vida ha sido la pura integración.
He vivido en el entorno que me ha tocado. No he tenido que hacer ningún esfuerzo concreto.
¿No tuviste profesores especiales en el colegio?
Estudié en el Liceo Francés y era un entorno poco propicio para que alguien dijera cómo tenían que hacer las cosas… En aquella etapa, la ONCE me ofreció la ayuda de profesores de refuerzo. Desde que tuve uso de razón decliné ese apoyo, porque me parecía extraño. Se dieron cuenta de que lo que yo necesitaba era solo que me transcribieran al braille algunas cosas cuando hacía falta, y desde entonces todo fue muy bien.
¿Alguna ilusión profesional marcada por entonces?
Hice el bachillerato científico, después me matriculé en Esade y en Ingeniería Informática.
Pero abriste un paréntesis y te fuiste a Nueva York.
Tuve la opción de irme a Estados Unidos y me pareció mucho más interesante. Soy una persona bastante impulsiva, lo vi claro, y me fui.
No te ha frenado nada.
He hecho lo que he querido.
Antes de volar a Nueva York, rebobinemos. Barcelona. Tienes seis años y tu madre descubre que te gusta la música.
Mi hermano mayor dedicaba bastantes horas a tocar el piano y me entró curiosidad. Cuando él acababa sus ejercicios, me sentaba ante el instrumento y trataba de copiarle y, entonces, mi madre me apuntó a clases.
¿Qué te enganchó a la música?
No lo recuerdo. Si me preguntas qué me interesa ahora, tampoco te sabría decir exactamente. Supongo que cuando era niño me divertía. En la escuela tuve una buena profesora de piano, una de esas maestras que hacen que un chaval con interés y cualidades salga adelante.
Con diecisiete años te lanzaste a ser pianista profesional.
Decidí que me iba de Barcelona porque me interesaba conocer personas y ambientes diferentes. Obtuve una beca muy generosa que me daba la Universidad de Indiana, donde estudié los primeros cuatro años. Además de cumplir con todos los créditos de la carrera de Piano, aproveché la ventaja del sistema educativo estadounidense para hacer asignaturas de filosofía, de matemáticas, y diseñé mi propio currículo.
¿Estados Unidos fue medio o fin?
Nunca sentí esa pasión de dedicarme al piano en exclusiva para toda la vida, aunque eso sea lo habitual entre las personas que se entregan a esto. No me fui a Estados Unidos pensando en un objetivo concreto. Simplemente, seguía mis intuiciones. Después estuve en el lugar oportuno en el tiempo correcto varias veces, y eso me ayudó a hacer la carrera sin saber exactamente cómo. He puesto esfuerzo, porque es imposible tocar el repertorio sin haber trabajado, pero, en gran parte, he tenido mucha suerte.
En tu sueño americano, ¿no hubo cerca personas que quisieron quitarte ese propósito de la cabeza, porque a ver a dónde iba un universitario sin ver por aquellas calles inmensas de un mundo nuevo?
No. Tampoco di mucho margen para el debate, porque decidí a finales de junio que me iba, y volé en agosto. Tras pasar por la Jacobs School of Music de la Universidad de Indiana, de entre todas las universidades americanas acabé en la Juilliard School de Nueva York. No existe ninguna institución académica −ni siquiera Harvard y compañía− que acepte a menos porcentaje de alumnos de nuevo ingreso. Eso me colocó en un rango internacional entre la gente que se dedica a lo que me dedico, y, a partir de ahí, estoy donde estoy.
Supongo: tú, queriendo ser un pianista competitivo. El contexto: mira, un ciego que es pianista...
Hay gente con la que te cruzas por la calle que te observa de una manera u otra si piensa que ser ciego es traumático, pero cuando estamos hablando de salas de conciertos que ponen su presupuesto de la temporada aquí o allá, hay muchas cosas que importan más que ver o no ver.
¿Cómo ha sido tu experiencia en estos quince años de piano ‘high level’?
Muy buena. Mientras se fue afinando mi carrera y aumentaban los conciertos y las actuaciones en salas grandes, me preguntaba qué había hecho esos años, porque tendría que haber estudiado más piezas diferentes. Durante un tiempo no me quedó más opción que aprender repertorio nuevo casi dos meses antes de tocar; gran error mío, esa es la verdad. Un día caí en la cuenta de que me había convertido en una de esas personas a las que yo iba a escuchar cuando era pequeño. ¿Cómo ha sucedido esto? Después empecé a echar en falta algo más. Al principio lo pensaba, luego lo pensaba mucho, y después lo pensaba muchísimo, y tres años después de volver de Estados Unidos y vivir en Londres, me puse a cursar el master del IESE. Lo terminé después de los momentos más álgidos de la pandemia.
La música parece un camino cuesta arriba. Un mundo bello, pero duro.
Su situación durante la pandemia ha sido desastrosa, pero he tenido mucha suerte. Hay gente que debería estar tocando sin parar y está en su casa sin conciertos. Y hay otros que tocan constantemente y no hacen nada que valga demasiado la pena oír. El mundo de la música es complicado e injusto muchas veces, pero yo ya lo sabía.
Estás enamorado del piano, pero no habrá boda.
Algunas personas creen que dedicarse a la música debe ser una ocupación exclusiva, y no comparto ese planteamiento. Seguramente, si sabes que esto es lo tuyo al cien por cien, estás dispuesto a dar mucho más. Me encanta lo que hago, pero debo encontrar la manera de colmar mis inquietudes compatibilizando el instrumento con otra actividad para la que me siento capacitado. El piano es tremendamente solitario.
Más que otra dedicación, buscas otro reto.
Eso cree mi profesor de Self Management del IESE, que, al estudiar mi test de personalidad, me comentó que parece que tengo una necesidad constante de retos nuevos y que eso no es fácil de contentar permanentemente. Estoy de acuerdo, pero es que soy así. No creo que sea así para siempre, pero lo soy de momento.
El confinamiento ha sido tu punto de inflexión.
Se cancelaron todos los conciertos y ese stop me dio que pensar. Fue mi ocasión para reformular mis decisiones profesionales sin dejarme llevar por la inercia, aunque fuera positiva. La pandemia ha facilitado que la gente entienda mi paso por el IESE y mi interés también por algo distinto al piano después de haber llegado hasta aquí.
El 13 de noviembre tocas en la inauguración del nuevo edificio del IESE en Madrid [la entrevista fue realizada unas semanas antes]. ¿Qué esperas que escuchen tus compañeros de escuela de negocios?
La idea de este concierto salió tras una comida con mi profesor de Operaciones. El auditorio ha quedado fantástico y actuar allí es una maravilla. Espero que los antiguos alumnos que vengan lo disfruten.
Hay pianistas obsesos de la pulcritud y la perfección. Tu pasión por la música tiene más que ver con disfrutar y expresar emociones.
La música es un lenguaje y, cuantas más palabras intentas añadirle, menos significado tiene para mí. Veo la música como algo que dice muchas cosas si se escucha con las disposiciones oportunas. Oigo en mi cabeza cómo debe sonar algo e intento llevarlo a la realidad con el instrumento que tengo entre manos. Unos días sale mejor y otros peor, pero no intento expresar algo concreto. Solo pretendo hacerlo bien y con buen gusto.
Vista, mal. ¿Oído?
Normal.
¿Tacto?
Más sensible, porque leer en braille lo agudiza.
¿Tacto, en sentido metafórico?
No mucho… Soy bastante directo y digo de manera natural lo que pienso. Eso, a veces, puede entenderse como tener poco tacto.
¿Gusto?
Musical creo que sí.
¿Olfato?
Bastante mal…
¿Olfato para los negocios?
Eso ya lo veremos… Espero que sí. Ser pianista es como llevar mi propia empresa y, de momento, no ha ido mal.
¿Olfato en las relaciones humanas?
Sí, pero intento mejorar un defecto: a los pocos minutos de haber conocido a alguien ya tengo claro si vamos a llevarnos bien o no. Me falta paciencia y muchas veces me doy cuenta de que me he equivocado. Si eso me pasa con las relaciones humanas, imagínate cuando oigo a otro pianista en un concierto… ¡A las tres notas he decidido si me gusta o no! Ahí, además, es muy difícil que cambie de opinión.
Una seguridad muy potente.
O una capacidad de errar potentemente...
¿Has tenido ganas de tirar la toalla?
Sí, pero, si tiras la toalla, ¿qué ganas? Más que tirar toallas, prefiero proponerme un cambio. En el mundo del piano, si desertas, estudias menos, pierdes forma, no te salen los conciertos como deberían... De pronto, entras en un ciclo negativo que intento evitar. He vivido épocas de cansancio, de no poder más, de no querer estudiar tantas horas, pero esos baches se pasan.
¿Qué música social escuchas por la calle?
La misma que tú, aunque quizá me fije más.
¿Te imaginas más rostros sonrientes o más caras largas?
No intento imaginarme nada concreto, pero, entre abril de 2020 y hoy, el panorama se escucha más optimista.
¿Somos de verdad empáticos con las personas con discapacidad, o solo políticamente correctos?
Políticamente correctos, por supuesto, especialmente cuando hablamos de instituciones. La gente, en general, empatiza regular, pero porque lo ve todo desde una clave subjetiva, sin mala fe.
¿Cómo necesitas que te miren?
No necesito que me miren.
¿Cómo quieres que te miren?
No pienso en cómo quiero que me miren, porque entiendo que la gente me mirará como soy. Si a mí me gusta o no, eso es otra cosa. Todos podemos tener una tendencia a encasillar, yo el primero. Es un campo interesante para mejorar como persona y como sociedad.
¿Qué has aprendido en tu vida que nos pueda enseñar a luchar contra las dificultades?
Cuanto más me digo que estoy peleando contra los problemas, peor. Las dificultades siempre existen. El reto es verlas como parte de la realidad.
Se nos llena la boca hablando de igualdad. ¿Notas a veces la indiferencia de la desigualdad de una minoría?
En muchas cosas hemos avanzado, y en otras no. Hay aplicaciones para móviles a las que no puedo acceder en igualdad de condiciones, pero es una excepción. Hoy, entras en Netflix y encuentras mucho contenido con audiodescripción. Cuantos más recursos y alternativas eres capaz de encontrar, más fácil es superar la desigualdad de acceso. España está muy bien en clave de accesibilidad para las personas con discapacidad con respecto a otras partes del mundo que he conocido.
¿Qué asignatura pendiente tiene la sociedad con las personas con discapacidad?
Ni las instituciones ni el resto de la sociedad deben tratarnos como si nos hubiera pasado algo, a no ser que alguien te diga lo contrario. Eso no quiere decir que no haga falta algún tipo de ayuda. A mí me sirve que me ofrezcan un mando para que piten los semáforos de Barcelona, pero no necesito que la gente me trate de una manera diferente constantemente. Poco a poco. Cuantas más personas con alguna discapacidad vivan una vida normal, menos extrañará a la sociedad que seamos personas completamente normales.
¿Entender el lenguaje de la música es para expertos?
No, pero… hay mucha gente cerrada a entender este lenguaje, porque la música pop actual ha destruido cualquier posibilidad de escuchar. Es contaminación acústica con dejes de parafernalia. Cuando acostumbras a una mayoría de la sociedad a oír ese ruido haciéndoles pensar que es música, es difícil introducir un mínimo nivel de complejidad y que los oyentes se concentren, y no porque no lo entiendan sino porque están hechos a un ritmo superficial, fácil, cortoplacista y metronómico. Cuando has convertido la música en eso, cuesta mucho más escuchar lo que está escrito y pensado con profundidad. No es que la gente sea tonta. Es que la industria de la música tiene que ganarse la vida y el precio social es lo de menos.
¿Te gustan Rosalía y C. Tangana?
No. Por si no había quedado claro…
Pero tú también tendrías tus hits y tus canciones del verano…
Para aguantar esa música tengo que haber tomado unas cuantas copas.
A veces da la impresión de que la alta cultura mira al pueblo por encima del hombro.
No es verdad. Solo digo que, si tú te acostumbras a algo pobre, es más fácil dar la espalda a la verdadera belleza. En el mundo de la música hemos perdido la capacidad de fijarnos en algo que dure más de dos o tres minutos. Una sinfonía de Mahler tarda entre media hora y tres cuartos en llegar a su punto culminante y es posible que se prolongue durante una hora y media. Entender la buena música requiere paciencia, situarla en su contexto, saber cómo y por qué se ha escrito aquello, qué hace la orquesta… El pop actual está diseñado para que se te grabe en la cabeza sin haberlo oído nunca y se reproduzca sin freno en Spotify. La música que merece la pena exige un entrenamiento y un esfuerzo, pero llena.
Tu maestro Alexander Toradze se arrodilla y pide ayuda a Dios antes de salir a un escenario. ¿Tú trasciendes así también?
La verdad es que no… En mi vida he tenido buenos y malos conciertos. Cuando uno sale mal, lo ves venir. Si no cuentas con la posibilidad de cancelarlo, sabes perfectamente que vas a pasar un mal rato, y nadie te sacará de esa, así que no vale la pena ni arrodillarse, ni nada… [Risas].
¿Por qué el mundo necesita saber escuchar los pianos?
El mundo no necesita saber escuchar los pianos. El mundo necesita concentrarse en algo. Estamos absorbidos por lo inmediato y la música clásica no lo es. Quien es capaz de entender y seguir una obra maestra de la música tiene un superpoder para el resto de su vida.
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Fuente: Nuestro Tiempo
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