En Francia el derecho a la vivienda para los excluidos es casi sinónimo de compromiso católico
religionconfidencial.com
El laicismo que algún Estado pretende imprimir en la sociedad, asfixiando su identidad más profunda, al estructurar instituciones esenciales de la vida colectiva con una visión secularizada hegemónica, olvida la contribución que las religiones aportan a la cohesión, la solidaridad y la promoción de la persona humana
Los obispos franceses desean evitar que unas insólitas declaraciones de la ministra de vivienda provoquen nuevos debates laicistas y exasperen a los creyentes. Pues da la impresión de que comienzan a estar un poco hartos de provocaciones impunes, que denotan también déficit de tolerancia.
La Iglesia católica en Francia −como en otros países− no necesita un "choque de solidaridad", en concreto, para acoger a quienes sufren el endémico problema del alojamiento, agudizado con los fríos invernales. Pero la ministra Cécile Duflot lo manifestaba en unas declaraciones a Le Parisien el 3 de diciembre: había enviado una carta al arzobispo de París, el cardenal André Vingt-Trois, para utilizar edificios "casi vacíos" de la diócesis. Y añadía unas frases tremendas: «Tengo la esperanza de que no haya necesidad de hacer uso de la autoridad. No entiendo que la Iglesia no comparta nuestros objetivos de solidaridad». Pues en enero entrará en vigor una norma que permitirá requisar edificios vacíos pertenecientes a personas morales, para destinarlos a personas sin techo o mal alojadas. La Iglesia −según Duflot− «forma parte de las personas morales... en todos los sentidos del término».
La democristiana Christine Boutin, que ocupó antes la cartera de vivienda, se apresuró a denunciar la catholiphobie de su sucesora. Llovía sobre mojado, pues días antes, con ocasión de las audiciones organizadas en la Asamblea Nacional sobre el proyecto de ley "mariage pour tous", algunos diputados fueron especialmente agresivos contra los representantes de las confesiones religiosas (como si quisieran acentuar negativamente sus puntos de vista, y echarlos a las fieras de la opinión políticamente impuesta).
Entre infinidad de réplicas a la ministra −también de Jean-Pierre Mignard, miembro del consejo nacional del partido socialista, en una entrevista publicada en La Croix el día 4−, hubo también algunas eclesiásticas, como la del vicario general del ordinariato castrense. Le criticó por echar leña al fuego, en vez de fomentar la paz social. Concluía con cierto sarcasmo: «No tengo nada contra los verdes [alusión al partido de la ministra], pero en algún momento hay que decidirse a madurar».
El portavoz de la Conferencia Episcopal de Francia, Mons. Bernard Podvin, también en La Croix, prefirió quitar hierro, aun lamentando que no se escuche a las personas más prudentes y sabias. En vez de catolifobia o cristianofobia, ve ignorancia religiosa, desconocimiento de lo que es el cristianismo y la Iglesia. Y ante el temor de que sea una reacción contra la Iglesia Católica por su oposición al "matrimonio para todos", responde: «Me atrevo a esperar que no. No diré nada más».
Pero esa idea ha salido una y otra en los medios de comunicación, dentro y fuera de Francia. Daniele Zappalà la recogía en Avvenire de Milán el 5 de diciembre. Presenta el affaire como una posible mezcla de «incompetencia y ambición», junto a «una ignorancia de la realidad» y una «visible voluntad de provocar» a una institución que no ha callado los últimos meses, frente a determinados proyectos del gobierno «contrarios al bien común».
Al cabo, según Zappalà, en Francia el derecho a la vivienda para los excluidos es casi sinónimo de compromiso católico, desde el famoso appel del AbbéPierre en 1954. Muchos lo asocian a Emaús, la principal ONG en este campo, incluida la protección de los inmigrantes ilegales, que encontraban abiertas las puertas de las iglesias cuando el Estado se desentendía del problema.
Avvenire informa de que, el 14 de noviembre, cuando el equivalente francés de Caritas presentó su plan de acción contra la exclusión invernal, Duflot no acudió al acto, a pesar de estar invitada. Eso no le eximiría de la responsabilidad de informarse del trabajo de tantos católicos antes de lanzar su boutade. Como reconocía un editorial del diario económico Les Echos, la Iglesia «es con mucho la institución más comprometida con las personas sin hogar, incluso desde el punto de vista de la puesta a disposición de locales y alojamientos». Un sobrio comunicado de la Archidiócesis de París afirmó que «la Iglesia no ha esperado a las amenazas de requisas lanzadas por la Ministra Duflot para tomar iniciativas». Y la propia ministra acaba de dar cierta marcha atrás en una entrevista al semanario religioso La Vie, del grupo Le Monde.
Se cumplirá pronto el XVII centenario del Edicto de Milán. Según Antonio Fontán, lleva fecha del 13 de febrero de 313 el ejemplar transmitido por Licinio al gobernador de Bitinia. Y a ese tema aludió el arzobispo de la diócesis ambrosiana, cardenal Angelo Scola, con motivo de la reciente fiesta del santo milanés: «imponer o prohibir por ley prácticas religiosas, en la obvia imposibilidad de modificar las correspondientes creencias personales, sólo sirve para aumentar resentimientos que darán lugar más tarde a conflictos en la vida pública». Así sucede con el laicismo que algún Estado pretende imprimir en la sociedad, asfixiando su identidad más profunda, al estructurar instituciones esenciales de la vida colectiva con una visión secularizada hegemónica, que olvida la contribución que las religiones aportan a la cohesión, la solidaridad y la promoción de la persona humana.
Según escribe Carlo Cardia, evocando el edicto de Constantino, «la libertad religiosa es una conquista preciosa para la sociedad y para la humanidad, como la laicidad del Estado, pero no se pueden distorsionar, hasta convertirlas en medios de marginación».