Somos libres porque fuimos liberados gratuitamente: lo ha recordado el Papa al reflexionar hoy, en la Audiencia General, sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas
Catequesis del Santo Padre en español
En nuestro itinerario de catequesis sobre la Carta a los Gálatas, hemos podido destacar cuál es para San Pablo el núcleo central de la libertad: el hecho de que, con la muerte y resurrección de Jesucristo, hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte. En otros términos: somos libres porque hemos sido liberados, liberados por la gracia −no por pagar−, liberados por el amor, que se vuelve la ley suma y nueva de la vida cristiana. El amor: somos libres porque hemos sido liberados gratuitamente. Este es precisamente el punto clave.
Hoy quería subrayar como esta novedad de vida nos abre a acoger a todo pueblo y cultura y al mismo tiempo abre a todo pueblo y cultura a una libertad más grande. San Pablo dice que para quien se une a Cristo ya no cuenta ser judío o pagano. Cuenta solo «la fe que actúa por la caridad» (Gal 5,6). Creer que hemos sido liberados y creer en Jesucristo que nos ha liberado: esa es la fe que actúa por la caridad. Los detractores de Pablo −esos fundamentalistas que habían llegado allí− lo atacaban por esa novedad, sosteniendo que había tomado esa posición por oportunismo pastoral, o sea para “agradar a todos”, minimizando las exigencias recibidas de su más estricta tradición religiosa. Es el mismo discurso de los fundamentalistas de hoy: la historia siempre se repite. Como se ve, la crítica ante toda novedad evangélica no es solo de nuestros días, sino que tiene una larga historia a sus espaldas. Pablo, en todo caso, no se queda en silencio. Responde con parresía −es una palabra griega que indica coraje, fuerza−, y dice: «Porque ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal 1,10). Ya en su primera Carta a los Tesalonicenses se había expresado en términos similares, diciendo que en su predicación nunca había usado «palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, […] ni buscando gloria humana» (1Ts 2,5-6), que son los caminos del “fingir”; una fe que no es fe, es mundanidad.
El pensamiento de Pablo se muestra una vez más de una profundidad inspirada. Acoger la fe comporta para él renunciar no al núcleo de las culturas y tradiciones, sino solo a lo que puede obstaculizar la novedad y la pureza del Evangelio. Porque la libertad obtenida por la muerte y resurrección del Señor no entra en conflicto con las culturas, con las tradiciones que hemos recibido, sino que más bien introduce en ellas una libertad nueva, una novedad liberadora, la del Evangelio. La liberación obtenida con el bautismo, de hecho, nos permite adquirir la plena dignidad de hijos de Dios, de forma que, mientras permanecemos bien arraigados en nuestras raíces culturales, al mismo tiempo nos abrimos al universalismo de la fe que entra en toda cultura, reconoce las semillas de verdad presentes y las desarrolla llevando a plenitud el bien contenido en ellas. Aceptar que nosotros hemos sido liberados por Cristo −su pasión, su muerte, su resurrección− es aceptar y llevar la plenitud también a las diferentes tradiciones de cada pueblo. La verdadera plenitud.
En la llamada a la libertad descubrimos el verdadero sentido de la inculturación del Evangelio. ¿Cuál es ese verdadero sentido? Ser capaces de anunciar la Buena Noticia de Cristo Salvador respetando lo que de bueno y verdadero existe en las culturas. ¡No es algo fácil! Son muchas las tentaciones de querer imponer el proprio modelo de vida como si fuera el más evolucionado y el más atractivo. ¡Cuántos errores se han cometido en la historia de la evangelización queriendo imponer un solo modelo cultural! ¡La uniformidad como regla de vida no es cristiana! ¡La unidad sí, la uniformidad no! A veces no se ha renunciado ni siquiera a la violencia para que prevalezca el propio punto de vista. Pensemos en las guerras. De esta manera, se ha privado a la Iglesia de la riqueza de muchas expresiones locales que llevan consigo la tradición cultural de enteras poblaciones. ¡Pero eso es exactamente lo contrario de la libertad cristiana! Por ejemplo, me viene a la mente cuando se afirmó el modo de hacer apostolado en China con el padre Ricci o en India con el padre De Nobili… [Algunos decían]: “¡No, eso no es cristiano!”. Sí, es cristiano, está en la cultura del pueblo.
En definitiva, la visión de la libertad propia de Pablo está completamente iluminada y fecundada por el misterio de Cristo, que en su encarnación −recuerda el Concilio Vaticano II− se ha unido, en cierto modo, con todo hombre (cfr. Gaudium et spes, 22). Y eso quiere decir que no hay uniformidad, sino variedad, pero variedad unida. De ahí deriva el deber de respetar la proveniencia cultural de cada persona, incluyéndola en un espacio de libertad que no sea restringido por alguna imposición de una sola cultura predominante. Este es el sentido de llamarnos católicos, de hablar de Iglesia católica: no es una denominación sociológica para distinguirnos de otros cristianos. Católico es un adjetivo que significa universal: la catolicidad, la universalidad. Iglesia universal, es decir católica, quiere decir que la Iglesia tiene en sí, en su naturaleza misma, la apertura a todos los pueblos y culturas de todo tiempo, porque Cristo ha nacido, muerto y resucitado por todos.
Por otro lado, la cultura está, por su misma naturaleza, en continua transformación. Se puede pensar en cómo somos llamados a anunciar el Evangelio en este momento histórico de gran cambio cultural, donde una tecnología cada vez más avanzada parece tener el predominio. Si pretendiéramos hablar de fe como se hacía en los siglos pasados correríamos el riesgo de no ser comprendidos por las nuevas generaciones. La libertad de la fe cristiana −la libertad cristiana− no indica una visión estática de la vida y la cultura, sino una visión dinámica, una visión dinámica también de la tradición. La tradición crece pero siempre con la misma naturaleza. Por tanto, no pretendamos tener posesión de la libertad. Hemos recibido un don que custodiar. Y es más bien la libertad la que nos pide a cada uno estar en constante camino, orientados hacia su plenitud. Es la condición de peregrinos; es el estado de viandantes, en un continuo éxodo: liberados de la esclavitud para caminar hacia la plenitud de la libertad. Y ese es el gran don que nos ha dado Jesucristo. El Señor nos ha liberado de la esclavitud gratuitamente y nos ha puesto en la senda para caminar con plena libertad.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a las parroquias de Notre Dame des Champs y de Cognac. Como peregrinos de un camino a veces difícil y doloroso, vayamos con alegría hacia la liberación definitiva del pecado y de la muerte, que nos ofrece Jesucristo. Manifestemos a todos esa vía de felicidad y de paz. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los grupos provenientes de los Estados Unidos de América. En este mes de octubre, a través de la intercesión de la Virgen, Reina del Rosario, podemos crecer en la libertad cristiana que recibimos en el bautismo. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua alemana. Que la Santísima Virgen María, de la que hoy recordamos las apariciones de Fátima, sea nuestra guía en el camino de continua conversión y penitencia para ir al encuentro de Cristo, sol de justicia. Que su luz nos libere de todo mal y disperse las tinieblas de este mundo.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a mantener un espíritu de peregrinos, siempre en camino, siguiendo juntos las huellas de Cristo con libertad y alegría, hacia esa patria a la que Dios nos convoca. Que el Señor los bendiga a todos. Muchas gracias.
Queridos fieles de lengua portuguesa, os saludo a todos. Y espero que se refuerce cada vez más, en vuestros corazones, el sentir y el vivir con la Iglesia, perseverando en la oración diaria del Rosario. Así podréis encontraros cada día con la Virgen Madre, aprendiendo de Ella a cooperar plenamente con los planes de salvación que Dios tiene para cada uno. Que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestros seres queridos.
Saludo a los fieles de lengua árabe. La libertad de la fe cristiana no indica una visión estática de la vida y de la cultura, sino dinámica y pide a cada uno estar en constante camino, orientados hacia su plenitud. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. Esta semana se celebran el aniversario de la elección de San Juan Pablo II y las memorias litúrgicas de San Juan XXIII, Santa Teresa de Ávila y Santa Eduvigis de Silesia. Sus vidas son claros ejemplos de libertad cristiana. Que la experiencia de estos Santos os recuerde que no existe libertad sin responsabilidad y sin amor a la verdad. Y la realización más grande de la libertad es la caridad, que se concreta en el servicio. ¡Os bendigo de corazón!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo a las Siervas de María Reparadoras, que celebran su Capítulo general, y las animo a proseguir con fidelidad y alegría su servicio al Evangelio y a los hermanos. Saludo a las Hermanas Scalabrinianas, que participan en un curso de formación, y las animo a ser generosas testigos de acogida y de fraternidad. Vosotras que trabajáis tanto con los inmigrantes, seguid así. ¡Bien! Saludo y agradezco a la Delegación del Ayuntamiento de Cervia, que ha venido aquí para el tradicional don de la sal. Y mi corazón recuerda a Monseñor Mario Marini, de santa memoria.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. Hoy recordamos la última aparición de la Virgen de Fátima. A la celeste Madre de Dios os encomiendo a todos, para que os acompañe con ternura materna en vuestro camino y os sea de consuelo en las pruebas de la vida. A todos mi bendición.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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