La eutanasia revela el poder de dar muerte ante la impotencia de superar el dolor, la soledad y la angustia. Un poder que muestra la profunda debilidad, incapacidad y contingencia del ser humano
Reconozco que el título que he elegido para este artículo tal vez sea muy fuerte, pero quiero reflejar en él lo que deseo compartir con quien elija leerlo. Los médicos que desde siempre nos hemos dedicado cuidar la vida de las personas, procurar su salud, evitar su muerte prematura o, en su caso, acompañar al moribundo para aliviar su sufrimiento hasta el final, a partir de ahora pasamos a tener una función más, administrar la muerte de quien la solicite. Según el texto de la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia, administrar «la prestación de ayuda para morir», en sus dos modalidades, como se refleja en el art. 3 de la citada ley: «1ª) La administración directa al paciente de una sustancia por parte del profesional sanitario competente. 2ª) La prescripción o suministro al paciente por parte del profesional sanitario de una sustancia, de manera que esta se la pueda auto administrar, para causar su propia muerte».
Muchos ciudadanos celebran haber conseguido el derecho de la eutanasia, pero continuamos sin el derecho a la atención adecuada, eficaz y universal durante la etapa final de nuestras vidas.
Los médicos no podemos ignorar ni mirar hacia otro lado cuando el enfermo nos manifiesta que no desea continuar viviendo de la manera que lo está haciendo, acompañado por un sufrimiento continuo e insoportable. No es que quiera morir, lo que no quiere es sufrir. Es entonces cuando nosotros, los médicos, tenemos la obligación de evitar su sufrimiento. Pero tal vez tengamos que reflexionar sobre qué es lo que lo hace sufrir para que nos solicite morir cuanto antes.
Cuando hablamos del tema de la eutanasia, enseguida deseamos dar una respuesta al deseo del enfermo, pero la mayoría de las veces sin profundizar en qué es lo que motiva su petición. Esto les ocurre, sobre todo, a quienes no están junto a él durante el proceso de su enfermedad. Por eso desde disciplinas como el Derecho, la Filosofía, la Política o la Moral se proponen soluciones, según mi opinión, poco prácticas. Sin embargo, los que desde la Enfermería, la Medicina o la Psicología vivimos día a día junto al enfermo, contemplando su sufrimiento y escuchando sus preocupaciones, tratando de dar soluciones a sus molestias físicas, aliviando sus lastres emocionales, desculpabilizándolos del concepto de carga que en ocasiones creen que son para los demás y reforzando sus creencias espirituales, estamos solucionando unos problemas que, sumados, provocan el sufrimiento insoportable que los lleva a desear la muerte anticipada.
La decisión de morir, a diferencia de otras que se pueden tomar en la vida, lleva asociada una característica inmutable: una vez se va «mar adentro», no hay posibilidad de retornar. A veces, ¿no será que tenemos tanto miedo de ver morir a los otros que preferimos adelantarles la muerte? ¿O, tal vez, tenemos tanto miedo de no saber morir que preferimos pedir que nos la adelanten? Debiéramos comprender que la muerte tiene derecho a su justo lugar como parte de la vida y que el desahuciado tiene derecho a la ternura, al amor, a la presencia de sus allegados, a la tranquilidad y al alivio de su sufrimiento.
A veces se nos hace creer que no existe más que una alternativa para el sufrimiento extremo: el acto de provocar deliberadamente la muerte
Sepamos, por tanto, regalar el permiso para morir, pero teniendo claro que permitir morir no es suministrar la muerte. ¿Quiénes somos nosotros para abreviar la vida o para prolongar la agonía? En muchas ocasiones se juega con la ambigüedad de las palabras y se entretiene con la confusión que existe alrededor de las prácticas que nada tienen que ver con la eutanasia, como el cese de tratamientos fútiles o la prescripción de analgésicos o sedantes para aliviar los dolores y las angustias. Sobre todo, a veces se nos hace creer que no existe más que una alternativa para el sufrimiento extremo: el acto de provocar deliberadamente la muerte.
Sin embargo, la eutanasia revela paradójicamente el poder y la impotencia del hombre. El poder de disponer de la vida ante su impotencia frente a la muerte. El poder de dar muerte ante la impotencia de superar el dolor, la soledad y la angustia. Un poder que procede de su impotencia. Un poder que revela la profunda debilidad, incapacidad y contingencia del ser humano. Un poder, a fin de cuentas, pobre y aniquilante. Este es el poder que se nos ha concedido a los médicos con esta ley a partir de ahora, administrar la muerte a quien nos la solicite.