Si eres consciente del valor de la misa, participarás en ella por lejano y difícil que sea el poder ir (Nguyen Van Thuan)
El vietnamita François-Xavier Nguyễn Văn Thuận (1928-2002) fue ordenado presbítero en 1953. Obtuvo el grado de doctor en Derecho Canónico en 1959. Durante ocho años fue obispo de Nhatrang (1967-1975). En 1975 Pablo VI lo nombró arzobispo coadjutor de Saigón, pero a los pocos meses, con la llegada del régimen comunista al poder de Vietnam, fue arrestado.
Pasó 13 años en la cárcel, 9 de ellos en régimen de aislamiento. En 1988 fue liberado y puesto bajo régimen de arresto domiciliario en Hanoi. En 1991 se le autorizó para ir de visita a Roma, pero no se le permitió el regreso. Allí permaneció hasta su muerte.
Juan Pablo II lo nombró, en 1994, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz al tiempo que Văn Thuận dimitió como obispo coadjutor de Saigón (llamada ahora Ciudad Ho Chi Min). En 2001, el mismo papa lo creó cardenal de Santa María de la Scala. Falleció el 16 de septiembre de 2002 en una clínica de Roma, víctima del cáncer.
Al llegar a Roma, le comentó al papa:
─Cuando me encarcelaron en 1975, me vino una pregunta angustiosa: ¿podré celebrar la eucaristía?
Văn Thuận cuenta que las cárceles vietnamitas son absolutamente pobres. Si nadie envía comida, te mueres de hambre. Si te envían una sábana, duermes con esa sábana. Tienes que pedir los bienes de primera necesidad a tu familia o amistades. Era una práctica asumida por los carceleros, porque así ellos requisaban lo que querían para sí mismos y les dejaban algo para los presos.
Como no tenía nada, Văn Thuận pidió que le permitieran escribir una carta. Se lo autorizaron y escribió:
─Por favor, enviadme algo de vino como medicina para el estómago.
Los fieles entendieron muy bien lo que quería y le mandaron una botella pequeña de vino con una etiqueta: Medicina para el dolor de estómago. Y entre la ropa escondieron algunas formas.
─¿Le duele el estómago? ─Le preguntaron los guardias.
─Sí.
─Pues aquí tienes tu medicina.
Y, emocionado, cuenta él: No podré nunca expresar mi alegría: celebré cada día la misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de mi mano. […] Fueron las misas más bellas de mi vida.
Ningún camino es fácil, pero con Dios todo camino es bonito, y por eso, sin catedrales, sin ornamentos, sin vasos sagrados, sino con el simple cuenco de la mano escuálida y frágil de un preso vietnamita, se pueden celebrar las misas más bellas.
Antonio Rojas, en arguments.es.
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