En su peor hora, la sociedad española está en las manos de las profesiones más vocacionales
Hace ya muchos años noté que los mejores alumnos soñaban en llamativa mayoría con estudiar Medicina o Enfermería. Lo soñaban… y se hacían polvo para hacerlo realidad. Yo he dado clases de Derecho Laboral en un ciclo superior de FP que daba acceso a esas carreras y ha sido admirable ver todos estos cursos, uno tras otro, a tantos estudiantes excelentes −a los que había faltado algo de nota para entrar directamente desde bachillerato− empeñados en lograrlo a costa de aún más esfuerzo.
Sostuve por entonces en un artículo que la juventud aspira a entregarse a ideales nobles, y que el único valor absoluto que la postmodernidad les había dejado en pie era la salud. En un mundo tan relativista como éste, si la justicia es algo que depende del poder político, ¿quiénes iban a querer ser jueces o abogados? Si la verdad es una opinión y hasta musitarla resulta ofensivo, ¿para qué hacerte filósofo o periodista o profesor? Si la belleza depende del gusto de cualquiera, ¿quién sacrificaría su vida a la literatura, a la pintura, a la escultura? Por supuesto, había y hay excepciones a contracorriente; y muchísimas entre quienes querían ser militares o marinos, o policías; que también son vocaciones poderosas, por fortuna. No me parece en absoluto casual que, en su peor hora, la sociedad española esté en las manos y sobre los hombros de las profesiones más vocacionales.
Estos días me acuerdo mucho de mis alumnos de sanitaria. Estarán batiéndose el cobre por esos hospitales de España y serán fieles a su noble aspiración de entonces y a tanto esfuerzo académico; y no me extraña que la sociedad esté orgullosa y agradecida, porque se habían preparado, sin saberlo, para esto. Cierro mis ojos y recuerdo nombres y veo rostros y ojos que brillaban ilusionados con ejercer algún día una vocación de servicio tan imperiosa.
Dicen que la batalla al coronavirus no se puede ganar en los hospitales. Que estas semanas, sí, porque estamos desbordados por la pandemia, pero que más adelante habrá que darla en todas las facetas de la vida ordinaria. Para eso he recordado aquel viejo artículo. Si nuestra sociedad quiere rearmarse en serio, tiene que recuperar la capacidad de despertar las vocaciones más diversas en los jóvenes mejores. Esto es, tiene que volver a hacer atractivas la justicia y el Derecho, la belleza, la verdad, la bondad, la trascendencia... Vamos a necesitar muchísimas vocaciones.