Jérôme Lejeune vivía simplemente de una evidencia científica: un ser humano comienza a existir como tal en el momento mismo en que acaba el proceso de fecundación del óvulo por el espermatozoide y se produce la concepción
Cuando uno conoce la realidad terrible que ofrecen los datos sobre abortos provocados en España a lo largo del año 2018, publicados este miércoles y que alcanzan la cifra astronómica de 95.917 vidas humanas masacradas una a una (y eso contando sólo con las cifras oficiales), puede tener la tentación de dejarse llevar por el desánimo y por el desaliento.
Podemos incluso pensar que sería comprensible que lo hiciese: una sociedad que es capaz de asesinar con total impunidad a tal cantidad de sus conciudadanos simplemente porque no tienen la opción a réplica es una sociedad que parece destinada a su propia extinción por una combinación asfixiante de crueldad combinada con abulia. Y lo peor es que esta situación no es nueva. Llevamos años, décadas, viviendo de esta manera, con poca gente dispuesta a mover un dedo realmente para cambiar las cosas.
Pero el miércoles pasado, en el mismo Madrid que recibía impasible los datos del aborto, sucedió algo grande, aunque a muchos pasara desapercibido. En la librería Troa-Neblí de Serrano se presentaba un libro sobre un extranjero que empieza a ser como “de casa” para muchas familias españolas: el médico francés Jérôme Lejeune. La primera biografía publicada en español sobre este hombre y científico, con la firma del escritor José Javier Esparza y el auspicio de la editorial LibrosLibres, resulta un relato que vibra recorriendo la intensa vida de este hombre que sólo quería curar a sus pacientes, pero se vio inmerso en el epicentro de los grandes dramas de Occidente en el siglo XX.
Lejeune vivía simplemente de una evidencia científica: un ser humano comienza a existir como tal en el momento mismo en que acaba el proceso de fecundación del óvulo por el espermatozoide y se produce la concepción. Es éste el momento preciso en que el nuevo ser tiene un patrimonio genético diferenciado y único en la especie humana, y un programa de vida autónomo (aunque para su desarrollo dependa de su madre). Para él, como médico especializado en genética, que descubrió la primera patología de este tipo en el hombre, la trisomía cromosómica del par 21 que produce el síndrome de Down, esta realidad se imponía de tal modo que no podía en ningún caso sustraerse a ella. Y comprobar que las sociedades médicas y los gobiernos occidentales empleaban su descubrimiento en detectar a los pequeños “trisómicos” en el útero de sus madres y abortarlos era algo que sencillamente era contrario a la racionalidad y a la lógica y, por tanto, era antihumano.
Parece mentira cómo el hecho de haber conocido la verdad de las cosas puede comprometer tanto la vida de la persona. Y, sin embargo, en el caso de Jérôme Lejeune, así fue. Defender la verdad supuso para él una persecución constante, a veces silenciosa y despreciativa, a veces agresiva y violenta, pero siempre buscando silenciar la evidencia, simple y de Perogrullo, de que un ser humano lo es desde el principio y por el mero hecho de serlo.
Volvamos a la cifra de abortos cometidos en España en 2018. En este contexto, el testimonio de vida de Lejeune, con su dramatismo, se hace urgente y necesario. Porque Lejeune, consciente de que la lucha no se ganaría hasta la última batalla; consciente también del coste que podía suponer (y supuso para él) defender la verdad sobre sus pacientes, nunca dejó de defender simplemente que “lo que es, es”. Lo hizo con la esperanza de saber que, aunque se pierdan las batallas y mueran muchos en el camino, como de hecho están muriendo (no olvidemos: 95.917 en España, 2018), el drama definitivo sería perder la conciencia de ser personas, con lo que eso conlleva.
Pablo Siegrist Director de la Fundación Jerome Lejeune en España