¿Qué sentido tiene recoger un sapo muerto con un palo? ¿Cómo entrar en un edificio que no puede existir? ¿Quién vuelve hermoso lo que ya no sirve? ¿Por qué el amor entra sin llamar al timbre?
He leído con mucho gusto y recomiendo una novela titulada, con acierto, “Los pilares del cielo”, pues los protagonistas son una catedral y un hombre que la construye, por su cuenta, con sus medios, porque quiere hacer algo para Dios. Y el otro protagonista es un muchacho como otros muchos, hijo único de madre abandonada por el marido, que tiene que trasladarse a un pueblo de Madrid donde ha conseguido un trabajo de limpiadora. Un muchacho difícil, que ha crecido sin progenitor, rebotado, escéptico. Como tantos.
Y tiene la suerte de encontrarse, por casualidad, con unos muchachos de su edad, que estudian como él, bachillerato. En sus ratos libres van a la catedral a echar una mano a Pablo el paisano loco, constructor. Cuando Aarón −que así se llama el relator y protagonista incrédulo− ve aquel tinglado, no sale de su asombro. Y, desde luego, no puede imaginar que aquella obra sorprendente y aquel albañil arquitecto, Pablo, que no sabe nada de matemáticas, le van a cambiar la vida.
En esta historia hay un elemento extraordinario, pues seguramente no hay en ninguna otra parte del mundo algo semejante. Pero además de la catedral en construcción hay una amistad, un grupo de amigos capaces de integrar al recién llegado. Unos chicos con planteamientos bien distintos a los de Aarón, creyentes, practicantes, buenas personas, buenos trabajadores. Y eso influye.
Otro protagonista: Hans, también de la pandilla. Hijo de una familia de alemanes instalados en aquel lugar, es un chico con muy buena formación cristiana. Si sale el tema, tiene argumentos para todo. Pero no choca; con Aarón habla, pero no discuten. Se llevan muy bien. Es evidente que es un hombre convencido, totalmente coherente y, sobre todo, un buen amigo. Y la otra protagonista, Carmen, de quien se enamora perdidamente el recién llegado.
Salvo la catedral, que es el único dato real, lo demás son historias que pueden ocurrir en cualquier lugar. En esta novela se muestra cómo es posible sacar del amodorramiento ambiental a los jóvenes. Es lo que se agradece, comprender que un chaval convencido puede ayudar mucho a que sus amigos se acerquen a Dios. Eso sí, en esta historia es clave el alemán, con una formación de erudito, quizá poco creíble, pero desde luego deseable. Es algo muy necesario que un muchacho o una chica joven, creyentes, practicantes, además tengan argumentos.
Carmen, la amiguita, es una mujer íntegra, capaz de un amor tierno y exaltado, pero consciente de qué es propio del noviazgo y qué del matrimonio. ¿Muy idílico? Pues visto lo que vemos por la calle con frecuencia, puede parecerlo, pero lo conmovedor en esta historia es que el lector se da cuenta de que es posible, que es deseable una vida así. Por eso me parece que es un libro muy recomendable, porque da ideas. Para todas las edades, porque cualquiera lo puede leer con gusto, pero de gran utilidad para jóvenes.
Me ha llamado la atención, y me ha gustado mucho, un personaje fugaz, un chaval polaco, que se ennovia con Laura, una chica de la pandilla, increyente. El polaco aparece como un hombre gran católico y convencido. De pocas palabras, pero quedando claro que su fe y su cariño hacen de él un hombre sumamente atractivo. Solo sabemos eso de él. Un paradigma, una referencia que asoma en el relato lo suficiente como para que surja el deseo de imitarle.