Mons. Ocáriz nos anima a mirar a María para, como hizo ella, convertir el sufrimiento en un lugar donde encontrar claridad, paz y alegría
Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
El próximo día 14, la Liturgia de la Iglesia nos lleva a considerar la Exaltación de la Santa Cruz y, al día siguiente, los Dolores de la Santísima Virgen.
En conversaciones y tertulias con muy diversas personas ─como os sucederá también a vosotros─, a veces no faltan comentarios espontáneos sobre situaciones de dificultad, de sufrimiento, de oscuridad interior. En esas ocasiones, me suelen venir a la memoria unas palabras de san Josemaría sobre la Madre de Jesús: Dios la ha querido ensalzar con la plenitud de gracia, pero «es igualmente cierto que durante su vida terrena no fueron ahorrados a María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe» (Es Cristo que pasa, n. 172).
Aunque no alcanzamos a comprender del todo esta realidad, si miramos a María ─sobre todo al pie de la Cruz─ podremos entender algo más la experiencia del sufrimiento y descubriremos poco a poco el sentido de aquellas palabras de san Pablo: «Completo en mi carne lo que falta a la Cruz de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24). De esta manera, el sufrimiento podrá convertirse en lugar donde encontrar claridad, paz e incluso alegría: «Lux in Cruce, requies in Cruce, gaudium in Cruce».